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La dignidad de María Corina Machado, premio nobel de la Paz

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Columnista invitado EE: Bret Stephens
19 de octubre de 2025 - 05:05 a. m.
“El Nobel de Machado llamará la atención sobre la represión del régimen, pero es probable que el efecto sea efímero y leve”: Bret Stephens.
“El Nobel de Machado llamará la atención sobre la represión del régimen, pero es probable que el efecto sea efímero y leve”: Bret Stephens.
Foto: AFP - JUAN BARRETO
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Según el testamento de Alfred Nobel, el Premio Nobel debe concederse a quien “durante el año precedente, haya conferido el mayor beneficio a la humanidad”. Nótese la palabra “precedente”: aquellos de nosotros que pensamos que Donald Trump merece el Premio Nobel de la Paz por su contribución al fin (o al menos a la suspensión) de la guerra en Gaza tendremos que esperar hasta que se anuncien los premios del año próximo.

No deberíamos contener la respiración.

Mientras tanto, el Comité Noruego del Nobel eligió bien al conceder el Premio Nobel de la Paz de este año a María Corina Machado, lideresa de la oposición venezolana de 58 años que ahora se esconde del régimen de Nicolás Maduro. Al hacerlo, el comité también imputó a ese régimen y a su historial de 26 años de ruina, ejecutado en nombre del socialismo “bolivariano” con el apoyo crédulo de muchos progresistas occidentales.

Machado hizo méritos para ganarse el Nobel el año pasado cuando, tras ser impedida por el gobierno para postularse a las elecciones presidenciales, apoyó a Edmundo González, un candidato no partidista, contribuyendo así a consolidar un bando opositor que estaba dividido. González ganó la votación por más de dos a uno, según encuestas independientes, solo para ver cómo Maduro ignoraba el resultado y se instalaba para otro mandato de seis años, encarcelando a casi 2.000 disidentes políticos.

La propia carrera de Machado como disidente comenzó hace más de 20 años, después de que cofundara un grupo de observación electoral por su temor a que el predecesor inmediato de Maduro, Hugo Chávez, estuviera socavando de manera sistemática las instituciones democráticas de Venezuela. En 2005, el régimen de Chávez la acusó de traición por apoyar un referendo revocatorio; en 2014, volvió a ser acusada de traición por participar en protestas contra el régimen. En 2024, publicó un ensayo de opinión en The Wall Street Journal que comenzaba así: “Escribo esto desde la clandestinidad, temiendo por mi vida, mi libertad y la de mis compatriotas de la dictadura dirigida por Nicolás Maduro”.

Ese historial de clarividencia y valentía contrasta de forma aguda y vergonzosa con la credulidad de los compañeros de viaje del régimen en Occidente. Entre ellos, Naomi Klein, la escritora canadiense, quien en 2007 alabó a Chávez por convertir a Venezuela en un lugar donde “los ciudadanos habían renovado su fe en el poder de la democracia para mejorar sus vidas”; Chesa Boudin, exfiscal del distrito de San Francisco, quien en 2009 aplaudió el “compromiso con el proceso democrático” de Chávez cuando el líder abrió “la puerta a su posible mandato vitalicio”; y Jeremy Corbyn, exlíder del Partido Laborista británico, quien en 2013 aclamó a Chávez por “demostrar que los pobres importan” y hacer “enormes contribuciones a Venezuela y a un mundo muy amplio”.

Desde que se hizo evidente la catástrofe del chavismo —aumento vertiginoso de las tasas de asesinatos, escasez y hambruna generalizadas, millones de personas que huyen a pie del país, dirigentes acusados de enriquecerse con el narcotráfico—, estos antiguos aliados, en su mayoría, han guardado silencio. Al parecer, Klein dejó escapar algo sobre el “petro-populismo” del régimen, pero, tomando prestado un eslogan familiar a su bando, cuando se trata de Venezuela, el silencio es violencia. Optar por ignorar la catástrofe allí solo sirve para perpetuarla.

¿Qué debería hacerse?

