Después de leer la columna “Escepticismo militante”, de Mauricio García Villegas, en El Espectador del 31 de octubre, empiezo a pensar que efectivamente los ateos y escépticos deberíamos ser más activos frente a la ofensiva religiosa.
Sin duda en las últimas dos décadas, particularmente, hemos presenciado una recaída religiosa en el mundo; me parece que esto se ha debido a la desilusión que trajo consigo la caída del sueño socialista. Hoy encontramos colegas que fueron ateos convencidos en los años setenta y ochenta, exhibiendo con orgullo enormes cruces en la frente los miércoles de ceniza.
En Colombia, los creyentes más fanáticos ocupan importantes puestos en el Estado y en el sector educativo y los utilizan sin miramientos. Los docentes ateos o escépticos, en cambio, ni siquiera nos atrevemos a dejar entrever a los estudiantes nuestro ateísmo o nuestro escepticismo. Quizá sea necesario reclamar los mismos espacios y la igualdad de condiciones que ofrece la Constitución Política de Colombia.
Julián Sabogal Tamayo. Pasto.
Intolerancia y opinión
Una pregunta que queda, después de lo ocurrido con la columnista Claudia López y el suceso de la camiseta de René, integrante de la banda Calle 13, en los premios MTV, es ¿quién puede opinar sobre lo que pasa en Colombia?
Los de afuera no pueden opinar porque no “entienden a Colombia”, y los que adentro tienen una postura crítica frente a la realidad nacional “no piensan como los colombianos sino les hacen el juego a los terroristas”.
Un común denominador en estos tiempos de creciente polarización y radicalización es la tendencia a descalificar a los interlocutores.
Los debates no se hacen sobre razones sino sobre adjetivos. Y esa tendencia a adjetivizar al contrincante, y a transformarlo en enemigo antes de participante del debate democrático, es supremamente grave.
La Colombia radicalizada por el nacionalismo de la actualidad sólo escucha halagos y es totalmente sorda ante la crítica que presupone la existencia de una sociedad democrática.
Si como se ha dicho que “tras la cruz se esconde el diablo”, la pregunta que nos deberíamos hacer seriamente por estos tiempos es ¿quién se esconde tras la bandera?
Mateo Echeverry Ángel. Bogotá.
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