El 17 de diciembre de 1819, cuatro meses largos después de la batalla de Boyacá, Bolívar tuvo la inmensa satisfacción de ver constituida su “República de Colombia”, que había sido su sueño dorado desde mucho antes, “desde sus primeras armas”, como lo expresó en la Carta de Jamaica en 1815. Bolívar convocó un congreso en Angostura del Orinoco (a 300 Km de la desembocadura en lo que se llamaba la Guayana venezolana) con representantes de Nueva Granada y Venezuela, en diciembre de 1819, para formalizar sus conquistas bélicas. Nunca descuidó Bolívar la legalización de lo que obtenía por las armas.
La materialización del “sueño dorado” de Bolívar fue efímera: duró 11 años exactos: Del 17 de diciembre de 1819 al 17 de diciembre de 1830, el día de su muerte. Entonces la “Colombia” bolivariana se deshizo literalmente en pedazos. Para el momento de su muerte en San Pedro Alejandrino de Santa Marta, Bolívar era un paria en Venezuela (a pesar de todas su glorias) y su presencia era repudiada. Hubo tiempo, sin embargo, para resarcirse de esta infamia, de la que todos (o casi) eran (por no decir “eramos”) culpables.
Bolívar quiso la reunión de sus pueblos liberados “en grandes masas” (¡tales sus palabras!), grandes naciones, extensos territorios, patrias grandes. ¿Para qué? Para garantizar su soberanía: “repúblicas separadas […] -dijo- llegarían difícilmente a consolidar y hacer respetar su soberanía”. Doscientos años después esta sentencia cobra toda la vigencia que el genio visionario de Bolívar le imprimió en su hora.
Como lo he señalado antes (La revolución cultural nuestra (2023) y La gran “Colombia” de Bolívar en Angostura (2019)) no hay palabras para ponderar la bondad de la unificación de los territorios del norte de Suramérica. Como lo quiso Bolívar: Venezuela, Colombia (Nueva Granada) y Ecuador (Quito), si se reunificaran, armarían una de las potencias geopolíticas del planeta. Con una extensión de 2.350.000 Km2 vendría a ser el tercer territorio en extensión de América Latina solo inferior a Brasil y Argentina. Ocuparía el puesto 12 entre los países del mundo. Con su PIB expandido estaría cerca de la posición número 20 en el mundo en cuyo grupo solo brillan grandes luminarias, lo que nos admiraría y colmaría de orgullo. Su costa Caribe equiparía la de México sumada a América Central. Su costa Pacífica alcanzaría más de la mitad de la de Chile. Su riqueza mineral (petróleo, oro, cobre, níquel, carbón, etc) y biótica y ecológica sería asombrosa. Y con una muy amplia fuerza de trabajo circulando libremente.
Hoy parece lejana e ilusa la realización de Bolívar pero hubo una significativa nostalgia de los neogranadinos en torno a este proyecto en el siglo XIX: la Constitución de 1853, una constitución liberal, contenía un artículo “transitorio” que facultaba al ejecutivo de Nueva Granada (Colombia desde 1863) “para celebrar tratados con las repúblicas de Venezuela y Ecuador sobre el restablecimiento de la Unión Colombiana bajo un sistema federal”. Porque federal, por supuesto, tendrá que ser el nuevo gran país. También la Constitución de 1863 reitera en su artículo 90 la invitación hecha diez años antes para rematerializar el “sueño” de Bolívar.
En el siglo XX se han vuelto a escuchar algunas voces aisladas en el mismo sentido.
Qué grande sería luchar por este objetivo. Y no se tome como asunto partidista, de algún partido de coyunturas. Es cuestión de totalidad y de grandeza, en el sentido literal y físico de estos graves vocablos.