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Por: Gautier Mignot, embajador de Francia en Colombia
Ante la situación de crisis que enfrentamos, es necesario parar un momento y reflexionar más allá del conteo cotidiano del número de casos, de las hipótesis sobre la evolución de las curvas, de las especulaciones sobre el mejor tratamiento o sobre la eficacia de las medidas de protección.
La primera característica de esta crisis que llama la atención es su rapidez y la falta de anticipación por parte de la comunidad internacional casi en su conjunto. Claramente, faltaron señales de alarma sobre la seriedad de la amenaza que constituía el COVID-19, en particular sobre dos aspectos : la cantidad de víctimas que podía producir en total y el hecho que el número de casos iba a superar rápidamente las capacidades de los sistemas de salud y llevar a un colapso de los mismos. Claramente, hubo inicialmente una falta de transparencia, de solidaridad y de cooperación a nivel internacional para avisar y entender que lo que venía no era simplemente una fuerte ola sino un tsunami sanitario.
La transparencia sobre la realidad de la epidemia en países democráticos, en particular en Europa, permitió finalmente dar la alerta al mundo sobre la magnitud real de la crisis y convencer a gobiernos y opiniones públicas de otros países de la necesidad de tomar medidas drásticas lo más pronto posible.
De ciertas formas, el coronavirus, que parecía inicialmente poco agresivo, ha sido muy engañoso. Su carácter en apariencia relativamente inofensivo (« no es mucho más que una simple gripa ») que nos llevó a subestimar inicialmente el riesgo para nuestras sociedades y los miles de muertos que iba a provocar, en particular, en adultos mayores y personas vulnerables.
Ahora, tomando en cuenta las reacciones de pánico, de irracionalidad, de xenofobia y de intolerancia incluso hacia personal de salud que generó este virus, uno puede imaginar cuál habría sido la situación frente a una enfermedad aún más contagiosa y letal en particular para los niños (que afortunadamente parecen, salvo en casos excepcionales, enfrentar riesgos muy limitados de fallecer por el COVID-19).
Otro factor que nos hizo bajar la guardia fue el hecho que, si bien se sabía desde hace muchos años que la hipótesis de una pandemia de esta magnitud, con este tipo de virus además, era muy posible por no decir probable, varias alertas en los últimos años (avian flu, H1N1, Ébola, en particular) no se materializaron.
Al lugar de incitarnos a prepararnos mejor, estas falsas alarmas (o quizás más bien estas alarmas reales que fueron controladas a tiempo) nos dejaron la impresión que los epidemiólogos estaban exagerando la amenaza. Así fue como en Francia, el gobierno que tuvo que manejar la crisis del H1N1 a principio de la década recibió duras críticas por haber gastado cuantiosas sumas en tratamientos y tapabocas que no fueron utilizados : hoy en día estas críticas se transformaron en alabanzas [y parte de estos tapabocas han podido ser usadas para enfrentar la pandemia actual].
Aunque esta crisis solamente esté empezando, se pueden sacar desde ya varias lecciones. La primera es (o debería ser) la humildad y el reconocimiento que se cometieron errores de apreciación, pero que fueron casi generales. Otra lección es el carácter indispensable de la transparencia, que es una de las grandes fuerzas de la democracia : se habló mucho en algunos círculos de la supuesta superioridad de los regímenes autoritarios para imponer medidas drásticas de « disciplina sanitaria » ; me parece al contrario que esta crisis demuestra la plena validez del modelo democrático, cuando funciona bien, para dar la alarma y a la vez imponer medidas fuertes llamando a la solidaridad y al civismo de los ciudadanos.
También hay que destacar que, como frente a otras amenazas globales como el cambio climático o la pérdida de biodiversidad, una respuesta eficiente al COVID-19 solamente puede ser global y basada en la cooperación y la solidaridad internacional. El egoísmo nacional o los intentos de sacar provecho de la crisis para ganar influencia a nivel mundial no son solamente despreciables : son y serán ineficientes. [Esta crisis también nos recuerda la importancia estratégica de sectores y profesiones a veces descuidados o poco considerados como la salud o la agricultura.]
Finalmente, una última lección importante: la crisis sanitaria genera una crisis económica y financiera, allí también profundizada por el comportamiento no-cooperativo y los juegos de influencias de algunos actores (como se puede ver claramente en el mercado petrolero en particular). Eso demuestra una vez más la complejidad de nuestro mundo y la interconexión de las problemáticas globales. No se puede pretender dejar a los expertos de la salud el manejo de las crisis sanitarias y a los economistas la responsabilidad de prevenir o arreglar los problemas económicos: más que nunca necesitamos políticos responsables, servidores públicos, pero también periodistas y opiniones públicas capaces de entender los nexos entre estos distintas problemáticas y la necesidad de buscar un equilibrio y una coherencia global en el tratamiento de ellas. [Ver como la naturaleza y los animales retoman en parte el lugar que les habíamos quitado hace parte de esta lección.]
