Hasta ahora me doy cuenta de que nunca les había preguntado a mis papás por qué le pidieron a mi abuelo materno que no tuviera el revólver, que llevaba en sus viajes a la finca, a su lado mientras estuviéramos mi hermana y yo alrededor.
Mi abuelo era bravo. Bravísimo. Y aun así les respetó siempre a mis papás ese deseo. Mis primos, mis tíos, todos sabían del revólver. Mi hermana y yo, creería que por ahorrarnos ese legado traumático intergeneracional que heredamos todos los colombianos, nos mantuvimos inocentes.
Al fin fue inútil.
Mientras escribo estas palabras, sólo se sabe que un joven de 18 años entró a un colegio en Uvalde, Texas, y mató a 21 personas. 18 eran niños de entre siete y diez años. Hace diez años fue en Newtown, Connecticut: un hombre de veinte años masacró a veinte niños de entre seis y siete años. No ha pasado un mes desde que un supremacista blanco xenófobo y antisemita mató a diez afroamericanos. No habían pasado ni siquiera dos horas desde que se entregó el hombre de 25 años que le pegó un tiro el domingo a un pasajero en el metro de Nueva York.
Mañana le pediré al hermano de mi pareja que, por vivir en los Estados Unidos, me entrene en cómo usar una pistola. No va a hacer una diferencia: los políticos godos no actuarán más allá de mandar por Twitter esas palabras vacías que ya nos sabemos de memoria, “pensamientos y oraciones”, pues no quieren que sí se haga algo y que se les “viole” la “libertad” a tener tantas herramientas de muerte. La izquierda estadounidense continuará siendo absolutamente inútil; y yo ,como hijo colombiano que, como cantó Charly García, siempre fui un tonto que creyó en la legalidad, quedaré algún día desparramado, desangrado, en uno de los pasillos del colegio en el que trabajo como profesor.
Uvalde, Texas 18 niños. Buffalo, Nueva York: 10 afroamericanos. Y los dos asesinos de la edad de mis estudiantes.
Andan diciendo otra vez que una posible solución (aunque es una solución que se menciona con cada tragedia de estas) es que los maestros estén, estemos, armados ¿Pero qué diferencia tendría el estar yo con un revólver si acá es legal comprar el tipo de rifles que se usan en los ejércitos? ¿Es eso lo que se han vuelto los colegios? ¿Mandamos al futuro estadounidense y a los maestros a una zona de batalla, a ser mártires sin tener que serlo?
Rage, rage against the dying of the light, escribió el poeta galés Dylan Thomas. Enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz. ¿Pero qué importa gritar al vacío oscuro si la respuesta será el fuego, la pólvora, la bala? Mejor morir creyendo que al fuego puede uno combatirlo con fuego.
El asesino le disparó a su abuela. Entró a ese colegio, cargando rifle y pistola. Extinguió demasiadas luces. Nos prepararemos para que el libreto de esta obra absurda se repita: se izan las banderas a media asta, el país llorará y el presidente se enfurecerá, los apóstatas de la derecha rezarán con oraciones vacías y pensarán yo no sé qué porque nunca han ofrecido soluciones, la izquierda levantará las manos como si este fuera el destino de esta nación.
Y no cambiará nada.
A mi abuelo nunca le vimos el revólver, y nunca supimos cuándo lo tuvo que usar. Un ancestro escribió alguna vez que no había imagen más triste que un muerto con pistola en la mano. Pero ya no sé qué más hacer. Discúlpenme, papá, mamá, hermana. Discúlpeme, abuelito. Ya veo que intentaron protegernos de un país violento, pero desafortunadamente salimos de uno para llegar -y posiblemente morir ametrallados- en otro.