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                                                                                                                              Carta a las madres que perdieron a sus hijos

                                                                                                                              Farouk Caballero

                                                                                                                              Lo primero que debo decirles es que el dolor que ustedes sienten es inenarrable. No hay forma de que un puñado de palabras, por más bien intencionadas y sentidas que sean, se acerquen a describir el horror de perder una hija o un hijo por culpa de nuestra violencia.

                                                                                                                              Perdón. Perdón por no hacer los suficiente para frenar la locura que se ha sembrado y esparcido en Colombia desde siempre. Sin embargo, quiero aprovechar este día para expresarles que muchos compatriotas sentimos sus pérdidas. Que sabemos con profunda honestidad que ustedes cambiarían sus vidas, por las vidas de sus hijos. Pues, perder a unhijo por enfermedad o por accidente es muy doloroso, pero perder a un hijo a causa del mar de plomo que es Colombia, es algo que va más allá del peor sufrimiento. Es algo que va contra la naturaleza y Colombia hoy es justo eso, un país contra natura. Es un país en el que antes de vivir, se sobrevive. Es un país en el que cientos de miles de madres sepultan a sus hijos y, con ellos, ustedes también sepultan gran parte de sus propias almas.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Del mismo modo, madres, sucedió en la nación rural durante todo el siglo XX. En las veredas y en los campos la guerra convirtió las trochas y las aguas en ríos de sangre. Pero poco o nada nos llegaba, ni nos llega. Los medios de comunicación no se dedican a eso. Nuestra tradición ha sido creer que Colombia es Bogotá y una que otra ciudad más. Eso sí, conocemos esas pocas ciudades sólo cuando pasa una tragedia o cuando una familia de políticos paga millonadas para que los noticieros hagan especiales amañados sobre lo “bien” que esa familia gobierna.

                                                                                                                              Siempre nos han creído caídos del zarzo. Por eso cuando sus ríos rojos se salieron de cauce, ellos pensaron que no lo íbamos a notar, pero la inundación llegó a las capitales con una fuerza pavorosa en este nuevo siglo. Las madres de los hijos asesinados con armas estatales, mal llamados falsos positivos, marcaron nuestra historia reciente con más de 6402 hijos ejecutados. Aquí, la cosa cambió. Aunque la indolencia se mantiene en muchos compatriotas, y eso no puedo obviarlo, la dignidad inquebrantable de las Madres de Soacha ha sido mayor a esa indolencia. Eso nos despertó. Eso nos hizo pensar que podía ser un hijo, un primo o un hermano el que fuese secuestrado y fusilado por el Ejército Nacional de Colombia. Eso, al fin, nos salpicó las paredes.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Madres mías, no quiero quitarles más tiempo, por lo que les reitero que mi intención no fue otra que la de lavar sus heridas, limpiar sus llagas incurables y, con palabras, ponerles un vendaje nuevo. En este vendaje, créanme, van las manos de millones de colombianos.

                                                                                                                              Con toda mi compañía en sus dolores.

                                                                                                                              Lo primero que debo decirles es que el dolor que ustedes sienten es inenarrable. No hay forma de que un puñado de palabras, por más bien intencionadas y sentidas que sean, se acerquen a describir el horror de perder una hija o un hijo por culpa de nuestra violencia.

                                                                                                                              Perdón. Perdón por no hacer los suficiente para frenar la locura que se ha sembrado y esparcido en Colombia desde siempre. Sin embargo, quiero aprovechar este día para expresarles que muchos compatriotas sentimos sus pérdidas. Que sabemos con profunda honestidad que ustedes cambiarían sus vidas, por las vidas de sus hijos. Pues, perder a unhijo por enfermedad o por accidente es muy doloroso, pero perder a un hijo a causa del mar de plomo que es Colombia, es algo que va más allá del peor sufrimiento. Es algo que va contra la naturaleza y Colombia hoy es justo eso, un país contra natura. Es un país en el que antes de vivir, se sobrevive. Es un país en el que cientos de miles de madres sepultan a sus hijos y, con ellos, ustedes también sepultan gran parte de sus propias almas.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Del mismo modo, madres, sucedió en la nación rural durante todo el siglo XX. En las veredas y en los campos la guerra convirtió las trochas y las aguas en ríos de sangre. Pero poco o nada nos llegaba, ni nos llega. Los medios de comunicación no se dedican a eso. Nuestra tradición ha sido creer que Colombia es Bogotá y una que otra ciudad más. Eso sí, conocemos esas pocas ciudades sólo cuando pasa una tragedia o cuando una familia de políticos paga millonadas para que los noticieros hagan especiales amañados sobre lo “bien” que esa familia gobierna.

                                                                                                                              Siempre nos han creído caídos del zarzo. Por eso cuando sus ríos rojos se salieron de cauce, ellos pensaron que no lo íbamos a notar, pero la inundación llegó a las capitales con una fuerza pavorosa en este nuevo siglo. Las madres de los hijos asesinados con armas estatales, mal llamados falsos positivos, marcaron nuestra historia reciente con más de 6402 hijos ejecutados. Aquí, la cosa cambió. Aunque la indolencia se mantiene en muchos compatriotas, y eso no puedo obviarlo, la dignidad inquebrantable de las Madres de Soacha ha sido mayor a esa indolencia. Eso nos despertó. Eso nos hizo pensar que podía ser un hijo, un primo o un hermano el que fuese secuestrado y fusilado por el Ejército Nacional de Colombia. Eso, al fin, nos salpicó las paredes.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Madres mías, no quiero quitarles más tiempo, por lo que les reitero que mi intención no fue otra que la de lavar sus heridas, limpiar sus llagas incurables y, con palabras, ponerles un vendaje nuevo. En este vendaje, créanme, van las manos de millones de colombianos.

                                                                                                                              Con toda mi compañía en sus dolores.

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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