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El sans-culottismo del siglo veintiuno

Columnista invitado EE: Juan Gabriel Gómez Albarello*
23 de febrero de 2023 - 12:00 a. m.

Tomemos nota. En la tercera semana de febrero de 2023, nació un nuevo credo político en Colombia. Se trata de una ideología acerca de cómo tomar decisiones colectivas en una sociedad compleja. Lo más notable es que con ella se identifican tanto la izquierda como la derecha. Ni el Foro de São Paulo ni la Red Atlas habían tenido la audacia de Gustavo Petro, por un lado, y de Miguel Polo Polo, por el otro. Tomemos nota pues en Colombia nació el sans-culottismo del siglo veintiuno.

Todos los populistas del mundo tendrán que venir a beber de esta fuente. Todos tendrán que hacer, más tarde o más temprano, un peregrinaje a estas tierras para conocer de primera mano qué hay que hacer para imponerle una decisión a una asamblea teóricamente deliberativa. Razones, no; emociones. Persuasión, ¡qué va! En la hora de la verdad, a lo que hay que acudir es al miedo, la extorsión y el chantaje. Y, si es preciso, hay que mostrar un poquito la violencia de la que se es capaz.

Esta es una de las interpretaciones posibles de las marchas y los discursos del 14 y 15 de febrero en las ciudades de Colombia.

Hay otra, desde luego, mucho más noble e inspiradora. Es la del modelo del doble carril de la teoría de la democracia de Jürgen Habermas. Este filósofo sostiene que los procedimientos legislativos son la realización imperfecta, pero realización al fin y al cabo, del principio moral según el cual las decisiones deben ser tomadas con base en razones generadas en un proceso de comunicación libre de coacción. Esos procedimientos son, sin embargo, insuficientes para realizar este principio moral. Precisan del complemento de una red de esferas públicas donde se construyen las razones que se filtran en el proceso legislativo. La manera como se produce esa filtración puede ser dramática. En un ensayo sobre la Revolución Francesa, donde articuló por primera vez este concepto, Habermas recurre a la metáfora militar del sitio a una plaza.

Esta metáfora es bastante apta para expresar la idea que Habermas quiso transmitir. Muchas veces, sin la energía de un gran movimiento social que asedia las instalaciones del parlamento, este permanecerá sordo a los clamores de la gente. La más palpable demostración de esta idea es la Ley de Derechos Civiles en los Estados Unidos. Todos los intentos por aprobarla habían naufragado por causa del hasta entonces inamovible bloque de los Demócratas del Sur. Sin el tesón de Martin Luther King, Jr., quien logró convocar a más de un millón de personas en el Mall de Washington, D. C., esa ley habría continuado siendo una mera aspiración.

Es posible que Petro tenga en mente este u otros ejemplos del mismo calibre. Haría bien en leerse alguna biografía de Lyndon B. Johnson para que tomara nota de que sin forjar una gran coalición en el Congreso, ni dos ni tres ni cuatro millones más en el Mall de Washington habrían sido suficientes para lograr la aprobación de esa Ley. También haría bien en empaparse de los múltiples debates antes y después de la aprobación de esa ley para darse cuenta de que los grandes cambios requieren discusiones de gran calado, discusiones donde se articulan las razones que luego se filtran a la esfera legislativa. Una de esas discusiones, memorable desde todo punto de vista, fue la del intelectual afroamericano James Baldwin con el más insignie representante de la derecha más recalcitrante de los Estados Unidos, William Buckley.

La ministra Corcho es una de las personas más calificadas del gabinete de Petro. Su discurso tiene muchísima más consistencia que la de otros de sus colegas. Sin embargo, tiene el vicio de los políticos de contestar solo las preguntas para las cuales tiene una buena respuesta y de soslayar todos los interrogantes incómodos. El mayor, el temor que tenemos muchísmas personas de que los recursos de la salud se conviertan en una fuente para expandir el capital político de los barones clientelistas que dominan la política colombiana.

En la discusión acerca de la reforma a la salud, han salido a relucir todos los prejuicios y animosidades de una derecha que ha sido complaciente con todas las ineficiencias del sistema de la Ley 100. Colombia gasta una alta proporción de su PIB en salud, sin lograr los niveles de cobertura y calidad que podrían ser posibles para ese nivel de gasto. Por su ineficiencia, nuestro sistema de salud se parece mucho al de Estados Unidos, que hizo agua durante la pandemia. El tema es que la pandemia nos enseñó muchas cosas, una de ellas es que la avidez de los mandatarios locales es inifinita y que, donde haya recursos públicos, se lanzarán sobre ellos como aves de rapiña. Olvidémonos de la Procuraduría y la Contraloría, entidades que deberían ser abolidas, pues fueron totalmente ineficaces para frenar el derroche y el saqueo de las arcas públicas a nombre del Covid-19.

En lugar de debates de más calado, lo que nos anunció el presidente, à la Negri –uno de sus ideólogos–, es “multitudes” en las calles comprometidas con la reforma. Esto es puro sans-culottismo.

Hace ya un poco más de 200 años, en París, la fracción más radical de los jacobinos perdió la paciencia con el rey Luis XVI y sus ministros, y también con la Constitución. Esa fracción estaba constituida por los sans-culottes: los ciudadanos más pobres, que vestían pantalones sin calzón –sin culotte–. Indignados por la inacción del rey ante la amenaza de los austríacos y los prusianos, y por el veto suspensivo a una ley aprobada por la Asamblea que sancionaba a los curas refractarios, los sans-culottes se tomaron el Palacio de las Tullerías y emplazaron al rey a que obedeciera sus designios. Mes y medio después, con más éxito, volvieron a tomarse el mismo Palacio, pero esta vez la Asamblea decidió abolir la monarquía y, con ella, las indecisiones y los vetos del rey.

Desde la campaña presidencial, Petro nos anunció que se jugaría la carta sans-culottista. ¡Qué se iba a imaginar que le iba a salir una derecha tan jacobina como él! Es una derecha de mucha emoción y poca razón, que sabe defender sus privilegios y, sobre todo, decir que no a toda reforma. Como sucedió con los Acuerdos de Paz, es totalmente vaporosa y ambigua acerca de los cambios que permitirían construir sobre lo construido, y bastante firme en su convicción de ponerle freno a las reformas, cueste lo que cueste.

Esperar que tenga lugar un debate razonable sobre el sistema de salud, ¿es pedirle peras al olmo? ¿Estamos condenados a ser espectadores de una rabiosa lucha entre Robespierres de izquierda y de derecha?

* Abogado y doctor en ciencia política. Profesor asociado de la Universidad Nacional de Colombia.

Por Juan Gabriel Gómez Albarello*

 

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