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La “caña” de la Superintendencia

Columnistas elespectador.com

18 de diciembre de 2009 - 09:12 p. m.

Después de leer el artículo “La disputa de la caña de azúcar”, publicada el pasado jueves como tema del día en El Espectador y en el que se informa de una investigación que adelanta la Superintendencia de Industria y Comercio contra 13 ingenios azucareros por un supuesto acuerdo en el precio que pagan por la caña de azúcar, me parece —y les aseguro que algo conozco de  la industria azucarera—  muy pero muy curioso que los ingenios se hubieran puesto de acuerdo para comprar la caña más cara del mundo.

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Eso los convertiría en algo así como el cartel de los tontos. Y me pregunto también si el negocio es tan malo para los cañicultores, si el Valle tiene posiblemente las tierras más fértiles del país y si nadie obliga a ningún agricultor a seguir sembrando solamente caña, ¿por qué nadie que yo sepa ha dejado de sembrarla y se ha pasado a otro cultivo? Algo no me cuadra, el reclamo de la Superintendencia es bien curioso. Suena a pura caña.

 Carlos Becerra. Cali.

Nicolás castro: punta de iceberg

Nuestras torpes clases dirigentes jamás se preguntarán qué hay detrás de este joven, juzgado y condenado en forma tan fulminante como prematura, por su “instigación al crimen”.

Pero veamos las cosas desde la perspectiva de los de abajo, de los desheredados, de los 8 millones de colombianos que tenemos que emprender cada día la lucha casi siempre perdida, cuerpo a cuerpo y sin descanso, por sobrevivir, siempre al borde del desalojo, del corte de servicios públicos, de los hijos con hambre, de la ropa desteñida, de los zapatos raídos, de los sueños y esperanzas hechos añicos una y mil veces, mientras los de arriba, los bendecidos por los dioses, regurgitan como cerdos sus opíparos excesos gastronómicos y en un santiamén, aprovechando con cinismo la arrolladora aplanadora del poder omnímodo, que aplasta por igual barreras y conciencias, aumentan sus fortunas en $136.000.000 en el piratesco negocio de una zona franca. Nicolás es sólo la punta del iceberg de un descontento popular inmenso, oceánico, incontenible, que se cocina con energía telúrica en las entrañas sangrantes de esta Colombia oprimida, explotada, abatida, humillada, burlada, engañada, sojuzgada y condenada por siempre al horror de una miseria, que los de arriba jamás podrán comprender. Al fin y al cabo, es algo tan alejado de su sibarítica y escandalosa vida diaria, como los agujeros negros.

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 Ovidio Guerrero l. Cali.

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