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Juan Pablo Orjuela – Investigador en movilidad urbana
La política de calidad del aire de Bogotá entró en crisis en la actual administración y es el reflejo del poco interés del alcalde por las problemáticas ambientales. Ojalá el próximo 27 de octubre cuando los bogotanos voten no solo para la alcaldía sino por concejales y ediles, elijan a personas que estén listas para darle a nuestra ciudad “un nuevo aire”. Aquí resumo mis observaciones en tres puntos principales: la aparente sordera a las voces que vinieron de la ciudadanía, el plan de descontaminación, y la superficialidad de las propuestas.
Empecemos con un tema que creo es transversal a muchos temas de ciudad en esta administración: la tecnocracia ególatra combinada con delirio de persecución. Durante estos cuatro años el alcalde nos trató de vender la idea de que los perfiles técnicos de sus equipos le daban licencia para arrancar los proyectos más bruscos y transformadores de la ciudad sin hacer el menor esfuerzo por conciliar. Muy rápidamente quedó atrás la promesa de campaña de hacer “equipo por Bogotá” para buscar la forma de imponer su visión a como diera lugar y acusar a las voces disidentes de tener intereses políticos ocultos. El metro, la reserva Thomas van der Hammen, Transmilenio por la Séptima, la tala de árboles, el POT, y una lista larga de etcéteras, son ejemplo de una administración que no supo conciliar sino polarizar e imponer. No es este el espacio para evaluar si las propuestas de la alcaldía eran buenas o malas; a lo que hago referencia es a la falta de creación de espacios de diálogo entre la ciudadanía y las secretarías, en gran parte creo yo debido a una idea fantasiosa de que los técnicos que estudian la ciudad saben más que los ciudadanos que la viven.
Es importante resaltar que la crisis de calidad del aire de Bogotá no es responsabilidad exclusiva del actual alcalde. Es producto de muchas variables, entre ellas, décadas de esfuerzos insuficientes por parte de sus antecesores. Sin embargo, fue este año que se cumplieron los diez años de la publicación del primer Plan Decenal de Descontaminación del Aire de Bogotá, y fue esta administración la que no solo lo archivó, sino que fue incapaz de proponer uno nuevo. La hoja de ruta definida en 2009 para enfrentar el problema de calidad del aire en la ciudad se venció, se incumplió, y esta administración no mostró ni el menor interés por renovarla. Una política que calculaba un beneficio de nueve pesos por cada peso invertido; una política que le evitaría a la ciudad 15,000 muertes prematuras. El alcalde de la visión, de los planes, de preparar a la ciudad para el futuro con sus ideas transformadoras, tenía entre sus manos la oportunidad y responsabilidad de construir una política ambiental en favor de la salud de los ciudadanos por una década y parece que ni se dio por enterado.
Finalmente, queda por mencionar el desinterés por tomar acciones concretas por mejorar la calidad del aire en la ciudad. Ojalá hubiéramos visto en calidad del aire los avances que se lograron en Bogotá con respecto a la seguridad vial. La dedicación de la administración a reducir las muertes por incidentes viales en la ciudad a través de la “visión cero” es digna de reconocimiento y producto de un esfuerzo sin lugar a dudas titánico. Pero mejorar la calidad del aire también evita muertes que pasaron a un segundo plano en estos años. No hubo una sola propuesta innovadora en esta administración para mejorar la calidad del aire y no fue por falta de opciones: hubo renovación de parte de la flota de TransMilenio y el componente ambiental se incluyó al final y a las patadas; nos dijeron que eléctricos solo se podía en buses que no fueran articulados pero en la licitación del SITP para buses eléctricos nos quedamos con los crespos hechos; Londres le ha mostrado al mundo la efectividad de la llamada “zona de bajas emisiones” y la expandió pero a Bogotá esa noticia no llegó; Barcelona tiene bicicletas eléctricas para el transporte de carga de la última milla y aquí la alcaldía se refugia en decir que la carga es un problema del gobierno nacional. Ideas para mejorar la calidad del aire hay en todos lados, pero no hay peor sordo que el que no quiere oír.
