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Una dirigencia miedosa y tramposa: la paz para nunca

Columnista invitado EE y Mario Yepes Londoño*

13 de noviembre de 2023 - 02:09 p. m.

Uno ve a los comandantes (¿?) del ELN ya por fin resignados a no tomarse el poder, sentados en la mesa principal con presidentes, ministros, parlamentarios, observadores internacionales, asesores de ambos lados de la negociación y público de periodistas y ONG; y los ve aplomados pero sin haber recibido plomo, satisfechos, bien bañados, afeitados y vestidos de impecable blanco caribeño sin una gota de sangre, sin rastros de la vida en la selva, con una sonrisa entre esa que pretende ser cordial y llena de mansedumbre y la irónica del gato que se relame antes de la acción artera.

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Casi no es posible distinguir, cuando hablan, entre su discurso y el de los anhelantes y ansiosos de confiar emisarios del gobierno y de la sociedad: la Paz se adivina casi real, paloma que se apresta al vuelo sin vientos contrarios. Se habla de cese el fuego, de un futuro de equidad y de justicia para “nuestro pueblo” (ese al que han torturado durante 60 años), de acabar con la corrupción y otras lindezas que nadie cuestionaría. Pero al día siguiente y todos los siguientes uno tiene que esperar con una impaciencia vieja de sesenta años a que los “comandantes” hagan sus consultas, dicen, con todos los frentes. Uno se pregunta por qué a esta hora. Antes de sentarse a la mesa de la ceremonia frente a cámaras de todo el mundo (imágenes que sirven para que la tropa embarrada y suelta vea su importancia), tuvieron todo el tiempo para “hacer la pedagogía con los compañeros”, los acuerdos o las órdenes, y llegar a la mesa listos para dar la orden definitiva inmediatamente después de firmar que dejarán de matar, de secuestrar y de desplazar. No lo cumplirán, ya lo sabemos.

Pero es que aquí aparece la sospecha que tenemos muchos. No se atreven. El cuento ese de la “federación” del ELN ya no sirve por comprobación de la experiencia y por inverosímil, porque entonces ¿De qué se es comandante? ¿Sólo de la propia guardia pretoriana? ¿De algunos amigos en cada frente? ¿Es que cada proyecto, acción bélica, secuestro, acuerdo de paz o de cese el fuego requiere consultas y acatamiento? ¿Pretenden hacernos creer que no tienen eficaces medios de comunicación? ¿Que no han fusilado a los que no obedecen o disienten, desde la década de 1960, cuando empezaron a hacerlo, previa señal de la cruz y padrenuestro, como en la Inquisición?

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Lo que se sospecha es que tienen miedo de no ser reconocidos por su tropa en la incoherencia entre esta posible entrega y la promesa rotunda a los reclutados de alcanzar el poder por las armas como destino “hasta la muerte”, esa promesa cuyos efectos la tropa no ha podido columbrar pero la sigue esperando; el miedo de no ser vistos ya más como parte de ellos en esa apariencia impoluta, sin camuflaje, la de no haber dormido al descampado ni almorzado con carne de mico. Como los han acostumbrado a la idea de la guerra permanente (si eso es guerra, ese constante martirio a los campesinos como si éstos fueran el Establecimiento que el ELN dice combatir), le dan a la tropa, vacilantes, la posibilidad de mantenerse en acción pese a los acuerdos: si estás en vena de secuestro, o de matar policías, soldados y civiles, o de atacar a un pueblo indígena, no dejes de hacerlo; tu comandante verá cómo se las arregla en la mesa.

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Entonces ganan tiempo, creen ellos, cuando ya su propio tiempo, el de viejos guerrilleros, hace rato que les tocó la campana y saben además que en cada frente hay alguien o algunos que desean, no sólo imitarlos en esa otra vida fascinante de jefes de guayabera, sino reemplazarlos. Entonces le dan largas a la negociación, como lo han hecho tantas veces con gobiernos del Establecimiento, de derecha o como el de Belisario, el de Samper o el de Santos, verdaderamente interesados en la paz (cualquiera sea la motivación); y ahora lo hacen con el primero de izquierda en nuestra historia, a veces errático explicablemente por la novedad y por las odiosas y torpes tensiones de siempre entre las izquierdas.

