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Una causa común: acabemos con el aborto

Columnista invitado EE y Alejandro Henao Guáqueta

26 de febrero de 2022 - 01:43 p. m.

Mi nombre es Alejandro. Tengo 29 años y nací en una familia de tradición católica. Mi familia es cercana a la Iglesia, activa en su fe y busca la coherencia con sus posiciones. Por eso, desde niño, he estado involucrado en actividades de voluntariado y servicio social. He conocido, vivido y sido parte del lado bueno de la Iglesia, de una gran cantidad de personas que dedican su vida a trabajar y servir a los demás.

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Esta formación me ha llevado, a lo largo de mi vida, a trabajar por las poblaciones más vulnerables. He vivido en varios municipios del Caribe y el Urabá Antioqueño, trabajando desde la educación para contribuir al cambio social que busco ver en el mundo. Tengo una discapacidad motora, que me obliga a caminar con muletas y usar silla de ruedas; creo que esta situación me conecta especialmente con el sufrimiento de otras personas, con las que compartimos dolores.

En general, trato (insisto, trato) de basar mis posiciones en mis experiencias más que en los datos de los medios de comunicación o en grandes discursos. Me da cierta ilusoria sensación (sé que es ilusoria: al final estoy publicando esto influenciado por la tendencia) de autonomía y de menos manipulación hablar de lo que he vivido, lo que he visto y lo que me han contado las personas a mi alrededor. No mencionaré en este texto lugares y personas, por respeto a las mismas, que pueden leerme por este medio. En este artículo quiero contarles mi posición sobre la despenalización del aborto y sobre cómo este tema me ha alejado un poco de mi formación religiosa.

Sé que no voy a cambiar la posición de nadie; este es un tema tan radicalizado mediáticamente, que es muy difícil cuestionar nuestras creencias sobre el mismo. Pero me gusta tratar de dejar cuestionamientos precisamente en esos temas de posiciones radicalizadas. Uno de mis grandes sueños es poder hablar y debatir sobre estos temas difíciles desde el cariño y el respeto por las demás personas.

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Mi posición frente a la despenalización del aborto empezó a cambiar en el primer pueblo en el que viví luego de salir de casa. Durante los casi 6 meses que viví allí, me regalaron tres niñas. Lo leyeron bien: me las regalaron. Tenían entre 7 y 9 años. Ni siquiera me pedían nada a cambio, solo no sabían qué hacer con ellas, no tenían con qué alimentarlas y, en general, mi sensación era que estaban un poco desesperados de tenerlas. Sobra mencionar que no las acepté, pero, desde entonces, solo podía imaginar los horrores que haría con ellas otro hombre que sí las aceptara.

En otro lugar, una familia del campo me invitó a su casa a dormir. Una vez estaba allí, me ofrecieron a una adolescente para tener relaciones sexuales con ella. Tuve que hacer malabares para escapar de esta situación. Más tarde lo entendí: yo era docente en esa época, mi sueldo era superior al promedio de la zona y, para su familia, que tuviera un hijo o una hija conmigo era una opción económica, que me obligaría a aportarle plata a la vida de la familia.

Y así, un día visitando casas de estudiantes, una adolescente de 15 años me ayudó a ponerme una capa para la lluvia y su papá me dijo: “¿Cómo la ve como material de esposa?”. En otro lugar, tenía de vecina a una abuela que prostituía a sus dos nietas menores de edad. Alguna otra vez, no logré convencer a una estudiante de que era más deseable quedarse con su familia, que dormían cinco en un colchón en el piso, un piso de tierra, a irse con un señor 20 años mayor, que solo la quería para tener relaciones y hacerle el oficio, pero que le ofrecía casa y celular. En otro lado, hice un sondeo con adolescentes sobre métodos anticonceptivos y el más usado resultó ser “la bolsita’e boli” (los bolis son esos refrescos caseros que congelan y meten en bolsas) usada a manera de preservativo.

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Comprendí la realidad que, en muchas partes de nuestro país, el cuerpo no es el territorio propio de las mujeres. Y que las consecuencias de estas situaciones no las asumen los hombres detrás de ellas: son ellas quienes luego tienen que transformar su vida criando a alguien que no deseaban y, sobre todo, que no eligieron tener en muchos casos. De estas situaciones suelen nacer las niñas que repiten estos ciclos y niños que facilitan perpetuarlos.

Y creo que aquí tuve un distanciamiento radical con mi formación católica: creo en el valor de la vida, pero no en que el valor de esta sea nacer de cualquier forma, a cualquier costo. Soñaría con el valor de una vida digna y elegida por decisión. Sé que es un tema de creencias, sobre lo cual no vale la pena discutir mucho.

