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Los Chiquita Boys

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Columnista invitado EE: Tomás Uprimny Añez*
16 de agosto de 2024 - 08:00 p. m.
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Rara vez se discute en Colombia sobre cómo se discute en Colombia sobre la guerra. No se trata de un cándido trabalenguas escolar como el de los tres tristes tigres, sino de una tara muy grave que arrastra nuestra ya frondosa bibliografía bélica. Los colombianos hablamos mucho sobre la guerra en sí: ayer mataron a Fulanito, anteayer a Menganito, y la semana anterior Zutanito amaneció con la cabeza cortada. Pero sobre la manera en que hablamos de ella, y quiénes son los que hablan de ella, junto con sus posibles conflictos de interés, más bien pocón pocón. Hace unas semanas, sin embargo, algunos alcanzamos a vislumbrar la oportunidad de despojarnos para siempre de ese lastre tan nuestro.

La chispa del optimismo la prendió un reportaje del portal independiente Vorágine que ponía de manifiesto las relaciones laborales del académico Jorge Restrepo y el periodista Yohir Akerman, dos reputados investigadores del paramilitarismo, con Chiquita Brands, una de las empresas que financió el paramilitarismo. La chispa de optimismo de más arriba no fue un caramelo lírico, sino una descripción fáctica: pues tan rápido como se prendió, así de rápido se apagó, y al final, nada pasó. Tanto periodistas como académicos le hicieron una gambeta al debate, y ningún samaritano dijo ni mu. Apenas hubo, hasta donde sé, una ampliación del reportaje por parte de Cuestión Pública, una dupla de episodios de Presunto Pódcast, una nota editorial de La Liga Contra el Silencio y una columna de Lucas Ospina, pero todos sabemos que cuatro golondrinas no hacen verano.

La pieza de Vorágine, fechada el 23 de junio de 2024, revelaba que la defensa judicial de Chiquita Brands, la bananera gringa acusada en los Estados Unidos de patrocinar el paramilitarismo en la costa caribe colombiana entre 1997 y 2004, incluía dos singulares informes: uno de la firma Guidepost, en la que Yohir Akerman ocupa un alto cargo, y otro de Jorge Restrepo con nombre propio. Los quisquillosos reporteros de Vorágine leyeron de cabo a rabo esos peritajes a favor de Chiquita, rotulados con el sello de confidencialidad, y se tropezaron con unas tesis raras: como la de que, según Guidepost, los millones de dólares que Chiquita les abonó a las Convivir se dieron dizque en un momento en que no se sabía del vínculo incestuoso entre las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) y las Convivir, y que las voces que entonces denunciaban tal concubinato eran meras “oposiciones filosóficas” venidas de la izquierda. Vorágine refutó, pruebas en mano, ambas afirmaciones.

Ni corto ni perezoso, Jorge Restrepo, director del Centro de Recursos para Análisis de Conflictos (CERAC), un prestigioso centro de investigación académica que busca “contribuir a la reducción de la violencia armada mediante la provisión de información veraz, independiente, verificable y relevante”, no se quedó a la zaga. Vorágine cuenta que el profesor de la Universidad Javeriana minimizó el rol de las Convivir en la expansión de la liga paramilitar, lo cual equivale más o menos a negar que los humanos venimos del mono, y que envolvió el resto de su peritaje en una ciega escafandra de cartesianismo pirata: “Los recursos que obtuvieron los grupos de autodefensa o los grupos paramilitares de una fuente en particular no necesariamente causan o generan un tipo particular de violencia o inciden en los niveles de esa violencia en el tiempo”.

Y la cosa parece que va en chiste, pero no: va en serio: Restrepo afirma, con desparpajo aristocrático, que la plata desembolsada por Chiquita a las AUC para hacer la guerra no sirvió para que las AUC hicieran la guerra, a pesar, incluso, de que algunos de los comandantes de las AUC han testificado en versiones libres que fue con esa plata de Chiquita que las AUC compraron fusiles para –¡eureka!- hacer la guerra. Y es que es una perogrullada conocida desde los días remotos del estratega Sun Tzu, que unos cuantos trucos sabía sobre el arte de la guerra: “un ejército perece si no tiene dinero”. La plata aportada por los “terceros financiadores”, como los llaman los expertos en justicia transicional, es el oxígeno de la pólvora; mientras que la ausencia de ella (de la plata), su kriptonita.

