La plataforma digital Iran International reporta el incremento de las ejecuciones de los 834 casos en 2023 a 975 en 2024. Una tendencia que, según Iran Human Rights, se habría acelerado en los últimos meses a la sombra del genocidio israelí en Gaza y en medio de las especulaciones sobre las tensiones entre Teherán y Tel Aviv.
La República Islámica de Irán encabeza las estadísticas internacionales conocidas, teniendo en cuenta que de China, campeón mundial, no tenemos cifras – como tampoco de Corea o Vietnam–, seguida por Arabia Saudita, la misma cuyos petrodólares codician todos, haciendo la vista gorda a su temible historial en derechos humanos.
Las ejecuciones sumarias, instrumentalizadas para aniquilar las voluntades individuales y colectivas, sustentan el régimen de terror de los ayatolás, que ha sobrevivido 46 años a punta de una amenaza nuclear latente y de su ajedrez regional. En Ginebra, sin sonrojarse siquiera, el canciller Abbas Araghchi lee su informe ante Naciones Unidas advirtiendo que “Los Derechos Humanos no deben utilizarse como palanca para presiones políticas y económicas o para la interferencia en los asuntos internos de los países…”. Entre tanto, pudren en cautiverio cientos y miles de prisioneros políticos y defensores de derechos vinculados a la sublevación “Mujer, vida, libertad” desatada, recordémoslo, en Septiembre 2022, tras la muerte de la joven kurda Mahsa Amini.
Es este el escenario donde Mohammad Rasoulof, en la película La semilla de la higuera sagrada, recién llegada a Colombia, plasma los laberintos del mal. La realización en sí es un pequeño milagro: en medio de las calles convulsionadas de Teherán, el cineasta alcanza a terminar la grabación clandestina justo a tiempo para huir a Alemania, y para entregarse luego a la ovación del público en el Festival de Cannes 2024, donde recibe el Premio Especial del Jurado.
La trama condensa las tensiones de un sistema paranoico que se infiltra en las entrañas del hogar promedio de Imán, un funcionario estatal con aspiraciones de ascenso, su mujer y sus dos hijas, de la generación Mahsa Amini. Con la violencia estatal como telón de fondo, el autor toma un drama familiar de fisuras generacionales y conciencias fracturadas y lo lleva a un punto de quiebre que evoluciona aceleradamente hacia el paroxismo de un thriller donde, en medio de un laberinto arenoso, parece asomarse un Jack Torrance de El Resplandor, de Stanley Kubrick.
En su ascenso dentro de la rama judicial, Imán recibe la orden de firmar unas condenas de muerte carentes de investigación y debido proceso, que a todas luces llevarán a la ejecución, probablemente en la horca. El espectador ve la vida humana colocada en una balanza con la zona de confort del ciudadano común, y un terror de Estado que aniquila el libre albedrío mediante los chivos expiatorios del régimen teocrático. La ficción se entrelaza con la realidad, recurriendo al género documental cuando surgen en los celulares de las hijas las imágenes en tiempo real de la sangrienta represión al movimiento Mujer, vida, libertad.
Y es que la historia surge de la experiencia personal de persecución, prisión y exilio del realizador durante su carrera cinematográfica. Las preguntas que emanan de la represión vivida en carne propia, el contacto con los “tribunales revolucionarios”, los carceleros y los verdugos, lo acercan a las reflexiones de Hannah Arendt sobre la banalidad del mal, siguiendo un enfoque particularmente sensible en su filmografía sobre las disyuntivas entre el bien y el mal, entre la corrupción corrosiva del poder y el deber de la desobediencia civil (2017: Un hombre íntegro, 2020 El diablo no existe).
Apenas un abrebocas, pues mientras nos recorren los escalofríos ante las pantallas, la realidad supera ampliamente la ficción, las ejecuciones no cesan y en las filas del denominado “Corredor de la Muerte” siguen los activistas, artistas y disidentes #PakhshanAzizi, #WarishaMoradi, #BehrouzEhsani, #MehdiHassani, #SharifehMohammadi, #MojahedKourkouri, #AkbarDaneshvarKar…
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