Los puertorriqueños están votando

Quizás te sorprendas al saber que algunas personas son consideradas como basura.

Hasta este momento, la estrella musical más escuchada de esta década, nació y se crió en un pequeño pueblo de Puerto Rico llamado Vega Baja. Es posible que Benito Antonio Martínez Ocasio, conocido en el mundo como Bad Bunny, no hubiera podido capturar la imaginación del mundo si hubiera nacido y crecido en otro lugar que no fuera Puerto Rico, también ahora conocido como “una isla flotante de basura” según el comediante Tony Hinchcliffe.

Pero es poco probable.

Verás, el pueblo vecino se llama Vega Alta, de donde proviene la familia Miranda. Resulta que el panorama desde Vega Alta es una gran perspectiva para escribir un musical sobre uno de los fundadores de nuestra nación, que creció en otra isla en medio del mismo océano.

Si manejas 30 minutos al este desde Vega Alta, estarás en San Juan, donde uno de nosotros comenzó una carrera musical muy diferente y terminaría vendiendo más de 70 millones de discos.

Podrías llenar el Madison Square Garden todas las noches durante varias décadas con todos los fanáticos de los artistas nacidos, criados o que se nutrieron en Puerto Rico. Como ha dicho la cantante Lucecita Benítez en sus conciertos, si levantas una piedra en Puerto Rico, conseguirás un artista. Nuestras pequeñas islas tienen una rica cultura e historia artística que fue ignorada y subvalorada durante demasiado tiempo.

Nos guste o no, y es obvio que a algunas personas realmente no les gustamos, los hilos de la cultura puertorriqueña están entretejidos en nuestra historia estadounidense compartida. Esa historia habla en voz alta y con orgullo a decenas de millones de estadounidenses.

No siempre fue así. Hasta hace poco, el rostro de los puertorriqueños en nuestra cultura estuvo distorsionado como una caricatura que todavía perdura en algunas mentes. Es posible que no aprecies la creatividad y la generosidad de los puertorriqueños si solo nos conocías como “los Sharks” de West Side Story.

Incluso después de que una de nosotros ganara un Oscar (la primera latina en lograrlo) por esa película de 1961, después del rol de Anita, la idea en Hollywood para una carrera era una sucesión de Lolitas y Conchitas descalzas en películas de vaqueros y pandillas.

Así que ya hemos estado en esta situación, y tenemos millones de razones para creer que el público ya la ha superado. Los desafíos que enfrentamos van mucho más allá de un chiste racista.

Cuando el huracán María devastó a Puerto Rico en 2017, el mismo año en que Luis Fonsi lideró las listas de éxitos en 47 países con su canción Despacito, el presidente Donald Trump reaccionó con un nivel de desdén con raíces profundas en décadas de racismo. “Quieren que se les haga todo cuando debería ser un esfuerzo comunitario”, tuiteó.

Esa actitud jugó un papel importante en su desastrosa respuesta al huracán y las más de 4.600 muertes innecesarias de ciudadanos estadounidenses. Los puertorriqueños no perdieron a sus seres queridos por pereza o falta de espíritu comunitario. Perdieron a sus familiares por falta de medicamentos, energía eléctrica y empatía.

No ignoramos las fallas muy reales del liderazgo puertorriqueño. De hecho, nos manifestamos abiertamente en las protestas masivas que llevaron a la renuncia del gobernador Rosselló, cuya gestión estuvo plagada de escándalos, y que jugó un papel en la respuesta fallida al huracán.

A pesar de todas esas dificultades, se ha necesitado resiliencia, inteligencia y trabajo arduo para sobrevivir y prosperar en lo que llamamos correctamente: una colonia. Se necesitan esas mismas cualidades para mudarse al Estados Unidos continental, para formar familias y carreras que expandan nuestra economía, nuestra cultura y nuestras comunidades.

Pero se necesita una ignorancia deliberada de la historia, las leyes y la política estadounidenses para culpar a los puertorriqueños por sus propios males.

En el archipiélago de Puerto Rico, más de tres millones de ciudadanos estadounidenses, dependen de una red eléctrica con décadas de inversión insuficiente, dejándola a merced del clima extremo. Las islas también necesitan inversión en nuestra gente: más médicos, enfermeras, maestros. Y los puertorriqueños sin duda merecen el mismo acceso a la asistencia alimentaria y Medicaid que sus primos que viven en el Estados Unidos continental.

Puerto Rico puede no tener voto en el Colegio Electoral, pero los puertorriqueños votarán en estados como Pensilvania, donde podríamos inclinar el resultado de una elección reñida. Nuestro voto no será una reacción a chistes racistas. Estaremos votando por el futuro de un país cuya población podría ser mayormente minoritaria a mediados de siglo. Eso no está tan lejos. Han pasado 25 años desde que comenzamos a cantar sobre Livin’ La Vida Loca.

Estados Unidos está cambiando, como siempre lo ha hecho: está cambiando su apariencia, lo que escucha, lo que come. Esos cambios ayudan a explicar por qué la reacción en apoyo a Puerto Rico y los latinos ha sido tan contundente. El público en general ama nuestra cultura de maneras que hacen que los chistes racistas suenen tan arcaicos como ofensivos. Nuestro cambiante sentido de identidad es inquietante para algunos y la reacción que provocan también forma parte de nuestra tradición estadounidense.

En Estados Unidos, nuestra capacidad de cambio es nuestro superpoder: la energía central que impulsa a nuestros empresarios, nuestros artistas, nuestros visionarios. Es una fuerza hermosa y creativa y proviene de un pueblo que es joven de corazón, que busca nuevas ideas y cuestiona las viejas formas.

Olvídense del ruido. Escuchen la armonía. Porque la historia nos está mirando.

(c) The New York Times