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El Metaverso y el Derecho

Columnista invitado EE: Juan Felipe Acosta*
20 de septiembre de 2022 - 03:41 p. m.

De acuerdo con diversas fuentes, la expresión “Metaverso” la utilizó por primera vez Neal Stephenson en la novela Snow Crash, publicada en 1992. Se trata de un Universo que imita al nuestro, pero se basa en un consenso acerca de su funcionamiento. Más allá de su origen, la expresión es ampliamente utilizada por los hablantes contemporáneos, en versiones de todos los idiomas, para referirse a la existencia de ciertos ambientes o espacios que permiten la interacción de seres humanos y programas de computador, entre sí. Quienes creen en su utilidad y futuro van desde aquellos que opinan: es una moda de la que hay que tomar provecho, hasta los optimistas que ven allí una realidad paralela y constante, cuya existencia determinará una vida virtual para los seres humanos.

No existe una autoridad que determine qué puede ser calificado como tal, pero hay ciertas características transversales a todos los espacios denominados o autocalificados así: se trata de un espacio virtual, que permite la participación de múltiples personas, quienes pueden, con una libertad regulada, interactuar entre sí, pero lo hacen por medio de alter egos, dibujos, avatares, seudónimos, que crean mediante los instrumentos que el programador del Metaverso puso a disposición. El Metaverso no depende de sus usuarios para existir.

En general, son de origen privado y pueden resultar numerosos. Es equivocado referirse al Metaverso como si fuera único e indivisible. Muchos de ellos son también conocidos como juegos, por ejemplo Fortnite; otros ofrecen múltiples posibilidades de diversión y entretenimiento como Roblox; pero también encontramos escenarios como MetaMetaverse u Open Sea, que permiten su creación o la participación simultánea en múltiples de ellos.

El Metaverso ha representado un reto y una oportunidad para la Propiedad Intelectual. En algunos es posible adquirir ropa virtual, implementos que pueden imitar vestuario de alguna marca reconocida y no serlo. No solo hay catfishing, que es el suplantar una persona real, valiéndose del anonimato brindado por las redes sociales, sino también estafas y falsificaciones. Nada que no existe en el Universo real. El Metaverso, finalmente, está dotado de virtudes y pecados, tanto como los humanos que los crean y las personas que interactúan en ellos.

Contrario a lo que se podría pensar, no existe al momento una norma que lo regule de manera especial (por lo menos que al momento yo conozca). Si alguien suplanta a una persona en el Metaverso, estará sometida a las mismas sanciones que en la vida real; si vende un producto con una marca que no es suya sin autorización de su titular en el Metaverso, cometerá la misma infracción en la que incurriría si lo hace en la vida real; quien plagia una canción en el Metaverso, o hace pasar una obra como suya, estará sometido a las mismas sanciones que si lo hiciera en la vida real.

Eso no obsta para que haya consideraciones particulares. Los Metaversos centralizados son espacios absolutamente controlados y supervisados por sus creadores, quienes admiten o inadmiten usuarios, pueden borrarlos y censurarlos si rompen las reglas. Quien accede a un Metaverso, tradicionalmente lo hace mediante un contrato al que asiente con un click, y se somete por adhesión a una serie de reglas que además varían constantemente. Así, típicamente las conductas indebidas primero son objeto de reclamos frente a los administradores o titulares del Metaverso, mediante reportes y sin perjuicio de las sanciones reales y provenientes del Estado.

Los creadores de los Metaversos y quienes los administran, son verdaderos creadores y gobernantes. Un pequeño juego de dioses. Por esa razón, varias de las discusiones más profundas están en el grado de responsabilidad que adquieren. Así como en el sufrimiento algunos afirman ¿por qué Dios permite una injusticia?, en la vida virtual la misma pregunta se hace para atribuir o no responsabilidad sobre alguna ilegalidad que sucede en esos espacios. Pero tales reflexiones no son etéreas, sino pragmáticas. La invitación que les dejo en esta columna es a participar de los Metaversos. No se entienden realmente por la lectura descriptiva, sino con la inmersión que da el utilizarlos.

* Socio de la firma Olarte Moure, abogado y profesor universitario.

Por Juan Felipe Acosta*

 

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