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Se señala con sorpresa que Santos, candidato de derecha y de alta clase social y económica, tenga notoria acogida en los estratos bajos de la población colombiana.
Sobre esta preferencia tiene un claro reflejo el machismo, fenómeno sociocultural, tan antiguo como los hombres… y las mujeres. Es una marca profunda que irradia el pensamiento, las acciones y, desde luego, la escogencia de un candidato, y posiblemente el voto por él.
El machismo del que tantos y tantas participan va más allá de las fronteras del menosprecio a la mujer. La falocracia se extiende al lenguaje, se refleja en el humor popular, en la oceánica extensión de la masculinidad expresada en términos de fuerza física o poder reflejado de múltiples formas: por los modales bruscos y desafiantes, y por el bajo respeto a las leyes. Esto se aprecia en el manejo del tránsito, en el pago o no pago de las cuentas, en la forma insolente de responder a cualquier reclamo por justo que él sea, en el uso de los puños o las armas para resolver dificultades. Esta despiadada enfermedad machista con la que estamos tan connaturalizados (as) es parte importante del respaldo a los predicados del gobierno actual y a quienes se han declarado herederos de su legado.
También las clases populares privadas de reconocimientos y satisfacciones reafirman su preferencia por quienes emulan el triunfo de la fuerza, de la agresión, de las confrontaciones. El machismo ridiculiza los principios, el respeto, las conversaciones que apuntan a concertar, la reflexión y la ternura. Pobres los hombres teniendo que llevar este lastre de tantas castraciones impuestas sobre las condiciones más amables y refinadas de su ser. Pobres hombres teniendo que esconder sus miedos, su llanto, sus dolores, y todo para parecer machos, machotes.
Si algo nuevo y prometedor se aprecia en la contienda electoral presente, es ese giro en las generaciones jóvenes que enaltecen las ideas; exaltan la racionalidad antes que la violencia bruta; que contemporizan con la ternura, que creen en el poder de la palabra, en los girasoles, en la fuerza de las ideas para iluminar las acciones, en la transparencia que combate la maquinaria cuyo sólo nombre sugiere fuerza bruta.
El cambio que apreciamos es de paradigmas que cada vez ocupan los lugares tomados por la fuerza y la guerra, el omnímodo poder de la violencia.
Leonor Noguera Sayer. Bogotá.
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