Música contemporánea para todos

Cuando los compositores académicos occidentales de nuestra era renunciaron a la tonalidad lo hicieron también a las grandes audiencias. La explicación es sencilla: salvo contadas excepciones, la sensación de familiaridad musical (lo que nos motiva a descubrir música y disfrutarla) en Occidente se sostiene en la relación de tensión-relajación propia del sistema tonal. Esta sensación se ha roto en el último siglo. Por familiaridad en la música me refiero a la capacidad que tenemos de predecir hacia dónde irá una pieza. En el marco del sistema tonal hablamos de que, si en una pieza podemos anticipar una línea melódica, una secuencia de acordes o una resolución, sentimos satisfacción, pues reafirmamos nuestro entendimiento del estilo. Ahora, cuando en el marco del estilo que conocemos estos códigos son transgredidos levemente, nos llevamos sorpresas agradables.

Son pocas las ocasiones en las que acogemos del todo un paradigma estético nuevo, pues a la gran mayoría puede parecernos extraña, ininteligible y desarraigada una música en la que no encontramos fácilmente referencias evidentes. Esto pasa con la llamada música contemporánea, que abarca movimientos como el dodecafonismo, el serialismo, la música concreta y la electroacústica, el minimalismo, la nueva complejidad y tantos otros que surgen todo el tiempo en todo lo largo y ancho del mundo. Estos movimientos musicales ya no tienen nada que ver con nuestra referencia principal: la tonalidad.

La evidencia de la desconexión del público con el repertorio académico contemporáneo se nota en la asistencia a conciertos. Muy pocos compositores de los siglos XX y XXI convocan a tantas personas como lo hacen los clásicos. Niños, jóvenes y adultos de diferentes contextos sociales y geografías gozan a los taquilleros Haydn, Mozart y Beethoven, mientras que solo los leídos en temas de la alta cultura asisten y asienten en conciertos con obras de Arnold Schönberg, Pierre Boulez y John Cage.

Pues bien, Ricardo Jaramillo, director de la Orquesta Nueva Filarmonía, parece ser consciente de esa situación problemática del público y el repertorio contemporáneo. La solución que ofrece al problema es sencilla y a mi parecer apropiada: comunicación honesta, asertiva y empática. Fui a verlos por un corto video de un minuto que circulaba por redes sociales, en el que Jaramillo invitaba a escuchar obras de compositores colombianos “que nos hablan sobre la pandemia, el racismo, el cambio climático y la femineidad”. ¿Cómo resistirse a tan atractiva y pertinente invitación?

En el concierto, Jaramillo habló antes o después de cada ejecución para conectar con la audiencia. Lo hizo con humor y con generosidad de profesor. Al hablar de la obra Feroz: femineidades contorsionantes, de Carolina Noguera, dijo: “Si a alguien le pareció extraño lo que acaba de escuchar no se preocupe, es normal”. Y luego invitó a la compositora a la tarima para que explicara el origen de la pieza, su lectura como mujer de la rajaleña huilense. De la composición Aire, aire, no puedo respirar, de Andrés Posada, anunció que se trataba de una elegía a la muerte de George Floyd, afroamericano asesinado por la policía en 2020. Su explicación fue clave para entender las bocanadas sonoras que se movían al ritmo de una respiración que cesa por asfixia. También hizo anotaciones musicológicas en un lenguaje muy sencillo sobre B Sides, de James Díaz, y de Cavatina, de Gustavo Parra.

Fue grato ver cómo un cierto ambiente enrarecido al inicio del concierto terminó convirtiéndose en un espacio de disfrute y de miradas de sorpresa de parte de la audiencia, gracias a la generosidad y astucia de Ricardo Jaramillo, así como por el buen desempeño de una orquesta que suena bien y que, de encontrar apoyo institucional y un público fiel, pronto les dará la talla a las orquestas más reconocidas del país. Enhorabuena por la Nueva Filarmonía.

* Realizador radial de Javeriana Estéreo