Aún confían esos “comandantes” en que la desesperación, el anhelo, la angustiosa ansiedad de paz de esta sociedad (excepto Uribe y los suyos) y del gobierno que los convoca a negociar, urgido de legitimar y volver cierta la promesa de la paz, todavía pueden estirarse infinitamente según sus propias inseguridades y consuetudinaria capacidad de burla, afirmados en sus armas y en sus dólares del narcotráfico (pero piden dinero al gobierno porque no tendrían con qué comer si cesan el fuego y el secuestro). Y confían en que todavía encuentran santuarios cómplices para esconderse en el conflicto y para dar al Estado y a la sociedad la apariencia de estar negociando. Recurren a todas las artimañas retóricas y estratégicas para dilatar el proceso. Por ejemplo, eso que nadie comprende y menos acepta:

El turismo negociador

Cualquiera, en plan benevolente y no exento de asco, puede aceptar que las conversaciones no se cumplan en el territorio nacional tan vasto, con posibilidades infinitas de aislamiento y de seguridad (acuérdese del Caguán). Pero en cambio el ELN impone el continuo desplazamiento de la mesa, como si fuera la aplicación del síndrome de guerrilla en movimiento perpetuo, antier en Maguncia (Mainz, Alemania), hoy en Ecuador, mañana en Caracas, luego en México y, siempre confiados, en La Habana que sí les sirvió todo el tiempo a las FARC y al gobierno de Santos.

Viajes en avión (García, “Napoleón el Pequeño”, Gabino -el gran defensor del medio ambiente regando petróleo, entre otras épicas hazañas- y Beltrán, el hipócrita máximo, preferirían en barco y en limusina para llegar más tarde); excelentes hoteles, mejor acogida por los anfitriones, y exposición mediática, que no se conseguirían iguales en la selva. Porque esto último es esencial para ellos; de una manera que se vuelve incluso ridícula, todavía creen que nos impresionan con sus alardes y vistosidades en pantalla y en papel, esos que los gobiernos expectantes y tascando el freno se ven obligados a aceptarles. Y creen que en el exterior siguen viéndolos como héroes.

Pero los que más tenemos que tascar el freno y aguantar la burla somos los ciudadanos. No digamos tanto los que vivimos en las grandes ciudades y tenemos alguna forma de privilegio, pero en qué brutal medida sí los campesinos, indígenas y comunidades negras del Chocó, de Nariño, del Cauca y de muchos otros lugares, vejados hasta la ignominia por las bandas del ELN y por el enfrentamiento de éste con el Clan del Golfo, las Disidencias y la Nueva Marquetalia y, por supuesto, con las fuerzas del Estado, amén de la delincuencia común. Y aquí aparece el otro miedo de los “comandantes”:

¿Consulta a la sociedad?

Una de las estrategias del ELN en la taimada negociación es predicar que no adelantarán un paso hacia el desarme mientras no se consulte a las comunidades y a la sociedad en general; y lo exigen ellos que nunca han creído en la democracia; y que, acuerdo firmado, acción acometida para cumplirlo; y que si esto no se logra de inmediato, ¡fuera!

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Esa diversidad de la sociedad aún no es clara, excepto por la aceptada presencia en la mesa del señor Lafaurie, representante de un sector económico y de clase (incluso de clase política), útil y hasta el momento bienvenida. Pero la presencia de las comunidades… bueno, ¿a quien en su sano juicio le puede parecer que no sea justa, y necesaria por tanto?

Entonces uno se pregunta por qué, si el ELN (como otras guerrillas) siempre ha dicho que no sólo lucha por el pueblo colombiano sino que lo representa (como supuestamente representa a su propia tropa) ¿por qué ellos, que se la saben toda en materia de reivindicaciones, equidad y justicia social, no avanzan en la negociación?

Si se trata de ir a consultar a las comunidades olvidadas por el Estado y por todos nosotros, yo creo que los “comandantes” no se atreverían a ir desarmados a conversar con los chocoanos, nariñenses, caucanos, guajiros, antioqueños, y etc, a los que han martirizado, desplazado, asesinado y raptado (ellos dicen que acogido en sus filas) a niños y adolescentes; no creo que estos turistas de la paz, con su estudiada apariencia de sobradez, de imperio y de perdonavidas sobre gobierno y sociedad (Antonio García como paradigma y los demás compiten), se atrevan a ir a preguntarles cuáles son sus demandas, entre otras razones porque en muchos lugares ya no van a encontrar a los habitantes desarraigados por el ELN y los demás. Si lo hicieran, seguro que más bien aprovecharían para averiguar quiénes en esas comunidades son sus contradictores por ideología o por justo resentimiento de las infamias que han recibido de estos redentores del pueblo. Y proceder en consecuencia, probado por la historia: fusilamiento, como ya lo hacen con los líderes sociales, compitiendo con los paramilitares que sabemos.

