27 de octubre de 1993. Día en el que un acto desparpajado de Antanas Mockus en la Universidad Nacional iniciaba una era alegre en la política colombiana: la del profesor universitario —matemático— que dejaba las aulas para saltar a la contienda electoral sin estructuras partidistas, sin prebendas, sin extremismos ideológicos, con la educación como norte de su propuesta y de la acción de gobierno. En 1999 se sumaba al mismo intento improbable, desde una Medellín agobiada por el recrudecimiento de la violencia paramilitar, Sergio Fajardo.
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Ambos gobernaron y transformaron. Cultura ciudadana, urbanismo social, ley —moral—, cultura y proyectos urbanos integrales dejaron de ser ideas etéreas para convertirse en herramientas prácticas de gestión. Dos ciudades fallidas cambiaron su rumbo. Menos muertes, más vidas salvadas.
Representaron una promesa cumplida de la Constitución de 1991, donde conceptos como la participación ciudadana, la función social de la propiedad y la descentralización encontraron en dos profesores su expresión más innovadora y eficaz.
Luego llegó la búsqueda del objetivo mayor: la Presidencia de Colombia. Seis intentos en total. Las mismas tres premisas: ruptura con el clientelismo, resistencia al embrujo del extremismo ideológico, educación como motor de la transformación. Quizá la oportunidad más cercana fue en 2018. Un par de días más hubieran dado el pase a segunda vuelta. O la última semana de abril de 2010, donde la ola verde parecía volverse mayoría.
Esa era de la política colombiana parece terminar con la votación de este domingo. Políticos transformadores llegarán, pero la tríada anticlientelista, antiextremos y por la educación perdió enfrentada a persecuciones judiciales, a nuevas formas de comunicación que privilegian la caricatura antes que el contenido, así como a la presión constante de estructuras políticas tradicionales que hoy abrazan, camaleónicas, a una de las candidaturas ganadoras de la primera vuelta.
Para los que fuimos parte de sus equipos es especialmente doloroso. La responsabilidad es también nuestra, más aún si se tiene en cuenta el ritmo frenético de los candidatos en campaña, sin un minuto para pensar, planear y ajustar.
A ellos dos gracias, gracias totales. Ojalá su legado, decencia y dignidad resistan el olvido y se conviertan, con nuevas voces, en esperanzas renovadas de cambio.