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Carlos Cuevas

EN 1999 CARLOS CUEVAS ERA PRESIdente de un banco. Tenía 40 años, vivía con su esposa y cuatro niños en Bogotá, era dueño de una casa, un carro y la acción de un club social.

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Alberto Donadío
23 de julio de 2010 - 11:28 p. m.
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Era un ejecutivo en ascenso, que podía aspirar a una vida de buen éxito profesional. Hasta cuando la calumnia se cebó contra su familia. La vida de Cuevas y de su familia fue destruida en 1999 por el entonces ministro de Hacienda, Juan Camilo Restrepo, que lo acusó, sin fundamento, de participar, como presidente del Banco Andino, en un desfalco de 112 mil millones de pesos de los impuestos recaudados por el banco por cuenta de la DIAN. Según una demanda del Ministerio de Hacienda, Cuevas “orquestó una serie de transacciones fraudulentas” para transferir los impuestos a su bolsillo y “participó en la conspiración para defraudar a la República de Colombia”. Nada de eso fue cierto, ni en relación con Cuevas, ni en relación con otros directivos y accionistas del Banco Andino acusados por Restrepo. La propia DIAN ha manifestado públicamente que en la liquidación del banco recuperó la totalidad de los impuestos. Carlos Cuevas es una víctima de la arbitrariedad desigual del Estado contra un individuo, es víctima de una infamia perpetrada por Restrepo desde 1999.

Restrepo ha sido designado ministro de Agricultura en el nuevo gobierno. Cuevas tiene ahora 51 años de edad y lleva once sin poder vivir con su familia, eludiendo una injusta orden de captura por delitos que no cometió, once años separado de sus hijos. Ahora la hija mayor de Cuevas tiene 21 años. Ella y otros dos hermanos terminaron el bachillerato con becas del colegio donde estudiaban. Cuevas nació en Bogotá en 1958, estudió ingeniería industrial en la Universidad Católica de Colombia y terminó una especialización en banca en la Universidad de los Andes. Trabajó seis años en el Citibank, luego pasó al Banco de Colombia y a la Corporación Financiera del Valle, hasta cuando en 1997 lo nombraron presidente del Banco Andino.

Por cuenta de las acusaciones falsas que presentó el ministro de Hacienda en 1999, la justicia persigue a Carlos Cuevas Garavito, en lugar de perseguir a Restrepo, pues acusar sin pruebas a alguien de un delito, es un delito. Han pasado once años y Restrepo vuelve orondo al gabinete, en tanto que el Poder Judicial todavía no ha tenido tiempo de declarar lo obvio, lo evidente, lo sabido, lo notorio, lo demostrable, lo patente, lo flagrante, lo elemental, lo justo, lo sensato, lo equitativo, lo legítimo: que Carlos Cuevas es inocente, clamorosamente inocente. Restrepo goza de impunidad desde hace once años, ha tenido aliados que son sus cómplices en la persecución que se desencadenó contra la gente del Banco Andino y ahora acaba de añadir a la lista de quienes le garantizan la impunidad el nombre del próximo presidente de la República, Juan Manuel Santos. Pero no mencionemos más a Restrepo, porque moralmente no son iguales la víctima y el victimario. Solamente una pregunta: ¿por qué los noticieros de televisión en once años no han dedicado ni un minuto a la sevicia cometida contra la familia de Carlos Cuevas? Él es, como los militares y policías encadenados por años en la selva, otro secuestrado. No lo secuestraron los delincuentes de las Farc, sino un honorable miembro del gabinete ministerial (énfasis en la palabra miembro), pero igual lleva once años secuestrado y alejado de su familia. Es hora de que lo liberen.

Por Alberto Donadío

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