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La política exterior de EE. UU. hacia América Latina no es una serie de eventos inconexos, sino una construcción narrativa cíclica de su destino manifiesto. Una y otra vez, se invoca la necesidad de la preeminencia hemisférica para responder a las amenazas existentes. La Estrategia de Seguridad Nacional del presidente Donald Trump acaba de ser publicada y consagra el “Corolario Trump” a la Doctrina Monroe, no solo resucita una huella de la vieja geopolítica, sino que la pone al servicio de una nueva y urgente necesidad: excluir a China.
Originalmente, la Doctrina Monroe de 1823 estableció que el continente americano no debía ser objeto de futuras colonizaciones por potencias europeas. Si bien se presentó como un gesto de protección (América para los americanos), en realidad consolidó el hemisferio como la esfera de influencia exclusiva de EE. UU. Un siglo más tarde, el Corolario de Roosevelt transformó esta doctrina: de ser un principio de no intervención europea, pasó a ser una justificación para la intervención militar directa de EE. UU. en los asuntos de los países latinoamericanos, actuando como un “policía hemisférico” para asegurar sus intereses.
Hoy, el enemigo no son las flotas europeas que buscaban cobrar deudas por la fuerza, sino el capital chino y su control sobre la infraestructura y los minerales críticos de la región. El Corolario Trump es la formalización de esta transición de adversario. La Estrategia de Seguridad de 2025 es clara al afirmar que el objetivo principal es “negar a los competidores no hemisféricos la capacidad para posicionar fuerzas o de controlar activos estratégicamente vitales” en el hemisferio occidental.
China ha logrado establecer una influencia estratégica sostenida en la región, focalizándose ahora en proyectos de nueva infraestructura y alta tecnología. Si bien su inversión por la Franja y la Ruta se ha desacelerado, la política arancelaria de EE. UU. ha provocado que China se convierta en un socio vital para la diversificación económica y supervivencia de América Latina. Por esto, este Corolario es la respuesta destinada a revertir la influencia de Pekín y asegurar que Washington sea el socio económico y de seguridad preeminente.
Pero el Corolario no solo excluye a China, también mira hacia el interior de la región, bajo el principio de “Alistar y Expandir”. Este enfoque prioriza la seguridad interna de EE. UU. sobre la estabilidad regional, buscando socios para contrarrestar la inestabilidad generada por el narcoterrorismo que no solo socava la seguridad, sino que también sostiene dictaduras en el hemisferio. El resultado de esta operación es sugerente: la inestabilidad creada por estos grupos criminales y las dictaduras facilita una migración descontrolada que se convierte en una amenaza para la seguridad interna de EE. UU., sentenciando en el documento que “la era de la migración masiva ha terminado”.
En definitiva, el Corolario de Trump marca el regreso de la geopolítica de las grandes potencias. América Latina es degradada nuevamente a un interés geoestratégico para EE. UU., una zona vital para proteger sus fronteras y asegurar el control absoluto frente la expansión de un rival sistémico.
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