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El Vicepresidente y el tercer canal

Columnistas elespectador.com

09 de junio de 2010 - 11:11 p. m.

Muy amablemente quisiera manifestarle que la información publicada por El Espectador el pasado domingo, que busca ligar al vicepresidente Francisco Santos con el tema del tercer canal, es inexacta. Corresponde a una campaña que adelantan en los últimos días Caracol Radio y el Canal Caracol, a la cual se suma ahora ese importante diario.

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Sobre el particular es importante advertir a sus lectores:

1- Por mandato constitucional y legal, la eventual adjudicación de un tercer canal de TV es una decisión de competencia exclusiva de la Comisión Nacional de TV, que es un ente autónomo. El Vicepresidente no ha tenido responsabilidad ni participación alguna en este proceso.

2- El Vicepresidente no es ordenador de gasto (dependemos administrativamente del Dapre). No maneja, dispone ni administra dineros públicos, por lo cual su patrimonio personal y su condición de accionista de la Casa Editorial El Tiempo no lo hace sujeto de inhabilidades ni incompatibilidades en el ejercicio de su cargo.

3- La venta del remanente de sus acciones de El Tiempo al grupo Planeta es una decisión privada, estrictamente personal, que ya fue acordada y definida contractualmente entre las partes. Dicha negociación no tiene relación alguna con el proceso de adjudicación de un tercer canal, decisión que no afectaría ni beneficiaria en modo alguno al Vicepresidente.

 Germán Manga Henao.  Jefe de Gabinete del Vicepresidente.

Hablemos de cine

Porque no sólo de política vive el hombre, ruego se me perdone el pecado de hablar de cine.

En momentos donde los amigos te fuerzan a ver la vergonzosa hora y media que dura una cosa (a falta de sustantivo más apropiado) llamada Disaster Movie uno empieza a perder la fe en la comedia cinematográfica. Es en efecto una digna sucesora de los pecados de Epic Movie, Scary Movie y toda la estirpe de las Cualquier vaina Movie. En ella nos encontramos con otro buen ejemplo de lo que el cine de Hollywood se encuentra cada vez más empeñado en llamar comedia y el público a su vez está cada vez más decidido a aceptar como tal. A nivel práctico todas estas cintas se pueden resumir como una sucesión de escenas donde se copia alguna secuencia de una película famosa reciente y se le agregan fluidos corporales, perversiones sexuales o palabras obscenas sin venir a cuento para arrancarle alguna sonrisa fácil al espectador.

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La reflexión final es el preguntarse qué crimen atroz ha cometido mi generación de los nacidos en los noventa para que todo lo que llegue a nuestras pantallas sea de tan mala calidad.

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 Johann Lobo. Estudiante de la Universidad del Norte. Barranquilla.

Envíe sus cartas a lector@elespectador.com.

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