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Francia Márquez en escenarios de política nacional en Colombia: Participación política y racismo sistémico

Columnista invitado EE y Maguemati Wabgou

26 de junio de 2022 - 12:30 a. m.

En mis casi dos décadas de residencia en Colombia como docente investigador de la Universidad Nacional de Colombia en temas relacionados con África, las migraciones y las negritudes, he estado muy cercano a la situación de la gente negra en Colombia, esta Colombia negra, este “pedacito de África” en Colombia. Los temas de la participación política de la gente negra, afro, raizal y palenquera me han llamado siempre la atención, teniendo en cuenta los rezagos de la trata negrera, asociada al comercio triangular que ha arrancado a millones de nuestros ancestros de sus territorios del África subsahariana para establecerlos forzosamente en las Américas y Europa.

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Una ilustración de esta preocupación permanente sobre el hecho social de la participaron política de la gente negra es la concreción de un trabajo de investigación que lideré y realicé junto a Jaime Arocha, Aiden Salgado y Juan Carabalí, cuyos insumos tomaron la forma de un libro publicado por la Universidad Nacional de Colombia en 2012, titulado Movimiento social afrocolombiano, negro, raizal y palenquero: el largo camino hacia la construcción de espacios comunes y alianzas estratégicas para la incidencia política en Colombia. Desde el surgimiento del liderazgo negro, entre las décadas del 40 y el 60, el despertar participativo en la política logró madurar en los años 70, 80 y 90.

En estos escenarios dinámicos participaron hombres y mujeres negras, afrocolombianas, raizales y palenqueras que demostraron su gran motivación para impulsar procesos organizativos afrocolombianos en la década de los 90, que fue marcado por la creación de la Constituyente de 1991 y la Ley 70 de 1993.

En los albores del siglo XXI, se reforzó el ímpetu del liderazgo femenino desde las comunidades negras y sus consejos comunitarios. Es en este contexto que Francia Márquez se ha ido perfilando y consolidando como una mujer negra con grandes capacidades de liderazgo y coherencia política con sus bases sociales desde su Cauca natal. Nadie la había visto venir como una persona que podría posicionarse en escenarios de la política nacional. Luego de ganar el premio Goldman Environmental en 2018, se hizo conocer más por el gran público. A su vez, sus alianzas con Gustavo Petro y otros sectores progresistas de la política nacional en torno a la defensa del medio ambiente, la vida, las diversidades sexuales, étnicas y raciales han contribuido a visibilizarla en distintos espacios de la política nacional.

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Con sencillez, este último encontró en ella una mina de oro cuyo brillo refleja la brillantez, la inteligencia, el coraje y la abnegación del personaje, aunque ella no deja de desatar amor y odio, aceptación y rechazo en la opinión pública colombiana. A pesar de los reconocimientos a su labor ambiental, social y humanista, Francia sigue transcurriendo por senderos plagados de obstáculos, de los cuales destaca el racismo sistémico. Más aun cuando invoca sus ancestralidades africana y afros, el muntu y el “soy porque somos”. Y el rechazo se endurece más cuando su aura refleja la solidaridad con la cual su gente negra de la Colombia negra la apoya mayoritariamente con sus votos, después de haber votado por los partidos tradicionales en 200 años de vida política de esta nación colombiana.

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Me refiero a las épocas que remontan al 17 de diciembre de 1819, cuando se creó la República de Colombia como la Gran Colombia, en la ciudad de Santo Tomás de Angostura, a orillas del río Orinoco, hoy Ciudad Bolívar, en Venezuela: su ordenamiento territorial incluía los departamentos de Venezuela, Cundinamarca y Quito, con sus respectivas capitales (Caracas, Bogotá y Quito).

