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Hace un tiempo vi una noticia sobre Ezekiel Mutua, director de la Junta de Clasificación de Películas de Kenia. Este policía moral se mostró consternado por la conducta impúdica de dos leones macho que practicaban la sodomía y la felación. Ante la posibilidad de tener animales homosexuales en Kenia, Mutua no encontró otra explicación para el hecho que la hipótesis de que los leones estaban imitando la conducta de los turistas pervertidos (unos valientes o fetichistas suicidas, que se excitaban copulando en frente de los felinos). Parece que “los espíritus demoniacos que afectan a los humanos ahora han poseído a estos animales”, afirmaba el funcionario en una entrevista. Como no había “posibilidad” de que esas conductas fueran naturales, Mutua ordenó que aislaran y estudiaran a los felinos, con el fin de determinar la causa de los comportamientos pecaminosos de estos “locos animales gais”, como él mismo los llamó.
De no ser porque confirmé la noticia directamente de las redes sociales del funcionario, habría creído que todo era un chiste. La estupidez hiperbólica de Mutua es casi inverosímil, pero cabe anotar que no es para nada infrecuente. A menudo he escuchado el argumento (emitido por religiosos) que afirma que la homosexualidad es mala porque no es propia de la naturaleza. Pero cuando estas personas ven lo que sucede en el reino animal, tienden a acusar a la naturaleza de antinatural. Es el caso del funcionario africano, que culpó a los turistas homosexuales de transmitir conductas desviadas a los leones, poniendo a la especie en peligro de extinción. Porque, claro, la homosexualidad es más letal para los leones que la caza y el cambio climático.
Me imagino que quienes dicen que las conductas homosexuales o bisexuales no son naturales se basan en una concepción de la naturaleza extraída del mito de Noé, donde todos los animales son sexualmente binarios y ni se les pasa por la maceta copular entre miembros del mismo sexo. Pero esa concepción es bíblica y contraria a la ciencia. Quien haya, aunque sea, ojeado un tratado de sexo animal, se dará cuenta de que la naturaleza es una enorme fiesta swinger.
Los bonobos son un buen ejemplo. Los machos de esta especie erigen sus miembros viriles como espadas de fresno, y se entregan a enormes batallas peneanas para limar sus asperezas. Cuando la contienda termina, el perdedor se lo chupa al vencedor. Las hembras bonobo, por otro lado, practican lo que los científicos llaman contacto G-G, comúnmente conocido como tijeretear (para afianzar la amistad). La cópula heterosexual también es interesante. Los etólogos descubrieron que, debido a que las hembras tienen la vulva cercana a la parte frontal de la pelvis —como las hembras humanas—, los bonobos practican el tradicional mete-saca en la posición del misionero; una pose que hasta hace muy poco los religiosos creían que era exclusiva de “los seres humanos civilizados”. En realidad, los bonobos son más civilizados que nosotros en muchos sentidos. Todos sus conflictos personales, todos sus conflictos políticos y sociales los resuelven con sexo, y eso ya los pone varios peldaños por encima de la moral humana.
El que crea entonces que la homosexualidad es una perversión antinatural no conoce la naturaleza. Simios, flamencos, pingüinos, perros, delfines, leones… todos llevan a cabo prácticas homosexuales con frecuencia. El zoólogo Jules Howard menciona el caso de una pareja de flamencos homosexuales que se hizo famosa por haber criado exitosamente a un polluelo en un zoológico de Inglaterra.
Pero si este caso no es suficientemente ilustrativo —porque alguien podría objetar que los flamencos no se encontraban en su hábitat natural— sólo necesitamos apelar a las amplias observaciones de George Murray Levick sobre las prácticas sexuales de los pingüinos. Durante una exploración denominada Terra Nova, Levick se perdió en el desierto de nieve. Mientras esperaba el rescate y pasaban las horas muertas, se dispuso a observar —quizá por aburrimiento— a los pingüinos de la Antártida. Su libro, Las conductas sexuales del pingüino de Adelia, que circuló clandestinamente entre los científicos británicos de la época, cuenta cómo los pingüinos no sólo tenían coito entre miembros del mismo sexo, sino que formaban parejas homosexuales que muy probablemente duraban toda la vida.
Pero no sólo las conductas sexuales de los animales son diferentes de lo que los religiosos creen o esperan. Estas personas piensan erróneamente que el sexo es binario, que los animales se dividen en machos y hembras, y que todo ese orden es rígido e inamovible. Pero la realidad es más compleja. La división entre machos y hembras es exclusiva de apenas algunas especies, y es resultado de un proceso evolutivo gradual (lo que quiere decir que no es un rasgo esencial e inmodificable de los seres vivos). La evolución bien pudo haberse encaminado de otra manera, favoreciendo la reproducción asexual, por ejemplo. El hecho de que un determinado número de especies se reproduzcan sexualmente es un evento meramente circunstancial. Podría haber sido de otra manera (y no hay nada que impida que en el futuro esa característica cambie). Ni siquiera el binarismo macho-hembra es la regla general de la reproducción sexual.
Entre los animales que no es posible dividir tajantemente entre machos y hembras, se destacan las babosas banana, que son hermafroditas. En sus faenas sexuales se suben a lo alto de una rama, segregan una baba espesa y resistente, esa baba se alarga hasta convertirse en un hilo translúcido y, cuando ya es posible colgarse de ella, las babosas se unen en un péndulo de amor gelatinoso. Cuando ya están juntas, las dos babosas sacan cada una un pene larguirucho de una tonalidad azulina. En el momento cúspide, sus genitales se entrelazan formando una flor peneana fosforescente. A veces, los penes se quedan enroscados, y una de las babosas opta por devorar el pene de la otra. El mito de Noé languidece ante la realidad.
Es enternecedor que haya que escribir textos aclarando esto: la mayoría de las conductas sexuales humanas no heterosexuales (para usar la jerga de nuestros amigos conservadores) son comportamientos plenamente naturales (y normales). Sin mencionar que el hecho de que algo sea natural (o no) es irrelevante para juzgar si es bueno o malo. Es como decir que, dado que el ibuprofeno es un fármaco artificial, entonces es malo. Me resulta difícil entender cómo es que estas verdades tan simples generan tanto odio y rechazo.
Sin embargo, es imposible ocultar la verdad. Los avances de la biología nos mostraron que la naturaleza está lejos de ser un diseño inteligente creado por un demiurgo cósmico. Es más bien un derroche de proporciones estelares que no va para ningún lado. En el caso de la historia de la vida en este planeta, por ejemplo, sabemos que el 90 % de las especies ha muerto en un espantoso torrente evolutivo de más de 3.000 millones de años. En algún momento de esa carrera hacia un barranco de clavos oxidados, los seres vivos encontraron una forma complicada y defectuosa de replicarse, que duplicó las abominaciones del cosmos. Aquellos que se escandalizan deberían asumir una actitud más contemplativa. Quizá intuyan que hay muchas maneras de vivir el sexo, y que el único límite es no causarles daño a los otros.