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Cambio en el lenguaje oficial

Columnistas elespectador.com

28 de julio de 2010 - 10:00 p. m.

Una reciente publicidad radial del Gobierno que están emitiendo en Caracol Radio termina: “Apoya, atiende y protege a los defensores de Derechos Humanos.

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Presidencia y Vicepresidencia de la República, Ministerio del Interior y de Justicia”. Llama la atención esta nueva, aunque tardía y contradictoria, forma del lenguaje del gobierno Uribe. Tardía porque la lanzaron cuando al señor Uribe le faltaba un mes para terminar su mandato. ¿Respetar a los defensores de Derechos Humanos en 30 días? Contradictoria porque el lenguaje oficial en los últimos ocho años nunca ha hablado de apoyar o proteger a los defensores de Derechos Humanos; al contrario, los ha satanizado, criminalizado y asesinado. De ello dan cuenta las cifras de Medicina Legal y de la Fiscalía. ¿Será que en el Palacio de Nariño sienten pasos de animal grande con la Corte Penal Internacional, o la Corte de Justicia de La Haya, o la Comisión Interamericana de Derechos Humanos? ¿Será que temen pagar con cárcel, o al menos con el escarnio público, por la hasta ahora impune política de los “falsos positivos”? ¿De quién fue la idea de esta novedosa publicidad, de Uribe, de Santos o de J. J. Rendón? ¿O del oscuro secretario de Presidencia Moreno?

 Walter Obonaga Moncaleano. Palmira.

Rayando en la locura

Las furias presidenciales, la arrogancia del poder que se viste de santidad y la obsesión por la guerra son asuntos que obligan a pensar. Los presidentes Uribe y Chávez, para llegar a los primeros puestos de sus países, cargos de respeto y responsabilidad, se someten al juicio público y a veces a exámenes sobre diversas materias: geopolítica, economía, finanzas, agricultura, energía, medio ambiente, vivienda, salud pública, justicia social, seguridad, etcétera. Pero no pasan el examen más importante, el de su estado de salud mental. Esto explica por qué después de elegidos, aquí y allá, los ciudadanos hemos tenido que soportar sus desequilibrios cercanos a la histeria, sus demostraciones de fuerza bruta y su apego libidinoso al poder. Hemos tenido que soportar la locura de estos gobernantes y sus odios personales. Los presidentes de Colombia y Venezuela tienen la mente puesta allí. No pueden pensar en un mundo distinto, ni actuar para construirlo; un mundo en donde tengan valor, más allá de los discursos, la vida, la convivencia pacífica y la justicia. Mundo que, entre otras, no se construye con el ruido de las armas.

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 María Gómez. Barranquilla.

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