Jorge Restrepo, sin embargo, no ha querido dar explicaciones por sus ocurrencias econométricas de Chespirito. Quieto en su cómoda poltrona de académico, indiferente a los gritos justos de las víctimas y a los reclamos minoritarios de la prensa, absorto en sus pensamientos, flotando en la burbuja de su álgebra marciana, y acaso meditando desde ya en las vueltas de tuerca de su próximo peritaje secreto, Restrepo ha preferido guardar un silencio total.

Bueno: no tan total. Lo rompió para señalar a Vorágine con el dedo escarlata de la estigmatización de ser la causa de unos hostigamientos verbales de la guerrilla del ELN contra el CERAC. Que Antonio García, el rufián al mando de los elenos, la emprenda contra cualquier opinador es una vergüenza, pero toca conceder que algo de lo que dice en su columna es verdad: que Restrepo narra mentiras. Porque eso son: además de su informe pro-Chiquita, Restrepo compareció en el juicio ante jurado en la Florida para testificar, según un boletín de La Liga Contra el Silencio, “que no hay apoyo estadístico para concluir que las AUC mataron a ninguna víctima en particular”. A mí las cuentas no me dan, porque entonces, ¿si no a matar y decapitar, a qué se dedicaban las monjitas de las AUC? ¿A vender paletas en el parque?

(A todas estas, ¿cuánto le pagó Chiquita a Restrepo? ¿Cuánto vale la conciencia de un académico? Uno que, a la postre, diga lo que diga, si es que alguna vez dice algo, es un bucanero a sueldo de una multinacional bananera. Algunos dirán que Restrepo es libre de defender a quien quiera en ejercicio constitucional de su libre albedrío. Sí y no. Que el doctor Restrepo defienda a una empresa cualquiera en un juicio cualquiera, vaya y venga. Pero es que no se trata de una empresa cualquiera, sino de Chiquita Brands: siniestro ave fénix renacido de las cenizas de la United Fruit Company, aquel nido de víboras cuyos crímenes, según el periodista Ignacio Gómez, que lleva veinticinco añitos escarbando en el prontuario de la compañía travestida de nombre, “tienen más de un siglo de impunidad”. Y son, a la vez, de una variedad babélica: golpes de Estado, asesinatos contra sindicalistas, estafa y robo, pillaje, tráfico de armas, encubrimiento, mentiras bajo juramento, a todo lo cual se suma ahora la probada ayuda financiera y logística al desaforado apetito de ogro de las AUC, que Restrepo busca empequeñecer.

Por su parte, el silencio de Akerman, reconocido columnista de investigación de la revista Cambio, duró menos. Al cabo de una semana, se despertó de su siesta y publicó una extensa y confusa jeremiada, recibida con alfombra roja por muchos de sus poderosos amigos de la aldea del periodismo, en la que dice que si patatín y luego que si patatán: que no tenía ni idea de aquel peritaje –pese a ser el director para América Latina de Guidepost-, pero que, ya leído, le parece buenísimo. Se escuda, además, en que su trabajo como investigador corporativo no riñe con su labor periodística. Puras patadas de ahogado: uno no puede ser carnívoro de ocho a doce y vegano de doce a cinco, así como uno no puede investigar por el día los entresijos del paramilitarismo y por la noche trabajar en una empresa que les lava la cara a los mecenas del paramilitarismo. O sí puede, pero al menos tendría que dejarlo explícito en su hoja de vida, y abandonar así la mala maña bíblica de que la mano izquierda no sepa lo que hace la mano derecha.