La Gran Colombia fue la consolidación de un gran Estado entre las ruinas de la guerra de independencia en la cual participaron no solamente los criollos, sino también gente negra e indígenas: estaba étnicamente compuesta por negros, indígenas, mestizos, mulatos, mestizos, criollos y blancos europeos. De allí, las transformaciones sociopolíticas dieron lugar a la República de la Nueva Granada (1831-1858), la Confederación Granadina (1858-1863), los Estados Unidos de Colombia (1863-1886), la República de Colombia (1886-1903), y luego el período de los grandes altibajos sociopolíticos marcado por la pérdida de Panamá en 1903 y las reformas constitucionales que culminan en 1991, año en el cual reinició una nueva etapa de la República de Colombia con la Constitución de 1991, con base en la cual funciona el Estado colombiano hasta hoy.

Pues tras los más de 500 años de altibajos, vicisitudes e intemperies políticas, la consolidación de una Colombia multicultural y pluricultural donde la interculturalidad podría estar mediando gran parte de las relaciones sociales y políticas tarda en hacerse realidad. Las elecciones legislativas y presidenciales de 2022 muestran que persisten fuertes prejuicios y estereotipos hacia el hombre y la mujer negra e indígena. Francia Márquez contribuye a afianzar esta situación desafortunada de los efectos nefastos del racismo a secas y el racismo sistémico.

Ante la subida y popularidad desenfrenada de Francia, algunos sectores de la población colombiana de los cuales destacan ciertos integrantes de la clase política dominante en Colombia recurren a discursos racializantes muy ligados al racismo sistémico como solución a los grandes males que afectan Colombia. Se trata de un racismo que sirve para mantener y proteger una idea de supremacía (identitaria, ideológica y política) bajo el velo de una aparente armonía racial en la vida cotidiana en el país; lo que refleja un problema estructural que echa sus raíces en la historia de Colombia. Con el activismo y protagonismo político de Francia Márquez se está dando cara y poniendo freno a las diversas formas de expresión de dicha supremacía. El personaje se vuelve el objetivo más visible del anhelo y apego a críticas acerbas y actos racistas que se alimentan de esta idea supremacista, igual que de su sistémica respuesta violenta y excluyente ante cada uno de sus avances y logros políticos. Es una figura popular y política que, contra vientos y mareas, apuesta por hacer realidad la victoria del cambio, enfocado en la igualdad social.

Ante la persistencia de expresiones profundamente insultantes, deshumanizantes y denigrantes dirigidas contra Francia desde que se posicionó en la arena de la política nacional para ejercer su derecho de ciudadana colombiana conectada a las bases populares, me pregunto ¿qué tan agotador es ser una mujer negra, lideresa social y política con tremenda trayectoria en Colombia? Habiendo inicialmente gozado del apoyo de gente negra progresista, Francia ha ido aumentando su caudal político en el país por su coherencia, firmeza y sencillez no solamente porque sus orígenes sociales y económicas son humildes, sino también debido a su capacidad de seducción política y superación de sí misma: ¡supo y pudo convencer a pesar de todo! Así las cosas, ha podido conectarse con el resto de las mujeres de este país por medio de sus discursos y acciones políticas conectadas a su experiencia vivencial y a su pasado de mujer rebelde y luchadora que no baja la guardia ante las amenazas y atentados contra su vida y los desmanes contra su honra y dignidad.

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Lo anterior se entiende mejor en un contexto social marcado por el racismo sistémico; por lo cual la presente columna pretende ayudar a comprender más el racismo sistémico, que afecta vidas y experiencias de la gente negra en el país, y más aún cuando se lanza uno en la competencia política con el compromiso de contribuir a desmontarlo a través de la acción política vehiculada por los canales de la participación y representación política en pleno siglo XXI.

