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Noviembre es una película sobre la toma del Palacio de Justicia, dirigida por Tomás Corredor y producida por Diana Bustamante. Es un drama que se desarrolla en un solo lugar —gran decisión del director—, el baño donde quedaron encerrados guerrilleros, funcionarios y magistrados.
Ni el cine de autor ni el drama contemporáneo hacen concesiones al sentimentalismo, al mercado o al panfleto. Corredor toma partido, afila sus argumentos y entrega un drama creíble; con aciertos en la participación de actores como Santiago Alarcón, Natalia Reyes, Bernardo Gutiérrez, Rafael Zea y Aída Morales.
Lo curioso es que, en medio de la balacera, lo elocuente es lo que omite el autor. Corredor se documenta bien y trata de respetar los registros y la memoria de lo que ocurrió ese día, en ese lugar, pero la verdad documental va en contra de la verdad dramática. El drama implica una reflexión sobre la moral, las incertidumbres y las epifanías de los personajes.
De todos los personajes, Manuel Gaona, interpretado por Alarcón, es tal vez el personaje mejor construido, el más claro. Una especie de testigo mudo de su propia muerte, del horror de esa acción armada, al que se le siente el miedo y la duda moral profunda.
Al contrario, el personaje de Natalia Reyes, que probablemente representa a Clara Helena Enciso, la única guerrillera sobreviviente, ocupa un lugar más visible pero poco creíble pues simplifica sus disyuntivas, su drama. ¿De verdad los guerrilleros van al combate con fotos de sus familiares y amigos en la billetera? El guion crea un personaje que tiene un momento de introspección que se convierte en una celebración del grupo guerrillero, emocional y sensible. El énfasis en esa humanización de los guerrilleros evita la elaboración sobre sus dilemas morales más profundos.
Se sabe también que ahí en el baño del tercer piso estaba Almarales. Muerto Otero, quedó como comandante de la operación, lo que quiere decir que tomó o debió tomar las decisiones más importantes. En la película, Almarales no tiene presencia. Corredor desaprovecha un elemento dramático esencial: quien lideraba, quien tenía en sus manos la posibilidad de rendirse, quien sabía que iba a morir y que, convertido en personaje dramático, podía expresar reflexiones más complejas sobre la guerra, es el personaje de Almarales.
Corredor cierra la película con un párrafo de epílogo, denunciando —no sin razón por supuesto— los asesinatos y la barbarie del ejército colombiano que respondió a la toma guerrillera.
Cuarenta años después, nos gobierna un exguerrillero del mismo grupo que se tomó el Palacio. Gustavo Petro, habiendo cumplido lo pactado de participar en la democracia, ondea la bandera del M-19 y se sube al estrado mundial a celebrar la guerra a muerte de Bolívar. No ha hecho nunca un reconocimiento hacia las víctimas de la responsabilidad de quienes se alzaron en armas.
Lo que extraño es una discusión sobre el error colosal que fue la lucha armada y esa toma en particular. A la presidencia de Petro y al guion de Corredor les falta la reflexión genuina de que la guerra subversiva, el alzamiento en armas, el secuestro, la integración con criminales, la locura desbordada de la masacre de Tacueyó, por ejemplo, y la toma del Palacio de Justicia tuvieron consecuencias graves para quienes participaron y, por supuesto, para la toda sociedad y el país.