Arguye también Akerman que el análisis de Vorágine desechó varias decenas de páginas del informe para concentrarse en apenas diez de ellas. Es cierto que Vorágine ha debido publicar íntegros los textos de Guidepost y de Restrepo, y no solo un abrebocas de ambos, para que los lectores fuéramos directamente a las fuentes primarias, pero no deja de ser un comodín retórico para hacerle el quite al hueso del asunto. (A todas estas, ¿cuánto le pagó Chiquita a Guidepost? Porque hay que hablar de plata con franqueza en un juicio que versa precisamente sobre la plata: ¿cuántos ceros llevaba el cheque girado por Chiquita a Restrepo y Guidepost por sus servicios prestados a la patria?).

Para el dúo dinámico de los Chiquita Boys, su empleadora no es la malévola madrastra de Blancanieves, sino la impoluta e inocente Blancanieves: la buena del cuento. La realidad, no obstante, es muy distinta: Chiquita, con todo y su “tierno nombre en diminutivo”, es chiquita pero matona, como la definió lúcidamente hace ya varios años Rafael Nieto Loaiza. ¡Cómo! ¿Rafael Nieto Loaiza? Sí: Rafael Nieto Loaiza. Hasta un loco cantaletero de extrema derecha como alias Rafico parece sensato al lado de Akerman y Restrepo. Quienes, dicho sea de nuevo, la sacaron barata, pues nada de todo esto supuso siquiera una carta de protesta de sus almidonados colegas periodistas y académicos, que optaron por cumplir con la tradicional obligación de darse pasito entre ellos –quintaesencia del debate público nacional, tan poco dado a la crítica-. De manera que sigue siendo cierto: la ropa sucia se lava en casa.

Lejos de casa, por fortuna, la cosa fue distinta. La justicia norteamericana no sucumbió al hechizo de los argumentos terraplanistas de Guidepost y de Restrepo, y tras encontrar culpable a Chiquita Brands, le ordenó indemnizar con 38,3 millones de dólares a ocho familias víctimas de la yihad paramilitar auspiciada de buena gana por la bananera. En términos caseros, esto quiere decir que Chiquita sopló chorros de gasolina sobre la hoguera de sangre en que ardía el país, pues -como hace milenios dictaminó el rey de Macedonia Filipo, padre de Alejandro- el dinero es el “nervio de la guerra”. Lo era ayer, en los tiempos de Filipo, para aplastar con sus falanges de puercoespín a toda Grecia, y lo es todavía hoy, en la larga noche de piedra del paramilitarismo en Colombia, para despojar, asesinar y masacrar a campesinos pobres. Aunque eso a los Chiquita Boys les parezca una fábula. Una fábula sin moraleja.

* Periodista. tomas.u@lanoficcion.com

Por Tomás Uprimny Añez*

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Esteban(36704)04 de septiembre de 2024 - 04:30 p. m.
¡Excelente! Dicho con inteligencia, sarcasmo, elocuencia. Gracias plenas y abrazos totales. Bancho, alias Esteban Carlos Mejía
Fernando(01465)18 de agosto de 2024 - 08:11 p. m.
Excelente en su argumentación pero también en el estilo y precisión de su lenguaje esta gran columna. Ojalá siga colaborando con este periódico.
José(9532)18 de agosto de 2024 - 02:55 a. m.
Milagro: salió Daniel Coronel a defender los intereses de las víctimas en este caso y a atacar a su socio Akerman, a Jorgito y a los genocidas judíos. ¿Cierto que sería un verdadero milagro?
Alamo(88990)17 de agosto de 2024 - 11:38 p. m.
¡Cabal y ubérrima traición!! Qué podemos esperar de quienes "fungen" como guardianes "del bien". Gracias por su columna.
Guillermo(8126)17 de agosto de 2024 - 07:15 p. m.
¡Excelente artículo! "uno no puede ser carnívoro de ocho a doce y vegano de doce a cinco, así como uno no puede investigar por el día los entresijos del paramilitarismo y por la noche trabajar en una empresa que les lava la cara a los mecenas del paramilitarismo".
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