Pepe Mujica, sin duda alguna, era un verdadero estadista. Un líder político con un enfoque comunitarista que promovía y aplicaba una visión de sociedad hacia el largo plazo en busca del bienestar colectivo. Poseedor de un sentido de responsabilidad y visión ética del poder, como complementaría Weber, que direccionaba todos sus esfuerzos para alcanzar la felicidad de sus gobernados. Bien el propio Aristóteles puntualizó: “el fin del Estado es la vida buena”.
Hay muchas razones que demuestran que Mujica fue un gran estadista. Respecto del horizonte del pensamiento, el político común mira sesgadamente hacia el corto plazo; por el contrario, el estadista tiene una visión inter e intra generacional. Según von Bismarck, “el político se preocupa de las próximas elecciones, mientras que el estadista se preocupa de las próximas generaciones”. En cuanto a la motivación principal, al político común lo mueve el poder por el poder, su popularidad e intereses personales. Por su parte, al estadista, lo motiva el bien común, la justicia y el progreso. Esto explica también por qué el político común siempre busca perpetuarse en el poder basando su toma de decisiones en conveniencias coyunturales y encuestas, mientras que un estadista, como Mujica, usa el poder con responsabilidad y desapego mostrando una coherencia a lo largo de su carrera entre lo que piensa y lo que aplica. El político común, generalmente poco capacitado, polariza, divide, consume, destruye, miente, es volátil y pasajero. El estadista, virtuoso en esencia (Platón), deja un legado, perdura.
Las ideas políticas de Mujica fueron coherentes y consistentes a lo largo de su carrera; a continuación, algunas de las más influyentes:
Su principal crítica se dirigió hacia el concepto de desarrollo. Así, mientras que la economía y el derecho neoliberales promueven un apego irrestricto a la propiedad privada, la maximización de los recursos y el crecimiento económico como fines supremos del Estado y de la sociedad, Mujica, haciendo uso de visiones críticas del desarrollo clásico, promovió una visión holística, más integral, que no solo se enfocara en lo material sino en todos aquellos aspectos de la vida que promuevan el bienestar de la persona. En este contexto inmortalizó frases como “pobre no es el que tiene poco, sino el que mucho necesita” -esta prestada realmente de Séneca-, o “cuando compras con dinero, no compras con dinero, compras con el tiempo de tu vida que tuviste que gastar para ganarlo”. Para Mujica, “el desarrollo tiene que ser a favor de la felicidad humana”.
De hecho, esta visión crítica del desarrollo va precisamente en línea con la apuesta del denominado desarrollo sostenible definido como “aquel que permite la satisfacción de las necesidades de las generaciones presentes sin impedir que las generaciones futuras satisfagan también las suyas”, el cual —como lo hemos abordado de manera muy detallada en nuestro último libro Sostenibilidad y Derecho, publicado en la Universidad Javeriana— es una apuesta al equilibrio perfecto que debe existir entre las necesidades económicas, sociales y ambientales de la humanidad, habida cuenta de los intereses tanto del Norte como del sur global. Lamentablemente, estamos en una coyuntura en la que la guerra comercial de Trump, y la proliferación de políticos comunes de ultraderecha promotores de liberalismos radicales a lo largo del globo, han puesto un freno —esperemos temporal— a tales visiones altruistas del bien común en el largo plazo.
En línea con una visión más amplia del desarrollo, Mujica también hizo un llamado a la vida sencilla, con desapegos, considerando precisamente al consumismo como una de las más importantes causas de las crisis globales. Tal discurso lejos está de ser mera poesía, porque precisamente los más grandes y respetados foros técnicos del mundo, como el propio Panel Intergubernamental del Cambio Climático del sistema de la ONU, ya han concluido que, si bien está plenamente probado que el cambio climático es una realidad, que fue causada por la propia humanidad y que podría ser remediada por ella misma, las reducciones necesarias de gases de efecto invernadero requeridas dependen, en últimas, de los patrones de consumo de la gente, principalmente de aquellos residenciados en el norte global. Por eso Mujica, cuando hacía llamados a una nueva política, enfatizaba que hacía verdaderamente un llamado a un cambio de cultura, de cosmovisión, de forma de pensar y concebir el mundo consumista. El consumismo no es sino una manifestación del egoísmo de la sociedad.
