El 20 de enero de 2025 el panorama migratorio de Latinoamérica cambió de un momento a otro. Con el trazo de una firma en Washington, se dio por terminado el sistema de procesamiento de solicitudes de asilo que había instaurado el gobierno de Estados Unidos, llamado CBP One.
Un solo trazo alteró el rumbo de cientos de miles de vidas. Con ese anuncio, unas 300 mil personas pasaron de la burocracia a la intemperie, de un proyecto posible a ruinas y cenizas. De caminar hacia Estados Unidos a tener que empezar de nuevo en México, unas veces por decisión; casi siempre porque no hubo otro remedio.
No se trata de un fenómeno nuevo. Desde años atrás, Ciudad de México ya era un punto clave de cruce y estadía para personas que buscaban llegar a Estados Unidos. Aunque no todos llegaron con la intención de migrar, datos del Instituto Nacional de Migración (INM), por Libre Expresión MX, muestran que la capital ha sumado más de 10 mil residentes extranjeros cada año desde 2020, cuando se registraban 70 mil.
Entre 2024 y 2025, ocurrió el salto más notable: la cifra pasó de 114 mil se pasaron a más de 190 mil personas, a un incremento en 65 %, según publicó Milenio. Tras el cambio de políticas migratorias el “sueño mexicano” dejó de ser un concepto y se hizo una realidad.
Ahora, miles de personas son segregadas en nuevos y antiguos espacios. Mientras algunas se aferran a los centros urbanos con acceso a trabajo y algunos servicios, otras se trasladan a la periferia donde la renta es accesible -aunque los servicios escasos-, para fundar nuevas comunidades, pequeños pueblos con nuevos integrantes que nunca habían conocido el valle de México.
Las personas en movimiento buscan convertirse en locales y los planes de vida, no sin sufrimiento, se construyen desde cero. “Lo más difícil son las fechas especiales”, cuenta Johnny, un hombre venezolano de 42 años, desde el parque Guadalupe Victoria “El Caballito”. Este espacio, donde miles de personas llegaron a tener su hogar, ha sido levantado por autoridades una y otra vez, obligando a quienes poco tienen a recolocarse, en otros espacios públicos u hostiles sin acceso a servicios básicos. “Cuando la hija me pregunta ‘¿papá y cuándo viene?’”, continúa Johnny. “Ahora estoy aquí, lejos de mi familia, buscando el sueño americano, que era la mayor meta. Pero eso no se va a poder, mi anhelo en este momento simplemente es volver a ver a mi familia”.
Mientras los equipos de Médicos Sin Fronteras han desplegado actividades que cubren 12 puntos de la capital y el Estado de México, el acceso a las personas que lo necesitan luego de que no pudieran seguir al norte cada vez es más elusivo. “Tras los cambios de las políticas migratorias se ha configurado un nuevo panorama migrante para la ciudad”, dice Jorge Martín, Coordinador de proyecto de MSF en CDMX y EDOMEX. “Si antes la idea era estar un par de meses, conseguir cita consular y después moverse, en este momento las personas buscan maneras de activarse económicamente. Esto tiene muchas implicaciones, pues los lugares accesibles para rentas más baratas serán alejados y con las carencias estructurales que siempre han tenido, pero con nuevas poblaciones comenzando de cero. Desde Médicos Sin Fronteras ahora debemos estrategizar los puntos de encuentro, las colonias de asentamiento, los espacios donde la COMAR (Comisión Mexicana de Ayuda al Refugiado) tiene oficinas para dar seguimiento a procesamiento de asilo y considerar muchos factores más se deben tener en cuenta”.
La estrategia muestra resultados alentadores: entre enero y octubre 2025, MSF ha logrado dar más de 20.273 atenciones directas a pacientes en toda la ciudad; incluyendo salud mental, salud primaria, trabajo social, promoción de la salud y mediación cultural, este último siendo particularmente relevante para alcanzar a las poblaciones anglófonas y francófonas cada vez más visibles en la ciudad.
La violencia, por otro lado, ya fuera como detonante de salida del país de origen, sufrida en el interior de México o a lo largo de la ruta migratoria, es uno de esos factores que no se deben olvidar. “Yo tuve que huir después de la agresión que me hicieron”, dice Ginette desde el Centro de Atención Integral (CAI) un proyecto de MSF donde se atienden a sobrevivientes de violencia extrema. “Un día fui a visitar a mi mamá en las calles de mi ciudad, en la noche, y entre tres hombres me transportaron a una casa abandonada. Ahí me violaron. No quería que nadie supiera lo que me pasó, solo le conté a mi mamá y ella fue la que me ayudó a salir del país”. La historia de Ginette, no es figurativa, sino una realidad que personas pasan en silencio, lejos de cumplir la meta de ejercer su derecho a aplicar el asilo en un lugar seguro. Ella, meses después de sobrevivir la agresión conoció a los equipos de MSF en la ruta migratoria y fue canalizada hasta recibir tratamiento en el CAI.
“Es un momento delicado. Por un lado, las personas ahora buscan establecerse, regularizarse, pero como vemos con muchos casos en el CAI, no es solo el trauma del desplazamiento con lo que cargan las personas”, dice Joaquim Guinart, coordinador de proyecto en el CAI. “Desde enero hasta octubre del 2025, hemos atendido a 110 personas en 4,250 consultas que incluyen atenciones médicas, psicológicas y de trabajo social en una atención integral y multidisciplinaria. Sabemos que nuestro impacto es limitado porque no podemos acceder a todas las personas, y las afectaciones necesitan tratamientos a largo plazo y observación continua”.
La coordinación entre el proyecto de clínicas móviles y el CAI, liderados por Jorge Martín y Joaquim Guinart es cada vez más relevante. Esta articulación es esencial, ya que las clínicas móviles no solo son un espacio de acción rápido, sino que son otro punto de inicio para el proceso de tratamiento de los pacientes en el CAI.
“Este trabajo conjunto busca ampliar la capacidad de atención a poblaciones que enfrentan barreras de acceso a la salud”, agrega Martín. “Además, entendemos que muchas de las personas que alcanzamos no son solamente personas en movilidad, sino todas las que hayan sido víctimas o sobrevivientes de tratos inhumanos y degradantes, violencia o tortura y necesitan atención especializada”, dice Guinart.
Mientras la migración y el desplazamiento interno ocurren por debajo de la mesa, con puntos fronterizos con Estados Unidos a mínimos históricos, es vital entender que esta reducción numérica en la frontera no se traduce en el fin de la crisis migratoria, sino en su reubicación y profundización hacia el interior de México, donde la vulnerabilidad es silenciosa. Las personas que quedaron varadas en un limbo legal tras los cambios de política migratoria se enfrentan a situaciones de riesgo y desprotección que limitan su acceso a la salud y servicios básicos. “Me encuentro con mucho racismo”, dice Ricardo, haitiano de Puerto Príncipe, quien desde hace unos meses maneja su mototaxi –que resalta por las dos banderas que le acompañan: Haití y México– en la alcaldía Tláhuac, a la periferia de la Ciudad de México. “Me pasa seguido que me ignoran los pasajes y esperan a que llegue otra persona, mexicana, para subirse a su mototaxi. Nunca fue mi plan llegar a Estados Unidos y espero algún día poder regresar a mi país, pero aquí ya tengo a mi mujer que es mexicana y voy a seguir trabajando”.
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