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Se discute por estos días en el Congreso por enésima vez un proyecto de ley de víctimas. Me ha llamado la atención el debate en torno al año en el que empezaría la supuesta “reparación integral a las víctimas” del conflicto armado en Colombia.
El proyecto del Gobierno le apunta a 1993 y el del Partido Liberal con apoyo, al parecer del Polo, es 1984. 1993, año de la muerte de Pablo Escobar. 1984, año de la muerte del ministro de Justicia Lara Bonilla. Los dos sucesos altamente simbólicos. De alguna forma podría decirse que el narcotráfico, una de las piezas para entender nuestro conflicto, está enmarcado en buena medida en esas dos fechas: 1984-1993. Años de consolidación de los grandes carteles y de una primera oleada de terrorismo. Sin embargo, como de víctimas se trata, yo pensaría más en los años Turbay Ayala, para no tener que remontarnos tan atrás, hasta Ospina Pérez. Esos años del infame Estatuto de Seguridad son símbolo del terrorismo de Estado. Entre sus víctimas contamos a miles de colombianos en cárceles y asilados en el exterior (en destinos diferentes a la Panamá de ahora, martinelli-uribista). Entre ellos, brilla el nombre del mismísimo García Márquez.
Sé que se tomarán mis palabras como algo utópico, ya que tengo la impresión de que las víctimas del terrorismo de Estado no son la preocupación central del proyecto. Algo bastante polémico, por lo demás. Se trata de un tema, todos los sabemos, que le pone los pelos de punta a la extrema derecha, que se opone siempre a cualquier “paridad” entre víctimas de grupos ilegales y víctimas de agentes del Estado. Aun así, quiero insistir en este punto y proponer, así sea de forma quimérica, que se tengan en cuenta otros elementos a la hora de elegir el año “del comienzo” de la reparación. Mis palabras son apenas una breve contribución al debate. Ojalá haya muchísimas más que vengan en especial de los colectivos y movimientos de familiares de víctimas.
P.D. Al gobierno del abuelo Eduardo Santos se le llamó “La pausa”, alusión directa a la “Revolución en marcha” de López Pumarejo... ¿Al de su nieto, Juan Manuel Santos, lo llamaremos también “La pausa”, pero a la inversa, en un sentido, oh paradoja, positivo? ¡Esperemos no falso-positivo!
María Dolores Pradera. Anapoima.
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