Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
En los diferentes ámbitos de nuestra sociedad surge cada vez con más fuerza el reclamo por los derechos de las personas. Conocemos y exigimos el respeto a nuestros derechos individuales, colectivos, políticos, económicos, sociales y culturales. Sabemos muy bien todo a lo que tenemos derecho y lo demandamos con vehemencia: derecho a la igualdad, a la reunión pública, a la libre expresión, a la educación, al trabajo, a un medio ambiente sano. Esto es positivo: vivimos en un Estado social de derecho, y el respeto a los derechos humanos es fundamental para vivir en democracia. Lo preocupante es que no conocemos ni defendemos con el mismo entusiasmo nuestros deberes ciudadanos. No parecemos tener ningún interés en cumplir con nuestros deberes, en ceder el paso, en bajar el volumen, en aportar de cualquier manera. La cultura actual parece estar basada en pedir lo máximo y hacer lo mínimo, y a punta de exigir y reclamar lo que nos conviene a cada uno, difícilmente podremos avanzar hacia un futuro justo.
Las exigencias laborales que se discuten en nuestro país son un ejemplo que demuestra que la cultura de reclamar derechos está por encima de la de cumplir obligaciones, pues la conversación se ha centrado en demandar mejores salarios, mayores beneficios y, al mismo tiempo, requerir menos horas de trabajo. No se habla de trabajar con empeño ni en la satisfacción que genera sacar adelante proyectos bien hechos. Seguramente las empresas tendrán que adaptarse a esta nueva generación de trabajadores que no está dispuesta a trabajar sin exigir, como tal vez lo hacían sus padres, y qué bueno en ese sentido, pero las demandas actuales, enfocadas únicamente en obtener beneficios propios, reflejan a una sociedad egoísta y reacia a cooperar. En un sistema así, es imposible progresar.
Sucede también con los jóvenes y sus padres de familia que exigen acceso a una educación de calidad —lo cual es legítimo e ideal—, pero ignoran el compromiso que surge de asistir a clases, estudiar, presentar trabajos puntualmente, no sabotear el aprendizaje de otros, respetar las opiniones del profesor y de los demás. Pretender hacer la tarea en el mínimo tiempo posible y, aun así, exigir la mejor calificación, es un hábito que conduce a la mediocridad y, además, refleja la comodidad y la falta de compromiso, valores contrarios a los de un buen ciudadano.
El derecho a manifestarnos es otra prerrogativa de la que se ha abusado al punto que cualquiera que se sienta inconforme se cree legitimado para pisotear los derechos de quienes no están en su círculo. Qué bueno sería que, en vez de reclamar y protestar tanto, actuáramos pensando en el bien común, y en respetar los derechos ajenos y no abusar de los propios, que es el primer deber de las personas y los ciudadanos establecido en nuestra Constitución.
Enseñar y aprender a que no todo lo que hacemos debe darnos un beneficio personal e inmediato es fundamental para convivir en armonía. Cuando respetamos la fila, trabajamos con dedicación, ayudamos a quien lo necesita, hacemos buen uso del agua, cuidamos nuestro barrio, pagamos impuestos y hacemos lo correcto sin esperar recompensa personal, no estamos siendo ingenuos, estamos siendo buenos ciudadanos. Además, estamos poniendo en práctica las virtudes humanas que son las que nos acercan a la verdadera felicidad.
P. S. ¿Cuál deber consideras esencial para convivir en sociedad? Si quieres compartir, entra al siguiente enlace.