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Le dijo García Márquez a Plinio Apuleyo Mendoza en El Olor de la Guayaba que implantar la democracia de los países desarrollados en aquellos de América Latina era tan mecánico e irreal como implantar el sistema soviético. Mendoza le replica preguntándole si entonces considera que la democracia es un lujo de los países ricos, a lo que Gabito le responde: “No hablo de los principios, sino de las formas de democracia”.
Hoy, sin embargo, 43 años después de esa maravillosa entrevista, lo que presenciamos en Colombia es un problema de principios. Se está volviendo paisaje la afirmación de que tener más de cien candidatos a la presidencia es dispersar los votos entre un número inverosímil de aspirantes que deberían unirse en lugar de estar por ahí, revoloteando como pavo suelto. Yo, por el contrario, creo que lo que está pasando en materia electoral habla mucho de la solidez y confianza en nuestra democracia y más bien poco de la estabilidad de sus ideas políticas.
Es increíble que un país que durante siglos se ha quejado de la concentración del poder en unos pocos, ahora se queje de la posibilidad de llegar al poder en muchos. Creer que son pocos los que merecen postularse para gobernar es más parecido a los principios de la aristocracia griega que a los de la democracia moderna. Cuando los atenienses decidieron regirse por el poder popular llegaron incluso a gobernarse por una asamblea en la que podían participar todos los ciudadanos, quienes se elegían, con todo y lo exótico que suene, por sorteo. Si bien la democracia evolucionó entendiendo que el azar no era un buen mecanismo y, pese a exclusiones históricas como las de las mujeres y los esclavos, el principio de ‘igualdad política’ se mantuvo: cualquier persona del común puede ser elegido para gobernar. Este cambio de sistema fue objeto de críticas por parte de los aristócratas, quienes vieron siempre en la gente del común una especie de intruso que les había quitado el control del poder. Y es ese, justo, el principio que se está negando con la condena que se le hace a esta masiva participación.
Sin aprender ninguna lección sobre estos últimos tres años, ahora resulta que, en lugar de dejar que sea la misma ciudadanía la que decante con sus necesidades imperantes opciones verdaderamente viables, pretendemos ser más sabios que la gente, enviando de nuevo un mensaje de exclusión que parte de un análisis político con chaleco talla universal, pero con una chaqueta hecha por sastre a la medida.
Lo que parece un problema no es sino la respuesta de la ciudadanía, de la democracia misma, frente al desespero en el que vivimos diariamente por no contar con un gobernante que se dedique a resolverle los problemas a la gente. El mensaje de fondo para este gobierno, que no es menor, es que cualquier ciudadano honesto y comprometido podría hacerlo mejor, pero es también un reflejo del fracaso de las ideas políticas y, cómo no, una confirmación del caudillismo como la forma con la que Colombia asumió su espíritu democrático.
La tarea, más que dibujar candidaturas que esconden ideas tutelares de gobierno, es la de fortalecer lo que Robert Dahl llamaba la competencia cívica. Necesitamos más ciudadanos con acceso a información cualificada, a evidencia, al debate, la deliberación y la controversia argumentada. De lo contrario, en pocos años estaremos con una democracia seriamente amenazada, ahí sí, tanto en sus principios como en su forma.
*Director de Gobierno y Futuro del Empleo de Probogotá.