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Por: Juan Camilo Cárdenas *
En su columna del domingo 18 de abril titulada “¿Y ahora?”, Marc Hofstetter defiende la idea de la eliminación del confinamiento de los ciudadanos, y anota que de la misma manera como se intenta salvar vidas que se hubieran perdido por los accidentes de tránsito al tomar medidas como la obligatoriedad del uso del casco o las restricciones al exceso de velocidad, se podría rápidamente implementar medidas de monitoreo del contagio o controlar las aglomeraciones de ciudadanos para evitar que se pierdan vidas por la recesión económica. En su argumento plantea lo absurdo que sería confinar a los motoristas para salvar esas vidas.
El argumento de Hofstetter es el de comparar numéricamente vidas sacrificadas contra vidas salvadas y tiene como propósito defender la urgencia de volver al funcionamiento “normal” de la economía. Sea más bien esta la oportunidad para repensar la economía.
No difiero de la importancia de responder a las necesidades urgentes de superviviencia de los grupos más vulnerables, que por el confinamiento y sus condiciones de pobreza monetaria, encuentran muchos más retos en estos días para mantenerse protegidos del contagio del virus y a la vez poner comida sobre la mesa. El símbolo del trapo rojo y la desobediencia en algunos sectores angustiados que violan las normas de confinamiento son muestras de la necesidad de hacer algo ante la inminencia de un virus del que poco sabemos y sigue contagiando y llevándose vidas humanas.
Lo que sí me preocupa enormemente es el argumento de un conteo simple de muertos evitados por el confinamiento contra muertos evitados por reactivar la economía como la conocíamos antes de la pandemia. Aquí, como en el ejemplo de vidas humanas que se pueden evitar o perder con más o menos medidas de tránsito, estamos hablando de categorías que deben estar por encima del análisis económico de costos y beneficios en métricas de conteo. Y en segundo lugar, las vidas salvadas por las medidas de confinamiento no tienen que inexorablemente implicar más vidas perdidas en un futuro por razón del abastecimiento de comida. Esas vidas futuras se pueden proteger también si repensamos la forma como el sistema económico produce, distribuye y entrega alimentos a los hogares para resistir un poco más mientras preparamos el sistema de salud, mientras mejoramos el muestreo que aún sigue precario y mientras llegan buenas noticias sobre tratamientos y vacuna.
Mientras tenemos espacio de maniobra logística y económica frente a los problemas de hambre y supervivencia en los próximos meses, menos maniobra hay en la biología de un virus contagioso que genera una fracción no despreciable de casos que llegarán a unidades de cuidados intensivos, y muchos hasta la muerte.
Las leyes biológicas que rigen el comportamiento de este virus, como en el caso de otras dinámicas naturales que arrasan ante la impotencia de los humanos, deben más bien obligarnos a ver con más humildad cómo enfrentamos estos retos y reorientar la atención a adaptar el sistema económico a las condiciones particulares del momento, y de paso invitarnos a repensar cómo adaptarnos en un mundo más interconectado que hará que las pandemias lleguen con más frecuencia, visibilizando las vulnerabilidades que el sistema económico que tenemos había creado y sostenido por tanto tiempo.
Nuestra capacidad de acción frente a lo biológico de este reto es menor que la que tenemos para transformar los procesos que producen y ponen comida en la mesa hoy. De paso, estas transformaciones sustanciales permitirían que en el futuro, cuando aparezcan nuevos retos que la naturaleza nos impondrá, estemos mejor preparados.
En el status-quo puede ser cierto que menos muertos por el COVID-19 hoy pueden significar más muertes y vidas afectadas por lo económico en el futuro. Pero el status-quo se puede, se debe, cambiar. Nuestro otro colega, Leopoldo Fergusson, lo expresó recientemente al argumentar que con la redistribución hoy en términos tributarios podemos reducir tanto las vidas perdidas por el COVID-19 como las vidas maltrechas por la recesión.
En nuestras manos hay más capacidad para reinventar la forma de reducir las urgencias del hambre en estos momentos a través de otros mercados, otras cadenas de distribución y sistemas solidarios y redistributivos, y de esta manera mantener un confinamiento que probablemente podrá comenzar a ser más cuidadoso y selectivo cuando se tenga mayor capacidad de pruebas en mucha más población y cuando el sistema de salud pueda responder con mayor capacidad, algo que Bogotá y Quibdó están viviendo de maneras muy distintas hoy.
Este será el momento de la innovación social y tecnológica también, como la de un emprendedor en Vietnam que diseñó y puso en marcha un cajero automático de arroz para que cada persona cada día pudiera hacer un retiro gratuito de dos kilos de arroz. Este país, que comparte frontera con China, ha logrado mantener los contagios muy por debajo de los nuestros y con cero muertes al día de hoy.
El análisis costo-beneficio de la economía debe tener sus límites cuando se entromete en la valoración de la vida humana, y este es el momento en que podemos hacer unas pausas para tener una perspectiva amplia sobre los imperativos morales que nos obligan a enfrentar estas decisiones tan difíciles. Repensemos la economía para que cuando salgamos de esta pandemia tengamos un sistema de producción y distribución eficiente y a la vez más justo para que cuando llegue la siguiente crisis derivada de lo biológico estemos mejor preparados en lo económico y tengamos menos población tan vulnerable como la que hay hoy.
* Decano de la Facutad de Economía de la Universidad de los Andes.