En este día desde la decisión de la Corte, he visto a varias amigas subir fotos de sus bebés y decir que su vida es valiosa ante cualquier situación, y siento en esas publicaciones un dolor grande, una necesidad de reiterar el valor de la vida de sus hijas e hijos. Sépanlo: sus hijas e hijos son lo más valioso y el ideal máximo como sociedad en este tema. Son niñas y niños deseados, que ustedes eligieron traer al mundo, que ustedes como mamás pudieron gestar porque así lo decidieron, que les entregarán todo el amor y los medios posibles para un desarrollo sano. Personalmente es lo que quisiera para todas las niñas y niños nacidos en el mundo.

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Pero esta decisión de la Corte es para aquellas que aún no pueden escoger este ideal. Para quienes son regaladas, vendidas o explotadas por sus propias familias. Para quienes les obligan a tener hijos como opción económica. Ni hablar en todo este espectro de los nacidos de violaciones (hechas en muchas ocasiones por los mismos padrastros, padres, abuelos, etc.) o de la prostitución (el 3.er negocio ilícito más grande del mundo, creado, si somos sinceros, para la eyaculación de los hombres). No es, como he oído en algunos casos, para que las adolescentes puedan tener sexo sin asumir las consecuencias.

Por supuesto que el aborto no es la solución a ninguno de estos problemas. Creo que hay algo en lo que todos estamos de acuerdo: en que abortar no es algo deseable. Las personas que he conocido que han abortado cargan con ellas un trauma doloroso, una pérdida difícil de sanar. Creo que abortando en mejores condiciones este trauma puede reducirse o mitigarse enormemente. Sin embargo, no creo que se vaya del todo esta situación. Además, abortar no ataca los problemas estructurales que generan todas las situaciones que ya he mencionado.

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Creo que el aborto es una medida de transición. Es un “mientras tanto” necesario para que no se condene la vida tanto de la niña o niño como de la madre con esa maternidad no elegida. En esa transición no se perderán vidas y salud de las mujeres que abortarán (es un hecho que no dejará de ocurrir) en condiciones ilegales, y ojalá se convierta en un proceso compasivo y cuidadoso. ¿Mientras qué? Mientras las verdaderas soluciones que, como en todo problema complejo, vienen de muchos lados y toman mucho tiempo. Las mencionaré más adelante.

Mi invitación, tanto para quienes están a favor o en contra de la decisión de la Corte (odio usar este tipo de nombres como “provida”, “antiderechos”, “asesinos” y demás; son nombres que solo promueven la polarización y convierten en un sesgo a un grupo muy diverso de personas. Por lo demás, lo que les encanta a los medios de comunicación para dividirnos): Sí tenemos una causa común; unámonos y usemos toda la energía de este debate en seguir esa causa: eliminemos el aborto. Eso quiere decir, ataquemos los verdaderos problemas, logremos que las mujeres no tengan que llegar a abortar.

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Entre ellas:

● La educación sexual y afectiva consciente. En el consentimiento, en el valor de la otra persona. En el disfrute pero con responsabilidad. En el conocimiento de tu cuerpo y de relaciones sexuales igualitarias. Aunque no lo crean, conocí personas (estando en el siglo que estamos) que no saben por qué quedaron embarazadas. Y adivinen quién podía encontrar a los hombres detrás de esos embarazos...

● La educación socioemocional, que creo que especialmente la necesitamos los hombres, en este caso. En la gestión de nuestras emociones y nuestros instintos, el fortalecimiento de nuestra empatía, la desexualización de las mujeres.

● Un sistema de adopción eficiente. Que sea una opción viable y real para quienes quieren parir pero no criar, y para que todos esos niños y niñas tengan la oportunidad de crecer en un hogar lleno de amor.

● Acompañamiento económico y psicosocial para niñas y jóvenes víctimas de abuso, para quienes, hoy en día, muchas veces la única opción sigue siendo estar a merced de sus abusadores.

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● Eficiencia en los procesos de denuncia de abusos sexuales, ya que hoy en día la mayoría de casos quedan impunes. También será importante pensar en cómo reformar a un violador, ya que la evidencia muestra que las penas capitales no ayudan en lo absoluto.

● Responsabilidad en el manejo de medios de comunicación, que siguen sexualizando a las mujeres y sugiriendo culpabilidad de ellas en casos de abuso y violación.

● Y esta lista tiene un largo etcétera, para el que sé que muchas personas que me leerán trabajan fuertemente en el día a día. Espero que, en esto, podamos unirnos y camellar.

No puedo insistir lo suficiente en que tenemos una causa común en la que podemos unirnos como sociedad en este tema. Lo más interesante de este debate ha sido que ha puesto el tema sobre la mesa y ha revelado públicamente los problemas subyacentes. Nos invito a encontrarnos para seguir debatiendo, pero, sobre todo, construyendo con nuestras acciones y proyectos.

Por Alejandro Henao Guáqueta

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