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Clósets magnánimos

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Columnistas elespectador.com
28 de febrero de 2011 - 03:00 a. m.
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EL BIÓLOGO RICHARD DAWKINS cuenta que un sacerdote amigo lo llevó a ver una representación del infierno destinada a niños de ocho años, en la cual, con actores y efectos de luz y sonido, el pedagogo escenificaba un entorno de horror y terror, para generar en los niños una sensación real del infierno.

Dawkins sugirió posponer el shock hasta que los pequeños tuvieran por lo menos trece años y la capacidad de decidir por una vida con o sin infierno. ¿Trece años?, replicó el aterrado pastor, ¡pero si a esa edad ya no creen en nada!

Con los arquitectos pasa algo similar, aunque a la inversa, por cuanto llegan prematuramente a creer en un cielo en el cual “mi proyecto” aparece publicado. Como estudiantes, anhelan deshacerse pronto de la universidad para salir a concursar y convertirse en arquitecto joven. Desde luego, una casa privada en un buen lote fuera de la ciudad, también vale para hacer arquitectura en serio, si es que los clientes no resultan muy caprichosos.

Sin embargo, mientras se logra cualquiera de las dos, hay que ganarse la vida, y para ello están los negocios inmobiliarios de vivienda. Así, el talento se pone entre paréntesis para ceñirse a las realidades del mercado y la reglamentación, y al respaldado creativo de los eslóganes publicitarios que aseguran felicidad para el que compre, y la envidia eterna para el que no.

Para hacer vivienda, hasta hace poco se demolía lo que fuera para lograr un lotecito para un edificito, con características estándar como ascensores en los que la caja del domicilio de pizza cabe ladeada, y parqueos cuya dimensión la determinó el Renault 4 bajo la promesa de que en el futuro todo sería pequeño. Al llegar al apartamento, lo había todo, hasta alcoba de servicio, detrás del hueco de ropas.

Hoy se siguen demoliendo las mismas casas, pero la evolución de la gestión ha llevado a sumar lotes para hacer edificios más grandes, pero los ascensores siguen igual y en los parqueaderos las camionetas cada vez sacan más la cadera. Y por dentro, los apartamentos mantienen la misma alcobita para la empleada: un espacio del tamaño de un gran clóset, sin vista, ventilando a través de sábanas y calzoncillos.

Aunque en desuso, la solución contra estas ratoneras está inventada: la alcoba múltiple o disponible, un espacio con ventilación y vista propias que por su situación puede funcionar como alcoba de servicio, alcoba adicional o estudio. No obstante, lo que me dijo un colega debería servir para entender qué pasa con este rincón que contribuye a que los arquitectos se ganen la vida mientras llegan, o dado que no llegaron, días mejores. ¿Por qué estas alcobas no son múltiples?, le pregunté al ver un proyecto suyo en fase de aprobación. Eso son vainas de la universidad, me dijo, en la vida real uno hace lo que le exigen los promotores, o se queda sin trabajito.

 

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