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Verdades absolutas

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Columnista invitado EE: Mario Alberto Yepes Londoño
27 de agosto de 2022 - 05:30 a. m.
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Toda afirmación absoluta es falsa, empezando por la que acabo de hacer. Yo y otros…

La extrema derecha uribista insiste en su extraordinario y asombroso descubrimiento que, hasta donde se sabe, nadie les va a disputar: no hay una única verdad. Sabemos que no lo afirman de una manera general, porque en ese caso quedarían anulados sus dogmas y certezas absolutas sobre cualquier cosa. Desde la creación de la Comisión de la Verdad emanada del proceso de paz con las Farc, el uribismo pregona y trata de vender su agua tibia para descartar de plano, de manera absoluta y sin resquicios, todo lo que tenga que ver con ese proceso y en particular donde más les duele y donde encuentran más peligro: las declaraciones ante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) y el Informe Final de la Comisión de la Verdad. Con toda frescura niegan lo notorio de bulto: de ese informe es posible, legítimo, dudar de algunas causas, interpretaciones o recomendaciones, pero no de lo que está documentado y testimoniado por las víctimas y los victimarios, incluyendo a sus propios victimarios y víctimas: los HECHOS criminales, horrendos, de lado y lado, y que por lo tanto no es cierto que SÓLO se les carga la mano a las Fuerzas Armadas como victimarias. Esta salvedad, la de defender a ultranza, siempre acríticamente, a sus Fuerzas, es indispensable para los obsecuentes de Uribe, porque siempre quieren aparecer ante ellas como sus únicos defensores y enaltecedores, aunque en el fondo es puro utilitarismo o, como se dice en Antioquia, es “caridad con uñas”. Utilitarismo, porque los uribistas sólo defienden de subteniente para arriba si son blancos: resulta que en los grados inferiores “las Fuerzas” están constituidas en buena proporción por negros e indígenas como los que Paloma Valencia quiere víctimas de su apartheid en Cauca. Ahora entonces anuncian que van a producir su propia verdad, por supuesto en cartillas que más bien deberían llamar Catecismos del astuto padre Uribe.

De las declaraciones ante la JEP de militares, policías, paramilitares y cómplices, para los hijos de Uribe (legítimos y espurios) todos se dividen en dos: unas “pocas” manzanas podridas y traidores, claro que esas pocas son de una eficacia escalofriante. Lo que ellos dicen ante quien podría ser su juez no es verdad, especialmente si se atreven a señalar hacia la cúpula militar y, sobre todo, civil, si es que hay civiles en el uribismo; difícil saberlo porque los que se presentan como tales (Duque) suelen uniformarse como los otros, y los de uniforme se lo quitan a la hora de sacar ojos de estudiantes. Dicen que esos declarantes no son fiables: podrían señalar a los blancos.

Claro que, sobre los fenómenos sociales y sobre casi todo, no es acertado ni útil ni razonable formular verdades absolutas. Pero creo que en este momento en Colombia, y desde hace mucho rato, hay por lo menos una perfectamente demostrable: hay un sector —el uribismo, sus conmilitones y sus boquiabiertos repetidores— que necesita la guerra como al agua el pez, que nunca ha querido la paz como no sea la de los sepulcros para quienes se les oponen, y hay una mayoría del país que acaba de volver a suscribir con fuerza el rechazo a la guerra, la sanación de las profundas heridas de todos mediante la búsqueda de la verdad histórica sin abandonar la actitud ni la voluntad críticas, la necesidad de la justicia social y de las reformas institucionales que en buena medida garanticen la no repetición del horror, venga de donde venga.

Si hubiera honradez intelectual e incluso menos torpeza política del uribismo, se allanaría un debate serio, honesto, de confrontación no violenta (la que les gusta es la otra), de demostración de hechos, seguido de aceptación de responsabilidad cuando sea pertinente, si es que realmente se quiere la convivencia. Le tocaría hacer lo mismo a la izquierda (¿?) irredenta, la que sigue pregonando y cumpliendo la misma causa violenta de los uribistas y con parecidos reclamos redentores. Pero ya sabemos que en ambos casos hay un problema: el dogmatismo, el fanatismo, porque tienen la verdad desde siempre, in aeternum. Y cuando uno tiene la verdad, ya no puede aprender nada. La peor torpeza política.

La inefable Paloma Valencia (berreante de la escuela Zapateiro, Duque, Molano, Cabal y Mejía), excitada enemiga de la divulgación del Informe Final de la Comisión de la Verdad, reclama como prueba de la parcialidad de la “Comisión del cura De Roux” el hecho de que “¿cuándo invitaron al uribismo a hacer parte de esa Comisión?”. Y llama “fascistas” a la misma y al Gobierno Petro que se propone mantener su invitación a la pedagogía sobre la paz en la educación de niños y jóvenes. Cuando un uribista llama fascista a alguien, ¿está esperando que el eco se devuelva con justicia? ¿O es la demostración de lo dicho, de su irredimible ignorancia histórica y política? En cuanto a lo primero, es mentira como siempre: un distinguidísimo miembro de ACORE y conmilitón del enfermo Marulanda del uribismo estuvo hasta mediados del año pasado en la Comisión y decidió abandonarla, tirando la puerta, porque no le aceptaron sus imposiciones en un organismo donde reinaba el consenso. Ante lo segundo, Uno se pregunta cómo se les ocurre que en cualquier organismo surgido de los acuerdos de La Habana y del Teatro Colón insistieran en llamar a su seno a quienes desde la oposición y luego desde el gobierno llevan una década declarándose enemigos y actuando en lucha violenta contra el proceso. La respuesta es que Valencia utiliza todas las formas de lucha, empezando por la insigne del uribismo: la mentira.

Por Mario Alberto Yepes Londoño

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