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Un brindis por la muerte

Columnista invitado EE y Truman Percales

04 de mayo de 2024 - 10:11 a. m.

Cuando Alejandro Magno ordenó detener el paso de la temida caballería macedónica frente a la ciudad amurallada de Gaza, en su camino hacia Egipto, su mente prodigiosa, educada por el maestro Aristóteles, entendió que, para cumplir el sueño de erigirse en el hombre más importante de su tiempo, necesitaba aniquilar a los sátrapas que sostenían el equilibrio en el Imperio persa, exterminarlos a todos como a perros, con gran crueldad y notoriedad, perforando sus tendones de Aquiles, y arrastrarlos amarrados a un carro de guerra hasta su muerte, mientras los nuevos súbditos contemplaban en silencio y temerosos el ejemplar castigo.

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La crueldad y la ausencia de límites, aceptadas de facto como método en el tablero de las relaciones internacionales y en los diferentes conflictos bélicos que nos acechan, son atributos de un poder omnímodo, divino y fanático. En las mentes de los dirigentes y sus secuaces se ha instalado el convencimiento de que la aniquilación de las poblaciones civiles es más importante que ganar la guerra. No importa si las acciones militares carecen de proporcionalidad y distinción, y si las declaraciones genocidas que las acompañan contravienen el derecho internacional humanitario y vulneran los acuerdos que buscan proteger a los inocentes en medio de las hostilidades.

Para seguir adelante con la mentira, se arroja sobre las víctimas de los conflictos la responsabilidad de su propia desgracia. Han muerto porque estaban en una distribución de alimentos, nos dicen los verdugos que los bombardean y los han condenado a la inanición. El agresor se siente agredido y reclama el derecho de defenderse. El poder en el mundo solo sabe decidir entre la muerte y la muerte, para permanecer en la nada. Asistimos, impasibles, a la naturalización de los crímenes de guerra y a su justificación en función de quien los realice. La supervivencia personal construida sobre la vida de otros debe ser una tarea agotadora. Es tan surrealista la esquizofrenia colectiva en la que está sumida la comunidad internacional y sus mandamases que se llega a acuerdos rimbombantes con la certeza de que la firma estampada, la palabra dada, el apretón de manos frente a la cámara, solo ratifica lo contrario de lo que está escrito o dicho delante de los ojos de quienes aplauden convencidos en un engalanado salón de ceremonias. La diplomacia de la mezquindad. Todo es susceptible de cambio y manipulación minutos antes o después, y todo está pensado para que la realidad perviva colgada de un hilo de incertidumbre y horror en mitad de una anarquía cada vez más extendida, que es una expresión cruel e inhumana en la que el poder se manifiesta.

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Las pausas humanitarias que se reclaman aquí y allá para aliviar a los heridos y enfermos y dar de comer a los hambrientos son una bocanada de aire seco y maloliente en el proceso de la asfixia, un compás de espera para que la muerte descanse un tiempo, y vuelva con fuerzas renovadas. Los criminales, y los que creen no serlo, caminan a sus anchas de la mano por los pasillos de un mundo desnudo, extendiendo agravios y abrazos según convenga, calculando las amenazas que se ciernen sobre sus cabezas en cada brindis por la muerte. Se urden, en una partida infinita, conspiraciones, treguas, magnicidios, complots, amenazas, matanzas, genocidios, y con ello se destruye la esperanza, la vida de quienes padecen una crueldad insoportable, de quienes abrazan el cadáver de un hijo envuelto en una sábana blanca para sentirlo por última vez. Se abren puertas llenas de hambre, enseñando la salida a millones personas que subsisten como animales abandonados. Se lanza desde las azoteas a quienes se resisten. Se aniquila a los oponentes políticos en los confines de la tierra o se condena a la muerte en vida a quienes nos descubren las mentiras del poder. Se trocean cuerpos en delegaciones diplomáticas inmunes. Se siembra con plomo la tierra, mientras se tira comida desde el aire para aliviar la conciencia. La maldad es la cara oscura del miedo alojada en una esquina profunda del corazón. Sufren todos esos criminales y sus cómplices, no tanto como sus víctimas, pero sufren parapetados en su trinchera, con el estómago lleno y los hijos vivos.

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El nuevo orden multipolar ha sido analizado desde los centros de pensamiento como el antídoto al poder hegemónico tradicional, y como una oportunidad para consolidar el equilibrio de fuerzas en la escena internacional, pero el efecto real es el auge y la proliferación de la barbarie en las relaciones internacionales. La sociedad de naciones ha adoptado un orden multicaótico y reaccionario, no basado en reglas, donde crece la impunidad y el dolor. Como nos ha explicado el pensador Alain Badiou, el resultado es un estado generalizado de desorientación en la sociedad y una profunda desafección hacia lo humano. Un camino hacia la guerra permanente.

Por Truman Percales

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