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Soy progresista y estoy orgulloso de que MCM se haya ganado el Nobel de Paz

Columnista invitado y Alejandro Daly*

13 de octubre de 2025 - 08:54 a. m.

Era febrero de 2012. Chávez todavía estaba en el poder y se organizaban constantemente debates para elegir al candidato presidencial de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) para las elecciones venezolanas de ese año. Recuerdo claramente ver cada uno de esos debates y decir explícitamente: jamás podría votar por María Corina Machado; es demasiado conservadora para mí.

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Llegamos al 10 de octubre de 2025. María Corina Machado acaba de recibir el Premio Nobel de la Paz y yo, al igual que muchos venezolanos, me desperté con los ojos llenos de lágrimas por el orgullo que sentía hacia ella y hacia mi país. La entrega del Nobel a MCM es un reconocimiento a la resistencia no violenta, a las urnas como el máximo instrumento de participación ciudadana, a la valentía de un pueblo que no se rinde y, sobre todo, a la esperanza.

Muchas personas, entre ellas el presidente Petro y otros líderes progresistas como Claudia Sheinbaum, han criticado la entrega del premio a MCM. Señalan, con razón, que apoya (e incluso le dedicó parcialmente el Nobel) a Trump, que mantiene alianzas con Milei, Bukele e incluso con Israel. Todo eso es cierto. Pero la pregunta no es por qué los aliados de Venezuela son de derecha, sino por qué los líderes progresistas no se solidarizan con la situación de Venezuela.

¿Dónde están los líderes de izquierda —salvo Boric en Chile— cuando se cometen violaciones masivas de derechos humanos, cuando se perpetran crímenes de lesa humanidad, cuando se persigue, secuestra y tortura a activistas, periodistas, familias, incluso a menores de edad? No están o peor aún, están tomándose fotos con Maduro.

Entonces, ¿mi alineación con los valores progresistas, justicia social y ambiental, representación y protección de las minorías, respeto y promoción de la diversidad, entre otros, debe primar sobre la defensa de la democracia? Es una falacia. Y es una falacia planteada por personas que claramente viven en democracia (aunque sea imperfecta) y no entienden lo que es perderla y vivir en dictadura.

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El filósofo holandés Rutger Bregman lo explica muy bien en su libro Ambición moral. Los progresistas solemos estar atados a un concepto que él llama “pureza moral”: aspiramos a ser los grupos sociales y partidos moralmente correctos en todos los frentes. Eso se traduce en tener una posición clara y pro derechos en todos los temas posibles; es decir, si soy pro justicia climática, se espera que sea feminista, antirracista, etcétera.

Eso funciona… hasta que deja de funcionar. Nosotros, los progresistas, sufrimos, mental y a veces hasta físicamente, cuando se nos presenta una contradicción de este tipo: una creencia que, por razones culturales, familiares o religiosas, hemos adoptado pero que supuestamente va en contra de nuestra identidad progresista, por ejemplo, apoyar al uribismo y ser gay, o estar en contra del aborto y, al mismo tiempo, promover la reducción del uso de combustibles fósiles. Nos parece casi imposible concebir estas supuestas contradicciones.

El problema con esa actitud, incapaz de comprometer posiciones, es que termina apartando a todos los posibles aliados de nuestra causa, cualquiera que sea. El resultado: un movimiento social 100% puro, lleno de progresistas “perfectos”, pero 0% efectivo para lograr el cambio. Esto no quiere decir que no podamos tener límites morales, sino que podamos entender mejor las áreas grises, que nos podamos alejar del todo o nada.

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Regresando a Venezuela: en estos momentos, la democracia venezolana no necesita mis opiniones sobre los intereses de MCM en explotar más petróleo o sobre su apoyo incondicional a Trump. La democracia en Venezuela necesita existir, para que luego yo pueda, desde una posición crítica, argumentar, por ejemplo, que necesitamos una transición energética justa.

MCM logró precisamente eso: unir a todo un país que llevaba décadas en desacuerdo. Nos unió a todos, y lo hizo a través del poder de la democracia. En un momento en que líderes de derecha e izquierda abrazan el autoritarismo, el Comité del Nobel reconoció que la esperanza es un eje fundamental de la paz.

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Y MCM le devolvió la esperanza a un pueblo que llevaba casi dos décadas sin recordar lo que esa palabra significaba.

*Alejandro Daly es MPA, consultor y experto en migración.

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