En enero, señalé en una columna que todo lo que se ha intentado hasta ahora ha fracasado. Elecciones: robadas. Sanciones: ineficaces. Órdenes de detención y recompensas: lo mismo. El Nobel de Machado llamará la atención sobre la represión del régimen. Pero, como pueden atestiguar otros galardonados disidentes, es probable que el efecto sea efímero y leve. El premio de la paz de 2021 a Dmitry Muratov, director del periódico independiente ruso Novaya Gazeta, no hizo nada para impactar al gobierno de Vladimir Putin; el premio de 2023, a la activista iraní de derechos humanos Narges Mohammadi, no hizo nada para liberarla de una prisión iraní.

Queda la opción a la que el gobierno de Trump parece inclinarse cada vez más: el cambio de régimen.

La mejor manera de lograrlo es ofrecer a Maduro y a su círculo íntimo el equivalente de la opción Bashar al Asad: el exilio permanente en un Estado amigo, si no Rusia, probablemente Cuba. Eso podría ir acompañado de una oferta de amnistía masiva para los funcionarios civiles y militares de bajo rango del régimen, siempre que juren lealtad a un gobierno democrático bajo un líder elegido de manera legítima.

Este parece ser el verdadero propósito de la diplomacia armada que Trump ha desplegado en el Caribe: inducir suficiente miedo como para que los malos huyan. También es la opinión de Machado: Maduro y sus compinches, dijo a la BBC la semana pasada, “no se irán a menos que se dé cuenta de que existe una amenaza creíble, de que las cosas van a empeorar cada día que pase para ellos”. Pero eso, a su vez, requiere que el gobierno de Trump esté dispuesto a continuar la escalada, hasta llegar a una confrontación militar a gran escala.

Eso entrañaría riesgos incuestionables y mortales, tanto para los venezolanos como para los estadounidenses. También podría poner permanentemente fuera del alcance de Trump el tan ansiado Premio Nobel de la Paz.

Por otra parte, hay premios de la paz más importantes que el Nobel, un premio que nunca ganaron Winston Churchill, Franklin Roosevelt, Harry Truman ni otras figuras de la historia mundial que sabían que el camino hacia la paz no siempre pasa únicamente por la paz. Si el sacrificio que debe hacer Trump para poner fin al horror del régimen de Maduro es renunciar a ese premio, puede consolarse con el hecho de que Machado dedicó su galardón “al sufrido pueblo de Venezuela y al presidente Trump por su decisivo apoyo”.

Ahora es el momento de actuar.

(c) The New York Times.

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Augusto Susto(05139)19 de octubre de 2025 - 10:46 p. m.
Si el premio nobel a Harry Truman por las bombas atómicas que lanzó en Japón, de donde sacaron este columnista tan arrodillado.
Felipe Fegoma(94028)19 de octubre de 2025 - 10:43 p. m.
Lo vergonzante es que haya gente que se dice de izquierda y defienda a una dictadura tan militar y tan fascista como la de Pinochet y solo por odio al gringo. China, Rusia e Irán, "modélicas democracias" que cubren mil veces las sanciones gringas al régimen militar que impusieron Hugo Chávez, Vladimir Padrino y Diosdado Cabello, que no eran albañiles, sino militares. Resultado, un país destrozado por militares que se lo roban todo poniendo en el gobierno a un deficiente cognitivo.
Maritza López de la Roche(18452)19 de octubre de 2025 - 08:30 p. m.
Menos mal el editorial de hoy, de don Fidel Cano, contradice totalmente al columnista gringo y su percepción simplista. La situación de Venezuela requiere un análisis complejo y un manejo cuidadoso de las condiciones geopolíticas. Además, exige no perder de vista que estamos en el "vecindario" afectado.
Lalo Parrarro(70277)19 de octubre de 2025 - 07:36 p. m.
Esa mujer nació sin dignidad. Como traidora a los intereses del pueblo venezolano y la soberanía de su pais, debería ser juzgada por traición a la patria.
  • Felipe Fegoma(94028)19 de octubre de 2025 - 10:37 p. m.
    Por eso usted solito decide cuales son los intereses del pueblo venezolano.
Julián(2048)19 de octubre de 2025 - 05:32 p. m.
Causa estupor un escrito tan flojo y falto de objetividad que es lo que pregona la derecha vergonzante con su fuerza bruta y pisoteando la inteligencia y por supuesto la libre autonomía y determinación de los pueblos. Y el gringo ahí.
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