“Lorenzo es ciego. Es ciego porque es el único técnico de Suramérica que no ha visto el talento de Juan Fernando Quintero”.
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En la tierra de Shakira, y contra todo pronóstico, el público le cumplió. Después de graduarse de pésimo estratega frente a Bolivia, Uruguay, Ecuador y Brasil, la hinchada, para decirlo en su español de Villa Celina, lo bancó. Los hinchas llegaron más por tradición que por los resultados de la Tricolor. Pues bien lo describió el escritor caribe Álvaro Cepeda Samudio, cuando bautizó al Junior como “la querida de Barranquilla”. Sus razones las explicó el hijo más mentado de San Bernardo del Viento, Juan Gossaín. Él escuchó cada puteada de los hinchas rojiblancos cuando su equipo perdía. Copió, literal, el grito que entró por su ventana: “¡No vuelvo más nunca a este estadio a ver ese equipo de mierda, estos vagos ni siquiera sudan, maldita sea mi suerte!”. No obstante, al próximo partido, todos cumplían la cita y llenaban las tribunas.
Esa frase no fue solo para el Junior. Después de la final de la Copa América de 2024, es para la Selección Colombia en pleno. Misma que, aunque juegue mal, los hinchas la apoyan y gastan lo que no tienen para verla, pero Lorenzo y los suyos, sin pudor, siguen dando pena. La cita fue contra Paraguay y se hizo lo que se hacía antes en Barranquilla, marcar dos goles antes de los primeros quince minutos. La mesa estaba servida, pero Lorenzo hizo todo lo posible para pasar una vergüenza más. No le bastó con su embarrada monumental en Brasil, cuando sus jugadores, a puro fútbol verraco, le empataron el partido a la pentacampeona del mundo. Él no vio nada, no escuchó nada y no dijo nada. Hizo los cambios cuando ya pa’ qué. No vio que Luis Díaz y James Rodríguez arrastraban las piernas. Los vio heridos y los dejó morir con los guayos puestos. Cuando sacó a James, el punto valiosísimo ya no estaba ahí.
En el Metro lo hizo de nuevo. Colombia ganaba 2 – 0 y Paraguay, fiel a su herencia guaraní, dio pelea. Nos metió en nuestro arco y Lorenzo no se dio por enterado. Se salvan Luis Díaz, Arias y Durán. Faltaban noventa segundos para que se acabara el primer tiempo y tuvimos dos laterales a favor. Daniel Muñoz, el peor de todos en esta doble fecha, los hizo mal. Regaló un tiro de esquina. Para colmo de males, Camilo Vargas salió a cazar mariposas de forma horrorosamente histórica. Muñoz no marcó y Paraguay descontó. A Muñoz no se le podía sacar del juego, pues el técnico convocó de suplente a un lateral veterano que nunca marcó y nunca atacó bien, Santiago Arias. Mientras tanto, Andrés Román pasaba saliva desde su casa. Ni una buena convocatoria sabe hacer, pues en un fútbol en el que los laterales son esenciales, ni Román ni Angulo, dos realidades en las bandas, recibieron el pulgar arriba del seleccionador.
Al camerino llegamos un gol arriba y Lorenzo siguió mudo. No dijo nada. Alfaro sí habló y demostró su experiencia. Paraguay salió al segundo tiempo con la furia del local. Colombia seguía perdida y llena de nervios. No daba tres pases seguidos y el balón les quemaba a todos. Se nos venían encima y Lorenzo mandó a Mina y a Campaz. Sacó a su hijo más mimado, James, y a una pieza clave, Arias. Hizo la gran Pékerman en Brasil 2014, cuando sentó a Abel Aguilar para meter a Guarín y Brasil nos eliminó. Abel era pieza fundamental en ese equipo, igual que Arias en el de hoy, pero Lorenzo es ciego. Es ciego porque es el único técnico de Suramérica que no ha visto el talento de Juan Fernando Quintero. La explicación más lógica es que sea hincha tapado de Boca y que le cobre al zurdo paisa el gol de la final de Madrid. Es eso, o definitivamente Lorenzo sabe más de cualquier otra vaina, menos de hacer cambios en el fútbol. Que Quintero no viera un minuto en cancha en esta doble fecha es prueba incontrovertible de su ceguera futbolística. Y no, no es que siempre sean mejores los que están afuera, es que, si James está que no puede ni respirar, el cambio natural es Quintero. Eso lo saben desde el papa Francisco hasta los dioses chibchas.
Sin embargo, los males de Lorenzo siguen. Televisores de por medio, millones de colombianos le recordamos la existencia de Quintero y un poco también, no literal sino desde los códigos del folclore futbolero, la de su madre. En la cancha, casi 50 mil voces se unieron y al unísono lo putearon. Él se hizo el sordo y firmó, como el artista que es, un cuadro horrible que retrata el presente nefasto del fútbol colombiano. Hoy Colombia es sexta entre diez, y si la FIFA no diera cupos como tamales en elecciones, no iríamos al Mundial.
La vergüenza es absoluta y Lorenzo ni disculpas pide. Además, de todas las canciones de la gran Shakira, como “Waka-Waka” y “La La La”, el argentino prefirió ser ciego, sordo y mudo. Lorenzo decidió ponernos a llorar y no facturar en puntos. Él, como técnico, no hace los cambios que le demanda el juego, no motiva a sus jugadores, no ve lo que sucede en la cancha, no escucha a la gente y no habla. A pesar de su ineptitud, seguirá como técnico de la Selección Colombia de mayores porque es argentino y todavía los vemos, por nuestro complejo de inferioridad, como superiores. Si fuese colombiano o portugués, cordial saludo para Carlos Queiroz, ya estaría pasando hojas de vida.
En fin, che, como técnico, decirle trucho es un piropo.
Tercer tiempo: lo único bueno que ha logrado Néstor Lorenzo es demostrarles a uribistas y petristas que pueden hinchar juntos. Solo a él lo putean por igual desde la lateral izquierda radical y la lateral derecha radical. Algo nos enseñó.