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Quemen mis diarios

Columnista invitada: Juliana Muñoz Toro
07 de octubre de 2021 - 01:48 a. m.

Si muero, que lo haré, no publiquen mis diarios. Aunque a alguien le interesara, por favor, de caridad, no los publiquen. Como no deberían publicarle a ningún muerto sus secretos, aunque ya no sean secretos, justamente porque ya no está para defenderse, para decir que eso nada más era un sueño, que ese nombre que puso allí solo lo puso para desprenderse de él, que cuando escribió su deseo de muerte en realidad escribía sobre su deseo de vida. Porque nadie debería defenderse de lo que piensa y mucho menos de lo que siente.

No se puede entender un diario ajeno. Entender su clasificación, su intención, su ritmo. Tal vez entre una línea y otra pasaron dos años. Tal vez lo que está escrito es una conversación de un café, una divagación, una invención. Porque toda memoria es ficticia. Tal vez lo que había allí, bajo la gravedad de las palabras “diario íntimo”, solo existía bajo un supuesto de nunca ser revelado. Los diarios son laboratorios, jarrones de injurias, vomitorios. Los diarios son inocentes, demasiado, y solo por eso allí se escriben toda suerte de crímenes que suceden en la mente. En el diario se materializan los nudos de la cabeza, a ver si así, solo así, se desenredan, se hacen pequeños, se olvidan. Porque sí, también se escribe para olvidar, para negar lo que pasó.

Aun así nos negamos a esa intimidad del otro. Leemos en El Diario de Frida Kahlo: “palabras encadenadas que no pudimos decir sino en los labios del sueño”. Subrayamos en los Diarios de Alejandra Pizarnik: “El yo de mi diario no es, necesariamente, la persona ávida por sincerarse que lo escribe”. Nos identificamos con los Diarios de Franz Kafka: “pero si las cosas sólo fueran lo que parecen en este camino nevado, entonces serían terribles, estaría perdido, y esto no lo concibo como una amenaza, sino como una ejecución inmediata”. Entendemos de los Diarios de Susan Sontag que este tipo de escrito “no se limita a registrar mi vida cotidiana, mi vida real. Me ofrece, en cambio —en muchos casos— una alternativa a esa vida”. Entendimos de los diarios de Margerite Duras llamados El dolor que “la soledad no se encuentra, se hace. La soledad se hace sola. Yo la hice. Porque decidí que era allí donde debía estar sola, donde estaría sola para escribir libros”. Y saboreamos, sin merecerlo, el Diario íntimo de Miguel de Unamuno: “Yo no quiero ser nada, ni que nadie se acuerde de mí”.

Así que si algún día soy alguien, que no lo sé, y si muero, que lo haré, quemen todos mis diarios. No los lean. O léanlos como si los hubiese escrito otra persona. Porque siempre soy otra en mi oscuridad. Otra en las páginas que permanecen cerradas.

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Por Juliana Muñoz Toro

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