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Es muy fácil criticar el manejo de las relaciones exteriores cuando se desconoce que se involucra el destino de los pueblos. Precisamente, la irresponsabilidad es lo que se nota entre quienes pretenden que Colombia rompa relaciones y les dé la espalda a millones de personas que viven de lado y lado de la frontera con Venezuela.
Lo más grave es que ya ocurrió entre 2015 y 2022, cuando el cierre tuvo consecuencias sociales, económicas y humanitarias de una dimensión asombrosa. Por ejemplo, Colombia dejó de percibir cerca de 10 mil millones de dólares.
Pero vamos por partes. Una cosa es que Colombia rechace la violación a los derechos humanos, las acciones del gobierno venezolano contra la oposición y las irregularidades en el proceso electoral. Y otra que como país cerremos los ojos y, de manera imprudente, se arrase con el destino de las comunidades fronterizas por un cálculo político para intereses particulares.
No seremos nosotros los que sacrifiquemos al pueblo colombiano. Por eso, hemos hecho esfuerzos importantes para que los intercambios comerciales, migratorios y de convivencia social sean mecanismos que viabilicen la relación, necesaria para vivir en una frontera compleja y amplia. Nuestra política de restablecer las relaciones diplomáticas con Venezuela no solo se pensó desde el intercambio comercial, sino desde un contexto marco con la reapertura oficial de la Embajada en Caracas, el 5 de enero de 2023, y de consulados y la reactivación de la Comisión de Vecindad e Integración.
Las cifras demuestran una recuperación en varios ámbitos, aún lejos de lo que ocurría en la balanza binacional antes de 2015. El año pasado, el intercambio comercial creció 47 % en comparación con 2023. Solo en Cúcuta, hemos tenido una caída significativa en el índice de desempleo en 4,6 puntos porcentuales, adicional a la reducción de la pobreza monetaria, de 6,9 puntos porcentuales. En los últimos dos años, se redujo en 14,6 % la tasa conjunta de homicidios de Arauca, La Guajira y Norte de Santander. Son algunas cifras que demuestran la importancia, no solo de abrir la frontera, sino de reanudar relaciones con fines más allá del interés político.
Como canciller, recorrí la frontera para conocer de primera mano lo que piensan comunidades, autoridades, líderes sociales, ambientales y gremios económicos locales de la situación en Venezuela y del impacto sobre Colombia. Hay consenso en que no quieren que se repita el conflicto político y diplomático de siete años, donde quedaron heridas muy difíciles de sanar. Ni la ruptura de relaciones ni el cierre de frontera ni la afectación a nuestros connacionales son el camino para manifestar desacuerdo y marcar nuestras diferencias con la vía que ha tomado Venezuela.
Ese es el corazón de la decisión del gobierno colombiano. Y no se puede ignorar que Colombia ha tenido voluntad de contribuir para que Venezuela resuelva su situación interna. Pero jamás haremos nada que traspase las vías diplomáticas, el respeto a los derechos humanos y al derecho internacional.
En ese sentido, la política exterior frente a Venezuela tiene varias prioridades, como velar por nuestros intereses nacionales, tener una política de buena vecindad, proteger a los colombianos en ambos lados de la frontera, promover y sostener el multilateralismo y la integración regional, promover la paz y proteger la vida y los derechos humanos. Inclusive, acompañar, cuando así lo soliciten, al gobierno y al pueblo venezolanos en los procesos para resolver sus diferencias políticas. Colombia también ha sido claro, desde la misma noche del 28 de julio pasado, tras la jornada electoral venezolana, de reconocer un ganador una vez se publiquen oficialmente las actas de votación, acción obvia para reivindicar la decisión popular.
Lo hemos dicho una y mil veces en diversos escenarios. Pero sectores de oposición en Colombia lo han tergiversado para beneficio propio. Pretenden que la diplomacia se haga desde redes sociales, con voces altisonantes, sin el mínimo reparo en las consecuencias sobre las comunidades y los sectores de la economía. Son los mismos que en otras oportunidades han tomado decisiones desde la comodidad de las capitales que han dominado la acción del Estado, en detrimento de la Colombia extensa, que padeció en sus administraciones el abandono y la exclusión.
Este espacio no es para hablar de lo que pasa donde el vecino o, peor aún, para creer que podemos mudarnos de vecindario. No. Se trata de los efectos que tiene entre nosotros, en el pueblo colombiano, una diplomacia responsable y prudente frente al otro modelo de diplomacia, que solo buscaba titulares de prensa y tendencia en redes. A eso no le camino. La vía es salvaguardar el bienestar del pueblo y trabajar intensamente para que las relaciones con Venezuela no estén a expensas de las coyunturas políticas. Es lo que algunos no quieren entender. Que quede claro que somos directos y categóricos en la defensa de los Derechos Humanos, de la democracia y de la convivencia pacífica por encima de los intereses particulares o de sentimientos de poder geopolítico.
- Ministro de Relaciones Exteriores.