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Hace dos semanas, el moll de la fusta, un emblemático sitio en el puerto de Barcelona fue el epicentro de una gran movilización social que congregó a miles de personas entre banderas y consignas y bajo el radiante e insolente sol de final del verano europeo: despediamos a la Global Sumud Flotilla. Más de 20 embarcaciones y más de 300 personas que se encontrarán con otras 30 embarcaciones y unas 300 personas más sobre la ruta, zarpaban con destino a Gaza en lo que se considera la mayor misión humanitaria de este momento, con el objetivo de romper el bloqueo impuesto por Israel y que está llevando a que un pueblo muera de hambre ante los ojos aterrados del mundo.
Tuve el honor de acompañar y despedir a las integrantes de la delegación colombiana en la Flotilla de la libertad, un grupo de valientes y comprometidas ciudadanas que se embarcaron en esta travesía hasta la otra punta del Mediterráneo, cargadas de alimentos, medicina y mucha determinación para conseguir su objetivo.
Y justamente quiero hablar de eso: de lo que significa que en medio de un contexto global tan difícil en el que la vida está valiendo tan poco, sean personas comunes y corrientes –con destacadas excepciones como Mark Ruffalo y Greta Thunberg– quienes deciden subirse a un barco y surcar un mar para demostrar la solidaridad con un pueblo que está sufriendo.
En una sociedad profundamente individualista y materialista en la que se prioriza el rendimiento económico por sobre el valor de la propia vida –y en la que incluso no hay un consenso sobre lo que Hannah Arendt llamó “la banalidad del mal”–, que seres humanos se levanten para señalar algo que en su conciencia y corazón consideran injusto enfrentándose a múltiples riesgos es una muestra de que no hemos fracasado como humanidad: mientras exista solidaridad entre personas, pueblos y naciones y mientras sigamos levantando nuestras voces ante lo injusto con valentía, hay esperanza.
A quienes, con voz crítica preguntan por qué Gaza y no el Catatumbo, no el Cauca, no el Congo, Ucrania o Sudán o cualquiera de los 56 conflictos bélicos que tiene lugar en este momento en el mundo según el Índice Global de Paz, quiero decirles que estamos viendo a través de nuestras pantallas cómo se está eliminando a un pueblo y que el corazón no es tan pequeñito como para únicamente poder solidarizarse con quienes se encuentran cerca geográficamente. Cuando comprendemos que en muchos sitios del planeta estamos viviendo opresiones y dolores y empatizamos, nos volvemos más humanos y, posiblemente, podemos empezar a construir la paz que requiere con urgencia este mundo, esta especie y, especialmente, esta generación: mi generación.
Adenda: A las compatriotas rumbo a Gaza y a la delegación en tierra: ¡Gracias!
* Activista y defensor de derechos humanos