A las 10:20 de la noche del 12 de abril pasado, el avión presidencial brasilero “Santos-Dumont” VC-1 2102 aterrizó en el aeropuerto Hongqiao de Shanghai con el presidente Luiz Inacio Lula da Silva abordo para iniciar una visita de Estado a China que duraría cuatro días. Ahí fue recibido por el viceministro chino de relaciones exteriores, Xie Feng, y por Dilma Rousseff, recientemente nombrada presidenta del Nuevo Banco de Desarrollo, el esquema financiero de los BRICS.
Lula se hospedó en el icónico y hermoso Hotel de la Paz en 20 de Nanjing Donglu, construido hace 100 años sobre la estructura de la Sasson House, de Víctor Sasson, un judío bagdadí que amasó una inmensa fortuna en especulación inmobiliaria a lo largo del Bund, el malecón de la orilla oeste del río Huangpu, que mira hacia los enormes edificios futuristas de Pudong, la representación de la Shanghai contemporánea.
Se trataba de la quinta vez que Lula visitaba China y la tercera como presidente, una por cada mandato. “Brasil está de regreso”, dijo Lula en una rueda de prensa, refiriéndose al fin de aislamiento internacional promovido por el expresidente Jair Bolsonaro, que incluyó ataques a China replicados por su hijo Eduardo, entonces legislador, que agriaron en lo político una relación que no paraba de profundizarse en lo económico.
La agenda reflejaba claramente la doble dimensión. En lo económico con una serie de acuerdos sobre avances en las áreas de agricultura, energía, tecnología, educación, exploración espacial e infraestructura, que reflejan la importancia de la relación económica entre los dos gigantes. Justamente en 2023 se celebrarán los 30 años de la asociación estratégica entre ambos países, establecida en 1993 siendo presidente Itamar Franco. En lo político, con encuentros de alto nivel y coincidencia de visiones sobre el multilateralismo.
Una base económica sólida
China es el principal socio comercial de Brasil desde hace 14 años y ha sido estratégica para Brasil porque el balance ha sido históricamente a su favor; en 2022 fue de 30 mil millones de dólares y en 2021 de 40 mil millones de dólares, una cifra enorme inclusive para un país tan grande como Brasil, para quien el superávit con China representa el 50 % del superávit comercial brasilero con el mundo. Esto no se repite con ninguna de las otras mayores economías del mundo como Estados Unidos y Europa con las que Brasil arrastra déficits importantes.
Ambos países han alcanzado una verdadera relación gana-gana con alta complementariedad, que induce una cooperación en muchos campos estratégicos. El fundamento de la relación es sólido y supera las diferencias momentáneas de índole político, porque no hay otra economía del mundo con la que Brasil haya obtenido resultados tan positivos como los que reflejan las estadísticas de comercio de bienes y servicios e inversión con China.
En este intercambio las exportaciones brasileras de productos agrícolas tienen un peso importante, con una participación de aproximadamente el 45 % del total. Siendo la lucha contra el hambre, el desarrollo rural, la tecnificación del campo y la producción agrícola sostenible algunos de los temas de la agenda del gobierno de Lula, es explicable que la delegación preparatoria de la visita por parte de los brasileros haya sido liderada por el ministro de agricultura Carlos Fávaro.
Antes de dejar Shanghai con rumbo a Beijing, Lula asistió a la posesión de Dilma Rousseff como presidenta del Nuevo Banco de Desarrollo y tuvo varias reuniones con empresas chinas líderes en tecnología (Huawei), vehículos eléctricos (BYD) y telecomunicaciones (China Communication Construction Company), con las que el gobierno brasilero ejecuta proyectos esenciales para la protección del bioma amazónico que se complementan con la cooperación aeroespacial en el marco del programa China Brazil Earth Resources Satellites (CBERS) en el que se suscribió un memorando para la construcción y lanzamiento del CBERS-6, el sexto satélite construido conjuntamente.
Entre los memorandos que se firmaron hay uno de certificación digital y otro para transacciones directas liquidadas en reales y yuanes renminbi. Ambos instrumentos reducirán la intermediación burocrática a los exportadores de ambos países y los costos de transacción al dejar la intermediación del dólar.
En Beijing la agenda incluyó reuniones con la plana mayor del poder estatal chino, como el presidente Xi Jinping, el primer ministro Li Qiang y el presidente de la Asamblea Popular Nacional Zheo Leji. En estas reuniones ambas partes reafirmaron la importancia del multilateralismo como marco para relaciones más equilibradas entre los países del mundo, el fortalecimiento de CELAC y el restablecimiento de UNASUR y MERCOSUR.
El acelerado desarrollo de las relaciones entre Brasil y China no solo tiene que ver con el tamaño de sus territorios, población y economías, que sin duda pesa. Tampoco es suficiente decir que se trata de afinidades ideológicas o convergencias de intereses alrededor del multilateralismo. Se trata sobre todo de que ambos países han afinado los esquemas institucionales de cooperación en todas las áreas, creando un espacio para la maduración de relaciones económicas diversas y sólidas con un alto grado de complementariedad.
Desde que se posesionó, la agenda internacional de Lula está dirigida a restablecer el papel de Brasil como país líder del Sur Global y protagonista del diálogo Norte-Sur y la cooperación Sur-Sur. Empezó con la cumbre de la CELAC en Buenos Aires, luego visitó Estados Unidos, ahora China en un viaje que terminó en Emiratos Árabes Unidos. En mayo tiene programado visitar Inglaterra y Japón y cerrará el semestre con una gira por África. A lo largo del año estará en las cumbres de los BRICS en Durban (Suráfrica), del G20 en Nueva Delhi, del G7 en Hiroshima y la Conferencia sobre Cambio Climático en Dubai. No hay un mandatario latinoamericano con una agenda similar.
Desde el Palacio de Planalto describieron la visita de Lula a China como un “relanzamiento” de las relaciones bilaterales, como “parte de los esfuerzos del nuevo gobierno brasileño de reestablecer las relaciones exteriores”.
Las reuniones en Beijing terminaron con una invitación formal al presidente chino, Xi Jinping, para que haga una visita de Estado a Brasil, que sería la tercera de Xi Jinping a Brasil y quizás su quinta gira por América Latina, si incluye a otros países.
El caso brasilero es una buena muestra de que la dirección hacia profundizar y fortalecer las relaciones con China en todas las direcciones es correcta por sus efectos positivos para ambos países. Nada está exento de diferencias y controversias, y las ha habido entre Brasil y China, pero son gotas de divergencia en el océano de intereses comunes que se ha creado en 49 años de relaciones bilaterales y 30 desde que llegaron al nivel de asociación estratégica.