El análisis del racismo sistémico sostiene que este está en las estructuras y relaciones sociales de la sociedad; es decir que el racismo es un principio organizador y estructurador del sistema social o la sociedad: ancla sus raíces en el pasado y dinamiza su persistencia hasta nuestros días. En este sentido, el racismo deja de ser considerado un hecho aislado o una anomalía de la sociedad, pues no se trata de sucesos puntuales o esporádicos, relativamente violentos y denigrantes, sino de un sistema de dominación basado en la racialización de las diferencias y la inferiorización de la alteridad. El racismo sistémico habla de una serie de pensamientos materializados en actitudes de diferenciación radical, reduccionista y determinista. Tiene nexos con el racismo institucional y el racismo estructural sistémico que también reflejan formas de pensar, hablar y accionar que abogan por la estigmatización, invisibilización, exclusión, discriminación, agresión, explotación y expoliación, entre otras.

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Ahora, con el ascenso de Francia Márquez al poder en calidad de vicepresidenta, pese a las criticas acerbas contra su persona que apuntan, por ejemplo, a su falta de experiencia política, se espera que siga gozando de una legitimidad política derivada de su conexión con las bases sociales y populares en general y de las poblaciones negras de Colombia en particular. Pues se trata de una persona con una ética política distinta de las más tradicionales, una lideresa social afro con visión transformadora que se asume desde una actitud rebelde. Se espera que su posicionamiento al nivel más alto de la política nacional permita seguir luchando mejor contra todas las formas de discriminación y racismo en el país, incluyendo el racismo sistémico. Por más que los sectores más racistas de la clase política colombiana y los segmentos más conservadores de los sectores sociales hayan convertido a Francia en el chivo expiatorio que buscan incansable y desesperadamente sacrificar en el altar del racismo sistémico, el personaje cobra mayor fuerza y se vuelve más visible en la política nacional, pues inspira más esperanzas para mujeres y hombres, principalmente subalternos de este país y, suscita mayor admiración e interés entre gremios, jóvenes, estudiantes y grupos académicos entregados a la reflexión crítica y a debates constructivos desde la intelectualidad progresista y el compromiso político con las bases populares y marginadas.

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Inició la era de Francia Márquez, en su posición de vicepresidenta del gobierno de Gustavo Petro. Eso convoca a la necesidad de potenciar las políticas de lucha a favor de la justicia social, étnica y racial en el país; abre un amplio abanico de posibilidades para robustecer acciones políticas y transformar la indolencia ante todas formas de lógicas y prácticas totalitarias que han agudizado el empobrecimiento, la exclusión y la marginación del conjunto de los sectores más vulnerables de la población colombiana. Pero para que esto pueda consolidarse en el tiempo se requiere que las manos y los brazos de los pueblos negros, afros, palenqueros y raizales, igual que las de las bases populares e intelectuales de corte progresista y crítica de este país, sigan rodeando al personaje. Así se podría definitivamente ir haciendo realidad sueños rotos y antaño inalcanzables, distanciándose cada vez más de las prácticas indignantes y las lógicas imperantes de indiferencia, indolencia, desprecio, venganza, retaliación, odio y abandono.

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Estas líneas están escritas desde la urgencia del presente con el fin de contribuir a comprender mejor lo que está sucediendo en Colombia, con la emergencia de Francia como una figura y actriz política desde los márgenes de las políticas más tradicionales del país. Sin duda, es una activista ambientalista con compromiso político desde los territorios ancestrales y afros de su Cauca natal, una personalidad política racializada que causa molestia y miedo radical sobre todo entre las clases oligárquicas y reaccionarias del país. En definitiva, las fuertes expresiones del racismo sistémico en el país ante la participación política de Francia Márquez desvelan la persistencia de esta problemática social, cuya magnitud y profundidad no son bien conocidas en el país y, con frecuencia, ignoradas, deformadas o minusvaloradas. En estas condiciones marcadas por una tradición de democracia de élite, Francia, aun dispuesta a dialogar con todos los sectores de la población colombiana, resiste a los golpes politiqueros y racistas recibidos, y se proyecta cada vez más como el sueño de una vida más digna y cargada de esperanza, sobre todo para las mujeres, las negritudes, los indígenas, campesinos, niños y niñas, trabajadores: para los de abajo y quienes vienen desde abajo.

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Por Maguemati Wabgou

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