Por: Julián Alfredo Fernández-Niño* / @JFernandeznino
Primero fue el conteo, y luego fueron los números. La necesidad de contar, y posteriormente representar ese conteo, es muy antigua. Probablemente, lo primero que contamos fueron las otras personas de la manada en que vivíamos, y posteriormente, tal vez, con el origen de la crianza de animales, fue necesario saber cuántos animales tenía un criador bajo cuidado, para poder confirmar cada día, que un tigre dientes de sable no se había cenado a uno (o varios de ellos) en la noche. Cuando sólo se tenía un animal, no había problema: estaba o ya no estaba al otro día, pero entre más grande fue el criadero, el concepto de cantidad, y su representación compleja fue más necesaria.
Puede que primero el contraste fuera hecho con los dedos de las manos, o los pies incluso, como yo me imaginaba que hicieron los ancestros de los franceses, pero al final, lo cierto, es que 10 o 20 no nos fueron suficientes. Tal vez el primer conteo escrito fue la representación en la tierra, roca, hueso o madera, de cada unidad de ese “algo” tan preciado con un palito: cada palito representaba un animal en el corral. Contar era necesario para hacer intercambios justos o para tributar, primero a los dioses, y luego a los gobernantes elegidos por los dioses. Cuando los palitos no fueron suficientes, surgieron los números como conceptos. Curiosamente la representación de la inexistencia de algo, que hoy nos parece tan obvia, y hasta llegó a ser la base de nuestro sistema decimal: el número cero, tuvo que esperar un poco más. Creo que siempre nos ha costado más entender y representar la ausencia de las cosas.
Para el Estado, contar siempre ha sido importante. Contar cuántas personas con propiedades habitaban las ciudades-Estado permitió a las emperadores justos y tiranos, calcular y exigir la tributación. Contar cuantos hombres jóvenes (y niños, hay que decirlo) tenía una nación, les sirvió a los generales para organizar sus ejércitos, y a los reyes para medir su ego con el de sus enemigos. También, aunque hoy lo lamentemos, contamos esclavos a lo largo de casi toda la Historia, hasta hace muy poco. Contamos también las muertes al final de las batallas, que cuando salieron sin bajas victoriosos, dio origen a la expresión en inglés “ok” (0 Killed).
Así contamos primero cosas, animales y personas. Pero luego dimos el salto: comenzamos a contar hechos y fenómenos. Primero, los hechos naturales. Contamos los días que llovía en el verano; contamos los eclipses, y tratamos de darle significado. Aunque en las guerras ya se había hecho necesario contar muertes, el salto real lo dieron los que luego serían llamados demógrafos, ellos comenzaron a contar hechos humanos: nacimientos y muertes. Dicen que John Graunt recorrió las iglesias de Inglaterra, y el primer en darse cuenta qué nacen más hombres que mujeres. De contar esto, a contar casos de infecciones, hubo un solo paso, ese día perdido de la Historia, tal vez nacimos los epidemiólogos modernos.
Contar enfermos dio origen a lo que hoy se conoce como epidemiología descriptiva. Contamos enfermos a lo largo del tiempo, en distintos lugares, y luego por grupos sociales, y aquí vino el salto cuali-cuantitativo de la “ciencia tímida”. Comenzamos a contar y comparar subgrupos. De este modo, muchos estudios analíticos que quieren aproximarse a la causalidad son en últimos conteos condicionales, es decir conteos dentro de subgrupos. Contamos los casos de cáncer en aquellos que fuman, y los comparamos con los casos de cáncer en aquellos que no fuman, y así, bajo varios supuestos tales como la intercambiabilidad de los subgrupos, pudimos afirmar que fumar es una causa, o un factor de riesgo, para tener cáncer.
Pero antes de todo eso, antes de esos conteos más sofisticados, lo primero que contaron los “proto-epidemiólogos” fueron casos: enfermos y muertos de esas enfermedades. Los fundadores de la disciplina tuvieron que contar enfermos en las calles, contar muertes en las morgues para informarle al rey que tan grave era la cosa, y sobre todo para prevenir a la aristocracia, sobre la necesidad de tomar mayores cuidados o alejarse del pueblo enfermo pestilente. La definición moderna misma de brote o epidemia parte de un conteo por encima de lo esperado para un lugar en un momento determinado.
Hoy en día en medio de una pandemia global que aterra el mundo, seguimos contando. No sólo contamos casos y muertes de una enfermedad aún misteriosa. Contamos camas de UCI, contamos hospitales, contamos el personal de salud que será nuestra primera línea de defensa. Ya no son rayas sobre un hueso que esperaban décadas para ser leídas; son boletines digitales que se publican por redes sociales, que asustan a unos y generan desconfianza en otros. Los conteos ya no salen en las tablas de vida de la aristocracia, ya no son conteos para los científicos de principios de siglo XX encriptados en códigos, ahora cualquiera puede ver el conteo. En estas semanas las personas han visto más curvas exponenciales hechas con esos conteos que las que la mayoría había visto en su vida.
Vemos como los conteos crecen al actualizar el ordenador cada cierta hora. Los números pequeños se hacen grandes, cada cierta semana se agrega otro digito a la cifra, los periodistas reportan en sus titulares el crecimiento de los números, pero: ¿a dónde nos lleva ese conteo? Para los epidemiólogos es claro, estimaremos incidencias, tasas de ataque, letalidades. Cumpliremos casi ese sueño epidemiológico del que habló Saramago en “Todos los nombres” de que cada lugar sea una cifra, cada persona una fuente de datos en cada momento de su vida, la sociedad misma simulada en una base de datos, como el mapa perfecto de Borges del reino que al extender cubre el reino mismo. ¿pero qué significa que la humanidad entera contemple un tablero universal donde pronto uno podría hacer parte, metido como un anónimo más dentro de esa cifra? Como epidemiólogo siempre me he preguntado que se siente hacer parte de las cifras, poderse observar en el tablero.
Está también en el tablero: el conteo de la muerte, el único dentro del cual ya no habrá tiempo ni manera de observarnos.
*Médico epidemiólogo