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El filo de la guerra

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Columnistas elespectador.com
28 de julio de 2010 - 03:00 a. m.
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Las furias presidenciales, la arrogancia del poder que se viste de santidad y la obsesión por la guerra que puede estallar en cualquier momento, obligan a pensar.

Los presidentes Uribe y Chávez, para llegar a los primeros puestos de sus países, cargos de respeto y responsabilidad, se someten al juicio público y a veces a exámenes sobre diversas materias: geopolítica, economía, finanzas, agricultura, energía, medio ambiente, vivienda, salud pública, justicia social, seguridad, etcétera. Pero no pasan el examen más importante, el de su estado de salud mental. Esto explica por qué después de elegidos, aquí y allá, los ciudadanos hemos tenido que soportar sus desequilibrios cercanos a la histeria, sus demostraciones de fuerza bruta y su apego libidinoso al poder disfrazado en las encrucijadas del alma. Hemos tenido que soportar la locura de estos gobernantes y sus odios personales: siempre nos muestran el filo de la guerra. Los presidentes de Colombia y Venezuela tienen la mente puesta allí. No pueden pensar en un mundo distinto ni actuar para construirlo; un mundo en donde tengan valor, más allá de los discursos, la vida, la convivencia pacífica y la justicia. Éste no se construye con el ruido de las armas.

 María Gómez. Barranquilla.

Adiós a un espectáculo bárbaro

Los toros son seres vivientes que merecen todo respeto y consideración; sienten como nosotros los humanos. Les duele el maltrato. Esta barbarie estilo Circo romano debería acabarse en Colombia como país civilizado que se supone somos. Veamos cómo en Reino Unido, EE.UU., toda Europa a excepción de España, no existe este espectáculo bárbaro; tampoco en el resto del mundo: China, Japón, India, Rusia, ni siquiera África. Tan bárbaro será que los mismos protagonistas, el torero, es corneado con mucha frecuencia y algunas veces perece o termina mal herido. No hace falta que la Asociación Protectora de Animales le haga ver a la Corte Constitucional un hecho tan evidente. Cultivar raíces culturales e históricas salvajes no es nada que enaltezca la misma cultura de una nación que se precie de civilizada. Habrá muchas otras formas de ganarse la vida sin arriesgarla. Los toreros, y demás partícipes, tendrán que cambiar de oficio.

 Fabio Antonio Uribe. Bogotá.

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