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Claro que si fuera posible y aceptado por la contraparte, los “comandantes” pedirán que otro les saque las castañas del fuego: se quedarán en alguna capital extranjera hasta 2025 y pedirán que vayan los de Naciones Unidas o un noruego o chileno de buena voluntad, mientras ellos ensayan ante el espejo los nuevos (revejidos) gestos.

Por ahora están anunciando que llevarán esas consultas a la población hasta el 2025, no sabemos (ni sabremos) si hasta enero o hasta diciembre. Falta ver qué piensan el gobierno y la sociedad deseosa de la paz de esos plazos deliberadamente irritantes. Porque hay en ello un aspecto que no está claro: estos perpetradores de infamias desde 1960, incapaces de tomarse el poder pero amparados todavía en la categoría de rebeldes políticos, y ahora candidatos a parásitos del Estado para negociar, cuyas únicas actividades empresariales han sido el secuestro y el narcotráfico fusil en mano, ¿van a resultar los gerentes de la reconstrucción pacífica de las comunidades, de la economía nacional, y a enseñar a gobernar?

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Hasta el momento queda claro que para el ELN, como para la derecha uribista, la paz no es negocio. Lo es negociar con subsidio y volver a chantajear con las armas. Claro que un Estado que tampoco los pudo derrotar cuando estuvo en manos del Establecimiento debe negociar con ellos y con los demás, pero la izquierda democrática en el gobierno presente no debe entregar la personería y la representación política del pueblo, el eterno ofendido por todos. Si el pulso es con la dimensión del poder armado, debe quedar claro cuál lado de la Mesa puede demostrarlo, y debe ser el del Estado dirigido por un gobierno amigo de la paz.

Alianza con la derecha fascista

Entre tanto, el ELN le sigue sirviendo maravillosamente a la derecha fascista que desde Laureano y Alvaro Gómez en la década de 1940 se ha mantenido en sus trece: “Hacer invivible la República”.

La Universidad pública, la que convoca mayoritariamente a los estratos 1, 2 y 3, la que no le gusta al Establecimiento ni a gobierno alguno anterior, sigue asediada por los encapuchados del ELN y de otras pelambres, impidiendo la vida académica y la paz en los claustros, con sus comisarios políticos enviando a la muerte y al desmembramiento a civiles y policías; y a sus propios militantes, como en el horrendo episodio de febrero de este año en la Universidad de Antioquia, sin hablar de otros momentos.

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Le han servido a esa derecha con largueza, desacreditando toda la acción política de la izquierda, a la cual esa misma derecha le adjudica el vandalismo al que se asocia bajo el anonimato encapuchado en las marchas y manifestaciones, y el asesinato de líderes sociales bajo cualquier Duque, Molano o Nicacio de turno. La impoluta y aséptica, idealmente pacífica manera de manifestarse hoy la derecha uribista en sus manifestaciones callejeras, buscando el contraste, es la mejor prueba: son ellos con sus civiles y policías disparando balas y sacando ojos, y el ELN destruyendo propiedad pública y privada e hiriendo a policías, los que ensuciaron las legítimas y pacíficas marchas de estudiantes y trabajadores de 2019 y 2021, explícitamente no partidistas.

Para el ELN es la vieja fórmula: se trata de “agudizar las contradicciones”. Es que el ELN mantiene con convicción de burro una ideología que hace rato se estrelló contra su propia miseria humana y su incapacidad militar que redujo la acción a la cobardía del terrorismo y de la persecución al débil y desarmado; una ideología y programa político simplistas, que nunca se sostuvieron frente a la complejidad de la realidad nacional, ni frente a la imprevisible real politik de las potencias que eran su referente para bien y para mal, ni siquiera de regímenes como el de China o el más afín de Cuba (al cual también le falló su alineación postestalinista) que los entrenó e ideologizó. Como el uribismo fascista (perdón por la redundancia) su sustento y su permanencia se basan en el miedo y la mentira, en el daño que producen, incapaces de una política más alta.

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* Profesor de la Universidad de Antioquia. Magister del Instituto de Estudios Políticos de la misma.

Por Mario Yepes Londoño*

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