La edición dominical de El Espectador es la que generalmente se guarda para terminar de leerla en su totalidad por la variedad de secciones y temas.
La del 8 de noviembre no fue la excepción. Entre las noticias de la prensa nacional y regional, repetitivas por la temática de violencia y corrupción, aunque los hechos sean diferentes cada vez, destaca la crónica “El Bronx o la calle de la miseria” (página 32) escrita por Laura Ardila Arrieta con alma, corazón y cerebro. Es una de las más auténticas radiografías del país, porque tiene el mérito de estar contada con tanto rigor y verdad, y de fácil acceso a los lectores, que para creerla no necesariamente ha de estar respaldada por estadísticas y porcentajes.
Desde el primer renglón se sabe que esta realidad no es exclusiva de esas dos cuadras del sur de Bogotá, que empieza a conocerse como el nuevo Cartucho de la capital. Además de ser la triste certeza de un amplio sector de la población bogotana, es una realidad que se repite en cada ciudad grande o mediana, y aun en las poblaciones pequeñas. Es la pobreza y la inseguridad tomadas de la mano y que terminan aliadas, inevitablemente, con la droga y el crimen. ¿Cómo pensar que esa descripción tan desgarradora sólo está sucediendo en Bogotá? Las ciudades han aprendido a esconder sus realidades y también a ser mágicas cuando las circunstancias así lo exigen. Pero la miseria está ahí, gústenos o no.
Si bien la literatura no podría considerarse necesariamente un escrito científico, como quedó en el ambiente de la polémica planteada por el connotado columnista Alejandro Gaviria de El Espectador hace algunas semanas en la revista Arcadia, tampoco puede descartarse como elemento de juicio para valorar una determinada situación. En este caso, al menos desde mi modesto punto de vista, crónicas como la de Ardila son a veces más impactantes que las matrices, los números, las cifras, los porcentajes. Y en todo caso mejor que una patética fotografía, con la que sólo se consigue pasar la página. Al menos en mi caso, las prefiero.
En cada párrafo se descubre una escena normal de nuestras ciudades, pueblos y caminos. Pero, sobre todo, en cada situación que nos cuenta Laura Ardila Arrieta se comprueba por qué la pobreza no disminuye en Colombia, por qué lo de Agro Ingreso Seguro exasperó los ánimos de casi toda una sociedad que ve el descenso de su clase media y de sus sectores populares. Lo único que crece, desaforadamente, son los “Bronx”, unos así de tétricos como los de la crónica, otros un poco más disfrazados.
Ana María Córdoba Barahona. Pasto.
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