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El incendio de una cárcel en Santiago de Chile, que calificó el Ministro de Salud como el siniestro más grave de la historia de las prisiones chilenas, se originó por la quema de colchones por parte de los reclusos.
El hacinamiento en este tipo de establecimientos, que imposibilita la privacidad aun para las más elementales necesidades del ser humano, genera un malestar que se manifiesta, como en este caso, por peleas entre reclusos para luchar rabiosamente por espacios vitales, ataques a las autoridades carcelarias y concluye en incendios cuyo más gráfico simbolismo es el humo negro que emanó de las ventanas del presidio de San Miguel.
Las palabras del presidente Sebastián Piñera de que el sistema carcelario chileno no es digno de un país que trate en forma civilizada a su gente, podrían ser aplicadas también a Colombia. Por su hacinamiento, algunas de nuestras prisiones igualmente están a punto de colapsar y emanar el fatídico humo negro. La situación de quienes se encuentran internos en buena parte de las cárceles nacionales y municipales, es la de seres olvidados. Además de su angustia y remordimiento por los delitos que cometieron y por los que se encuentran purgando condenas, son víctimas del abandono y la indiferencia por su salud física y mental. Esta omisión los convierte en seres destruidos, prematuramente envejecidos y en enemigos del Estado y de una sociedad que no hace nada por redimirlos y más bien los convierte en avezados delincuentes. Igualmente, algunas instituciones destinadas a la reclusión de menores y adolescentes son centros de violaciones y escuelas de sicarios, de narcotraficantes y de asaltantes a mano armada.
Ojalá algún día los tribunales internacionales creados en defensa de los derechos humanos, así como les dan plazo a los gobernantes para el desminado de su territorio, también los fijen para convertir las cárceles en sitios decentes de castigo racional, de trabajo, de estudio y de elevación espiritual para quienes padezcan el infortunio de ser sus forzosos huéspedes, y cuando hayan concluido de redimir sus penas y regresen al seno de sus hogares, lo hagan fortalecidos espiritualmente y preparados para un nuevo amanecer.
Jorge Arbeláez Manrique. Bogotá.
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