Uno de los más fuertes legados del estadista uruguayo fue precisamente el llamado a ver la política y la vida en sí misma desde la solidaridad. El sapiens es una especie eminentemente social, necesita vivir en sociedad y no puede vivir fuera de ella, decía. Nos necesitamos unos a otros. Como concluyó Platón, —quien creía en la propiedad colectiva—, el panadero necesita al zapatero, y el agricultor al barrendero. Incluso, como dice el apóstol Pablo en las propias Sagradas Escrituras, la oreja necesita al ojo, la cabeza al pie, y las manos a la boca. Porque somos un cuerpo y nos necesitamos mutuamente. Esta realidad natural y social se hace evidente con los denominados problemas globales, como todos aquellos relacionados con el medio ambiente. Nuestras relaciones son interdependientes y, por lo tanto, para afrontar dichas crisis —como la climática mundial— necesitamos asumir responsabilidades comunes, pero diferenciadas, que permitan que gigantes como EE. UU. atiendan las necesidades acordes a sus daños históricos, así como a las capacidades económicas superiores que precisamente adquirieron por las explotaciones causadas. Pero que también permitan que países del Sur Global como Colombia, que apenas produce el 0,5 % de los gases de efecto invernadero del mundo, primero satisfagan necesidades económicas y sociales prioritarias antes de estar en capacidad de dar pasos mayores.
Mujica se suma a la lista de estadistas como Mandela, quien luego de 27 años de prisión no buscó la venganza, sino la reconciliación; o tal vez Churchill, Roosevelt, o más recientemente la propia Merkel, que independientemente de sus aciertos o desaciertos tenían visiones de Estado y de sociedad que defendieron con coherencia.
En Colombia también, independientemente de sus seguidores y detractores, podríamos recordar a Santander, cuyo más famoso aforismo se encuentra actualmente engravado en el propio Palacio de Justicia citando “las armas os han dado la independencia, las leyes os darán libertad”. Tal vez se viene a la mente Núñez con su Constitución de 1886, Gaitán con las ideas de justicia social, inclusión y modernización de país, que con fervor defendió, que “el pueblo es superior a sus dirigentes”; incluso Lleras o López, entre otros.
Lo cierto es que actualmente carecemos de liderazgo. Al parecer vivimos tiempos de crisis en los que nos mandan políticos comunes ante la ausencia de los estadistas. Baste con acudir a las principales noticias al momento de la publicación de esta columna: caos y peleas en el Senado colombiano entre un ministro de gobierno y parlamentarios por una fallida consulta popular promovida por el presidente. Un juicio público al expresidente más popular de Colombia en las últimas décadas por fraude y soborno, peleas y rupturas —mediadas por denuncias penales— entre los más influyentes ministros del actual gabinete, así como diferencias y desautorizaciones entre el propio presidente y la canciller. Esta última evidentemente sin las calificaciones profesionales y técnicas necesarias para dirigir el derecho y las relaciones internacionales de un Estado. Y la lista continúa.
¿Es Mujica el último estadista? Esperemos que no. Ojalá su legado permita que los políticos comunes sean depurados prontamente y que este espacio de crisis sea una oportunidad para el surgimiento de nuevos líderes, con un pensamiento direccionado hacia el bien común y con proyectos políticos de largo plazo. Que tal como lo he dicho en múltiples columnas en este diario, traigan políticas de Estado y no de gobierno, que busquen transformaciones estructurales para la sociedad. Pero esto requiere también un resurgir de la conciencia política colectiva, porque, como también lo indicó Platón hace ya bastante tiempo, “el precio de desentenderse de la política es ser gobernado por los peores hombres”.
* PhD. Profesor de planta en derecho internacional en la Pontificia Universidad Javeriana.
@fbncardenas