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Septiembre, mes del patrimonio en Colombia

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Columnista invitado EE: Enrique Uribe Botero, especial para El Espectador
01 de octubre de 2025 - 08:47 p. m.
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Desde 1998, en septiembre se conmemora en Colombia el Mes del Patrimonio, "como una forma de abrir espacios de reflexión sobre la importancia de reconocer, salvaguardar, conservar, proteger y difundir los valores culturales de todas las regiones del país, y de fortalecerlos a partir de su apropiación social"1, que este año promovió el Ministerio de las Culturas con la frase: Únete a la conversación.

Acertado distintivo, pues si para algo somos buenos los colombianos es para sentarnos a “arreglar el país” alrededor de una mesa invadida de cervezas o de “viche”, bebida declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Nación; y si es con una exposición, un foro, una parranda o unas viandas típicas, también patrimoniales como un buen sancocho o un bollo de maíz, tanto mejor.

Así, para el efecto, este año el Minculturas programó una agenda que se desarrolló en 12 municipios de nueve departamentos, lo que a un lector desprevenido lo haría pensar que en los otros 23 departamentos y más de mil municipios restantes no habría valores a reconocer, salvaguardar, difundir, conservar y proteger.

Queda claro que para celebrar y conversar somos buenos y creativos; para lo que somos bastante flojos es para proteger nuestro patrimonio, especialmente nuestro patrimonio inmueble, pues, a ojos vista y desde las mismas ventanas de las autoridades encargadas de la preservación de nuestro patrimonio, se ve derruir a paso lento o en una noche valiosos ejemplos de nuestra arquitectura patrimonial sin que nada lo impida, o se dictan normas de “Desarrollo” urbano que afectan el paisaje de un sector patrimonial o incluso de un conglomerado urbano en su integridad.

Uno de tantos ejemplos que vemos a diario es la instalación de un par de vallas publicitarias contaminantes. Fueron colocadas, en abierta violación de las normas ambientales y patrimoniales2, en uno de los sectores más bellos, acogedores y emblemáticos de Bogotá, a los pies del gran tesoro de esta ciudad, nuestros cerros orientales: el Centro Internacional, el barrio San Diego y el Bosque Izquierdo.

Este punto estratégico de la ciudad alberga algunos de los mejores ejemplos de nuestra arquitectura nacional, en buena hora declarados patrimoniales, como el Museo Nacional, la Biblioteca Nacional, las Torres del Parque, el Planetario Distrital, la Plaza de Santa María y el mismo conjunto del Centro Internacional. Y es uno de los lugares más agradables de encuentro en Bogotá, consolidado como un destacado sector de restaurantes para todos los gustos, galerías de arte, eventos culturales, además de ser una visita recomendada para turistas nacionales y extranjeros.

A pesar de que estas vallas fueron denunciadas con insistencia ante la Secretaría de Ambiente, el Instituto Distrital de Patrimonio y la Personería Distrital, han pasado once meses sin que se logre hacer cumplir las normas. Todo ocurre como si no existiera la obligación constitucional —fundamental y de inmediato cumplimiento— de proveer a los ciudadanos de un medio ambiente sano.

Da nostalgia, a quienes hemos crecido y sido formados en esta bella ciudad, ver cómo desaparecen o se alteran sectores o edificaciones bogotanas por la desidia y la improvisación, cuando no por la corrupción, de los entes encargados de su protección.

A la vez, por la fuerza de sus atributos arquitectónicos y urbanos, algunos pocos se logran conservar. Se me vienen a la cabeza ejemplos como el barrio Pablo VI, el barrio Niza del gran Willy Drews, las maravillosas viviendas de Fernando Martínez Sanabria y Enrique Triana en el barrio El Refugio. También, la emblemática casa de Guillermo Bermúdez en el Chicó, el histórico barrio La Fragua de Germán Samper G., concebido no solamente como habitación sino como un proyecto de construcción de sociedad -en el sentido de que previó el desarrollo progresivo de las viviendas a la medida de las profesiones y características de sus habitantes, distintivo de nuestros sectores populares en todo el país-, o el conjunto Los Sauces del arq. Alfonso García Galvis, en la localidad de Usaquén, concebido con la difícil sencillez, utilizando materiales tradicionales: el ladrillo como elemento portante y de fachada, teja de barro y estructuras de cubierta en madera. Conjunto al que se accede por un agradable jardín de triple propósito -acceso, contemplación y punto de encuentro-, conformado por los volúmenes de las fachadas concebidas a una proporcionada escala de tres pisos y un altillo, ideal para crear comunidad, característica definitiva de una buena obra arquitectónica; y qué pesar, muy escasa en nuestro medio.

Dicho lo anterior, esperamos que después de estas animadas conversaciones se saque como conclusión la urgencia de encaminar todas las acciones de las autoridades locales y nacionales a convertir en hechos la manifiesta voluntad de reconocer, salvaguardar, difundir y proteger nuestro patrimonio inmueble, y de la mano de este, el patrimonio natural de nuestras ciudades y conglomerados urbanos. No solo por la importancia de la conservación de nuestros ecosistemas, sino para que sean estos parte de la construcción de ciudad y protagonistas de primera línea de nuestra cultura ciudadana; pienso especialmente en nuestros cuerpos de agua y en la relación del urbanismo con el entorno natural.

Por Enrique Uribe Botero, especial para El Espectador

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