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Por: Alberto López de Mesa*
El rector de la Universidad Nacional, Ignacio Mantilla Prado, protestó, con justa razón, por el modo en que algunos políticos y periodistas se referían al hecho de que los presuntos implicados en la acción terrorista cumplida en el Centro Andino sean estudiantes o egresados de este centro educativo. De hecho, estas personas, con irresponsable sorna, difunden la idea de que la universidad más importante del país es madriguera de antisociales e, incluso, se insinúa que hay una permisividad tácita por parte de la institución.
La Universidad Nacional de Colombia es un patrimonio vivo, con significados inmensos para la historia y para la cultura del país. Es, con creses, el epicentro del pensamiento científico y crítico definitorio de muchos aspectos del destino de la patria. Lo demuestran la calidad de sus egresados y sus programas enfocados a favor del desarrollo económico, los derechos humanos y la protección de nuestros recursos.
Es un deber de la sociedad inculcar en las nuevas generaciones el aprecio y el sentido de pertenencia por el centro de educación pública, donde se forman con los más altos estándares de calidad profesionales, científicos, licenciados, técnicos y humanistas.
Casi siempre, quienes se ocupan de difamar un bien público tan importante como la Universidad Nacional obedecen a prevenciones ignorantes o a esas nociones que propugnan que todo servicio debe ser privatizado. Ciertamente, entre la oferta de educación superior, hay centros elitistas, facultades de garaje, unas que imparten desde sus aulas una educación ideologizada, pero en ninguna, estoy seguro, se forman ni violadores, ni corruptos, ni terroristas. Estas aberraciones son consecuencia de los anti valores y las deformaciones éticas que han encontrado en las injusticias, en las inequidades y en los abusos de los gobernantes de siempre, el caldo de cultivo para prosperar como forma de existencia.
Tal vez, el sistema educativo, en su estructura, sí tiene una gran responsabilidad en las deformaciones éticas manifiestas. Pero no en el sentido inmediatista, como lo exponen algunos comunicadores, sino porque se atiene a la información, la enseñanza en la especialidad y la técnica, la formación humanista y la cualificación del espíritu. Todo para para que el educado asuma la justicia y lo colectivo como una obligación de su quehacer. Para que prime el bien común sobre la ambición personal.
*Alberto López de Mesa, arquitecto y ex habitante de calle
