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Por Sergio Fajardo Valderrama
El presidente Iván Duque, desde el Palacio de Nariño, con su gabinete y asesores, estudia y anuncia las grandes medidas, firma decretos y da instrucciones de obligatorio cumplimiento para todo el país. Hace alocuciones presidenciales acompañado por sus ministros. Visita los medios de comunicación y responde preguntas: rostros agobiados y cansados. Tremenda responsabilidad. No debe haber espacio para la mezquindad: todos queremos que le vaya bien.
Fuera del mundo de Palacio, hay vida. En Colombia hay 1.102 municipios. A los alcaldes y alcaldesas les corresponde atender a sus comunidades, responder inquietudes y resolver los problemas del día a día. Con la excepción de unas ciudades capitales y unas pocas intermedias, las condiciones de vida en tiempos normales para cerca de 1.050 municipios “invisibles” (municipios de categorías 4, 5 y 6) es precaria, por decir lo menos. La mayoría de los habitantes son pobres o con un alto grado de vulnerabilidad. Las arcas municipales no tienen físicamente un peso: por ejemplo, este año no han recibido los ingresos por el pago del impuesto predial y los recaudos de los otros impuestos locales son ínfimos. Viven de las transferencias del presupuesto nacional.
Quienes hemos sido alcaldes y gobernadores sabemos muy bien que para que una medida que se toma en un escritorio en Bogotá llegue a implementarse en los territorios pasa una eternidad. La desarticulación de los programas del Gobierno Nacional con los gobiernos departamentales y municipales es dramática: en muy contadas ocasiones hay una verdadera integración de programas y acciones en los territorios. La desconfianza es la principal característica de esta relación.
Imaginen entonces en tiempo de pandemia cómo se ponen las cosas. Los ciudadanos escuchan al presidente y piensan que de inmediato la plata y los programas llegan a sus municipios. Por supuesto, no es así, y en más de un lugar creen que el alcalde se roba la plata. En estos días, tuve la oportunidad de hablar con varios alcaldes y gobernadores, todos reconocen la buena disposición y la amabilidad del presidente, pero la desarticulación es grande. Ninguno está en tónica de confrontación política o ideológica. Todos entienden la dimensión del problema que enfrentamos y están comprometidos con la solución del problema.
Pero, como regla general, no son tenidos en cuenta para la formulación de los planes, en particular los que tienen que ver con las peculiaridades de sus territorios. Se enteran por los medios de comunicación y tienen que interpretar a su leal saber y entender lo que significan las medidas. No reciben o saben cuándo van a llegar los recursos prometidos y no hay instrucciones claras. Además, están en la elaboración de los planes de desarrollo que necesariamente van a tener que cambiar por las nuevas circunstancias y como si fuera poco, los organismos de control requieren información diaria, exigen todo tipo de formularios y documentos. Sin olvidar que todos los funcionarios están en cuarentena, conectados digitalmente, con todas las limitaciones tecnológicas: ¡Haciendo teletrabajo!
Sin embargo, estoy convencido de que este es el momento para el liderazgo de alcaldes y gobernadores. Sabemos que apenas estamos al comienzo de la pandemia y que el camino por recorrer es largo y lleno de incertidumbres. La preocupación inicial tiene que ver con la atención inmediata en salud y las medidas para “aplanar la curva” donde el principal problema está en Bogotá y las capitales más grandes, pero ya en esta etapa entramos en el terreno de la sobrevivencia de personas vulnerables que no aparecen en ninguna clasificación, incluyendo desde pobres absolutos hasta clase media informal que se que quedó sin recursos del trabajo diario. La atención tiene que ser inmediata.
Los alcaldes son quienes mejor conocen su municipio, saben dónde están los habitantes y las condiciones en que habitan el territorio, están al tanto del funcionamiento y limitaciones de los hospitales, trabajan con las juntas administradoras locales y las juntas de acción comunal, tiene contacto con las organizaciones sociales como fundaciones, parroquias, ONG y otras organizaciones de la sociedad civil. Trabajan con toda la institucionalidad. Tienen registro de los colegios, maestros, estudiantes y familiares, y las condiciones de funcionamiento, de la infraestructura digital y en particular de las condiciones de la alimentación escolar. Entienden perfectamente las actividades productivas en su municipio, la mayoría informales.
Los gobernadores conocen mejor que nadie a sus municipios. Tienen interlocución directa con alcaldes y en principio todos sus programas interactúan con las estructuras municipales. Un gobernador o gobernadora serio está en capacidad de coordinar el trabajo con alcaldes, identificar los problemas locales, recoger las particularidades de cada lugar y formular planes de trabajo diferenciado. Al mismo tiempo tienen que ser los interlocutores del Gobierno Nacional cuando llega a los departamentos.
En todo esto está siempre implícita la idea que se van a robar la plata. No creo que sea así. Estoy convencido de que la inmensa mayoría de gobernantes está dispuesto y listo para jugar limpio. En estas circunstancias desparece uno de los factores de riesgo más alto para la corrupción: la mermelada, tramitada por congresistas corruptos que llevan el dinero a los territorios y se quedan con parte de los recursos en sus bolsillos. Acá es directa la relación del Gobierno nacional con los gobernantes locales. Sin intermediarios.
Todos los programas se pueden y deben hacer a través de los gobiernos municipales, incluyendo la entrega de recursos económicos directos a poblaciones especiales. Articulados por los gobernadores quienes deben presentar el plan departamental y ser el eje que coordina las actuaciones de los municipios. Con planes especiales de transparencia en cada municipio y con los organismos de control acompañando las actuaciones de los funcionarios responsables de las decisiones. Escúchenlos, el conocimiento de los gobernantes locales no se puede ignorar.
Es hora de confiar en los gobernantes locales. Apenas pase el aplanamiento de la curva del contagio del coronavirus nos toca enfrentar el crecimiento de la curva de las desigualdades sociales que han quedado al descubierto, curva que va a crecer exponencialmente a partir de la crisis económica y social que viene a continuación. Y los mandatarios locales y territoriales van a tener que enfrentar los problemas en la primera línea de atención. El camino es largo.
