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El Presidente ha dicho que el referendo reeleccionista está, entre otras, en “las manos de Dios”, que es la manera sutil que ha decidido utilizar para informarnos que carece de interés personal en una cuestión que a muchos colombianos desvela.
Si la Corte Constitucional llegare a decidir que un nuevo cambio de las reglas del juego político no es factible, esa determinación no sería una derrota para quien jamás expresó interés en continuar en el ejercicio del mando.
Como con excepción de los sicarios de mi ciudad natal, que invocan la protección de la Virgen para realizar sus crímenes, nadie, y menos nuestro Presidente, que es hombre devoto, pondría una mala causa en manos del Altísimo, es claro que la reelección es buena para un país consagrado al “Corazón de Jesús” mucho antes de que una constituyente impía en 1991 ordenara la separación plena de la Iglesia y del Estado.
El Evangelio postula que “hay que dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, pero este mandato no puede regir en Colombia en estos tiempos de apoteosis de la politiquería, esa forma degradada y peligrosa de hacer política que la oposición utiliza. No olvidemos que “los hijos de las tinieblas son más poderosos que los hijos de la luz”.
Para combatirlos hay que usar todas las herramientas legales disponibles y, en caso de insuficiencia, las que contempla el Estado de Opinión. Sé que todavía hay cierta perplejidad sobre sus alcances pero es cuestión de irlo desarrollando.
En mayo de 1957 se utilizó el Golpe de Opinión, que es una manifestación particular del Estado de Opinión, para derrocar el gobierno del general Rojas Pinilla, el cual había sido elegido, con amplio respaldo ciudadano. El plebiscito que se votó meses después fue un mecanismo para darle ropaje jurídico a posteriori a una rebelión popular fundada en una razón de jerarquía superior: la salud de la Patria. De otro lado, la Corte Suprema de Justicia en 1990 sabiamente reconoció que la Constitución de 1886 se había convertido en un obstáculo para la prosperidad y, dándole validez a la “séptima papeleta”, para lo cual, con buen juicio, no consideró necesario escrutinio alguno, puso en marcha la Asamblea Constituyente. Si entonces pudo sustituirse integralmente la Constitución, no se aprecia motivo que impida un ajuste marginal, que es lo que ahora se pretende.
No puede olvidarse una máxima fundamental al interpretar el Derecho: las encuestas que miden el sentimiento popular son contundentes, como lo es el abultado número de firmas que respaldan la convocatoria del referendo. Que en su recolección se hayan cometido irregularidades debe generar responsabilidades en cabeza de quienes lo hicieron pero, por supuesto, no pueden ellas enervar la genuina expresión del sentimiento ciudadano. En esto nuestro versado Procurador atina. Como debió aprenderlo en el seminario, y ahora lo practica en sus tareas de hermenéutica legal, no hay que enredarse en los vericuetos de la ley. Esto hasta los del Polo, que ayudaron patrióticamente a elegirlo, debieran entenderlo.
En muchos países, que se reputan modernos, se ha dejado prosperar una tesis absurda: que la agenda pública es cosa distinta del estricto cumplimiento de los mandamientos dados por Dios a Moisés en el Monte Sinaí. Grave error. Lo que es pecado debe también ser objeto de sanciones legales. El consumo de sustancias psicotrópicas debe ser prohibido como, finalmente, el Congreso lo entendió. La actividad sexual por fuera del matrimonio bendecido por la Iglesia —“el gustico”, para que me entiendan— también debe ser proscrita por el Código Penal. Tenemos, pues, una ambiciosa agenda de reformas pendientes de realizar para lo cual es indispensable conservar el control del Gobierno y lograr amplias mayorías en el Congreso.
Me tienen sin cuidado las burlas e ironías de unos cuantos intelectuales apegados a una visión liberal y laica de la sociedad. Si vieran la película Avatar, que no es sólo un hito tecnológico, sino un compendio de pensamiento postmoderno, se darían cuenta de que Dios está de regreso a la política para ayudarles a los buenos, tales como los habitantes de un remoto planeta invadido por los terrícolas. O a nuestro Presidente para que supere sus encrucijadas del alma.
José María Escrivá Jaramillo. Medellín.
