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El profesor Bejarano

Columnista invitado EE y Enrique Gómez Martínez

20 de agosto de 2025 - 12:05 a. m.
“O bien el profesor Bejarano jamás ha leído la obra intelectual de Álvaro o, habiéndola leído, miente y actúa de mala fe”: Enrique Gómez Martínez.
Foto: unidad de video

Réplica a la columna “Engaño Artificial” de Ramiro Bejarano, publicada el 10 de agosto de 2025.

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El vocero de la intelligentsia samperista, Ramiro Bejarano, arremetió, una vez más, en reciente columna contra la memoria de Álvaro Gómez, no por diferencias políticas sino, léase bien, por sus deficientes dotes como intelectual. Según la columna, Álvaro fue, en últimas, un intelectual mediocre que plagió sus postulados académicos. El cuestionamiento resulta, viniendo del profesor Bejarano, audaz y valiente, la misma audacia que tiene el profesor de educación física al corregir a su colega que dicta física. Después de todo, ambos son profesores.

De lo anterior solamente caben dos alternativas: o bien el profesor Bejarano jamás ha leído la obra intelectual de Álvaro o, habiéndola leído, miente y actúa de mala fe. Pero como la mentira y la mala fe es un atributo que yo jamás podría atribuir a quién fuera el jefe de inteligencia de ese gobierno que hoy recordamos por su transparencia y honestidad, no me queda más remedio que asumir la ingenua ignorancia del profesor Bejarano, quizás dado a lecturas más parroquiales, en donde las referencias que Gómez Hurtado expone a lo largo de su obra puedan resultar extrañas, acaso completamente desconocidas.

En concreto, el profesor acusa a Gómez de que “difundió como suya la teoría del filósofo Harold Laski del acuerdo sobre lo fundamental” y de haber ejercido una labor constituyente dogmáticamente errada al haber propendido por la elección popular de alcaldes y de jueces. Finalmente, remata insinuando misteriosos vínculos entre Álvaro y los carteles del narcotráfico. A esta última acusación, proviniendo del sector político que protagonizó el proceso ocho mil, contra el colombiano que apostó hasta su vida por combatir aquel narcogobierno, quizás no haga falta más que resaltar el carácter audaz del profesor Bejarano.

Pero volviendo a las acusaciones tan oprobiosas sobre la mediocridad intelectual de Álvaro, no encuentro mejor réplica que invitar al profesor Bejarano a que abra sus horizontes intelectuales y lea al menos algo de la obra de Gómez Hurtado. Si lee La revolución en América, el profesor entenderá que la teoría del “acuerdo sobre lo fundamental” no es de H. Laski, ni de Álvaro, ni de nadie; verá que es una perogrullada del sentido común en la alta política, que tanto Gómez como Laski, como todo estadista en cualquier momento de la historia ha planteado. Encontrará, eso sí, infinidad de citas al propio H. Laski y a varios filósofos del siglo XX como Ortega y Gasset u Oswald Spengler, maestros de Álvaro que, por conducto de su obra, también podrían ser los del profesor Bejarano. Verá también que Álvaro es cuidadoso en cada una de las citas en que son mencionados, y que no se atribuye como propios ninguno de sus postulados, ajustándolos de manera reflexiva al problema de la identidad política y cultural hispanoamericana: el verdadero Leitmotiv del libro.

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Sobre las falencias de Álvaro en materia de dogmática constitucional, el debate es rico y está abierto, pero sería injusto desdeñar su labor constituyente durante toda la segunda mitad del siglo XX y sobre todo en la Asamblea de 1991, en donde impulsó la creación de la Fiscalía General de la Nación, entidad tan afecta al sector político del profesor Bejarano, de la cual varios de sus copartidarios, como el doctor Gómez Méndez –otro profesor–, han ejercido su máxima jefatura.

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Finalizo sugiriendo algunas obras académicas de Álvaro Gómez que, sin competir con las también importantes que ha publicado el profesor Bejarano, ameritan por su parte una revisión, y quizás con ello cambie su triste opinión sobre el legado intelectual de mi tío. Algunas de estas son: El paraíso perdido de los soviets, 1938; Sobre la significación histórica de Bolívar, 1957; La revolución en América, 1958; Planeación: una solución para la democracia, 1979; Choque de culturas (3 volúmenes), 1998; El Arte Virreinal en Bogotá, 1987.

Por Enrique Gómez Martínez

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