Aunque la intensidad del cubrimiento y de la denuncia sobre Ucrania esté justificada por la agresión rusa, sorprende la unanimidad universal de la desinformación acerca de las causas que condujeron a este horror, presentándose la respuesta perfectamente racional de Putin frente a la agresión de EE. UU./OTAN como un brote psicótico. Esta es una hábil distracción del contexto: la raíz del problema radica en la actitud hegemónica unilateral de EE. UU., desde que Clinton violara la promesa hecha por Baker (correspondiendo a la concesión sobre Alemania hecha por Gorbachov) en 1991, con el ingreso a la OTAN de dos grupos de países de Europa del Este. A pesar de las protestas rusas, EE. UU. ha procedido sin admitir siquiera el tema de la seguridad rusa en las conversaciones: Bush, conforme a su doctrina, invitó a Ucrania y Trump la armó como miembro de facto.
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Rusia vine insistiendo en que Ucrania es de otro orden diferente a las naciones ya integradas en razón de su identidad y cultura históricamente compartidas y de tratarse, por su ubicación, de una existential threat. Por un lado, los profundos nexos y la historia compartida (desde la Kievan Rus en el siglo IX) interrumpida por las ocupaciones de Lituania, Polonia, Austria y la Alemania nazi, expulsados todos por los rusos; Ucrania declaró su independencia como república de la URSS en 1919 y en 1991 se independizó (decisiones de Lenin, Stalin, Gorbachov). Por otro, la existential threat implicada, que es tan simple como que los estadounidenses no admiten misiles rusos en Cuba; por menos JFK amenazó con una guerra nuclear (Sachs: Ucrania no tiene derecho a unirse a la OTAN por la misma razón que Cuba no lo tiene de tener misiles rusos). Pero EE. UU., a la vez que expande y arma, no admite el tema en las conversaciones. Como lo dijo Gorbachov al Congreso estadounidense: Uds. no pueden humillar así a una nación y no esperar una reacción.
La única salida es negociar, a lo cual las partes están obligadas por la urgencia de proteger a la población. Pero esto enfrenta cuatro problemas: 1) la confusión que plantea el asunto en términos de violación de la legalidad internacional cuando esta no tiene ni carácter normativo (¿cuál en Irak, Irán, Afganistán, Yemen, Gaza y Palestina?) ni explicativo, como sí la perspectiva neorrealista (Mearsheimer) de la supremacía y la supervivencia y los balances entre potencias. 2) La mezcla de hegemonismo unilateral e ingenuidad de EE. UU., que siendo el agresor original llama a tumbar y juzgar a Putin; la ignorante ingenuidad de quien no reconoce a la Corte Penal Internacional (por la que primero deberían pasar Bush/Cheney/Rumsfeld por el millón de muertos porque sí en Irak) y desconoce el extraordinario nacionalismo/patriotismo ruso, creyendo que las sanciones van a derrumbar a Putin. 3) La “inexperiencia” de Zelenski que, además de estupideces como negarse a implementar el Protocolo de Minsk, armar a la población civil y reclamar que la OTAN precipite la III Guerra Mundial, no avanza con la aceptación del estatus de buffer neutral. 4) La incomprensible falta de voluntad política de Europa que, plegada a la agresividad anglosajona, se une a la irracional histeria sobre el imperialismo ruso: al unirse Alemania a esta nueva coalition of the willing, terminó de derrumbar la idea de Europa (Brandt con su Ostpolitik y De Gaulle) como un polo de poder independiente.
No parar el escalamiento en el Dombás es totalmente irracional pues Putin fue frenado en el norte, pero en el sureste no va a ceder en su objetivo de la independencia para las poblaciones rusas de Donetsk y Lugansk. Armar en vez de gestionar una negociación es demencial.